viernes, 11 de junio de 2010

Una soberana estupidez

Una soberana estupidez es escribir (y publicar) sobre algo donde la opinión mayoritaria es tan mayoritaria, particularmente cuando mi opinión es justamente la otra, la que no tiene importancia ninguna.

Una soberana estupidez es criticar un acontecimiento (¿deportivo?) como el Mundial de Fútbol.

Una soberana estupidez es abanderar al equipo nacional, de repente todos tan patrióticos, cuando los esquemas nacionales nos importan aquí (diversidad, regiones, lenguas, afanes de independencia) tan poco.

Una soberana estupidez es la que inviste de pronto a todos los hombres del país, que algunos incluso nos llegan a gritar desde sus tribunas de gurús blogueros que en este mes y medio no nos quieren oir hablar (a las mujeres, sean como sean).

Una soberana estupidez es la de las mujeres que intentarán acoplarse a la fiesta, más que sea aparentando que lo pasamos bien viendo por una vez el fútbol, a escala multinacional que mola más, donde lo entendemos un poco mejor, y disfrutando con las piernas y culos (para esto, mejor el waterpolo).

Una soberana estupidez es la de la épica del fútbol, la que intenta hacerme pasar por contemporáneos gladiadores a los jugadores: aquellos morían, estos se llevan primas millonarias. Y otra soberana estupidez es idiotizarse por estas seis semanas, hartarse de pizzas y cervezas, abandonarse al carpe diem como si realmente de esto alguno de nosotros pobres mortales fuese a sacar algo. Que ustedes disfruten el Mundial.

miércoles, 2 de junio de 2010

Guerra


No anda muy activo este blog -y no importa a nadie, casi ni a su autora. La tarea fundamental consiste en comunicarme en un nivel en el que no se deslicen las quejas, los problemas irresueltos o las presiones. Simplemente por no saber, suelo quedarme en silencio.

Esta mañana alguien querido me preguntó "¿Cómo estás?" y, sabiendo que no se merecía una respuesta de compromiso, un simple "Bien" de esos de tranquilizar conciencias, contesté "No sé". (He aquí en estas dos líneas un microrrelato, al menos uno que me gusta a mí).

Es que cuando mis ideas están amontonadas, confusas, imprecisas y urgidas de hervores, estos han de producirse en otro medio, por tanto no aparezco más que para el telegrama. Dejé tiempo atrás (aunque la tentación, a veces, me lleva al borde del precipicio) de utilizar estos medios para los desahogos, la pataleta obscena 2.0 . Y eso es todo y no hay mucho más que contar. Atravieso tiempos turbios, estoy en guerra conmigo misma, y no me dejo el más mínimo resquicio para que penetre el sentimiento, cualquiera que éste sea. Si pudiera al menos concentrar en alguna forma, mínimamente literaria, esta nulidad de sentimiento, esta podredumbre, quizá se podría sacar algo del proceso en que me voy asemejando -por no hacer daño, por no hacerme más daño- a un autómata.

Hay una canción. No quiero explicar más de ella. Le dan al click si les apetece y punto.

Y no es que me pasen cosas terribles. Más bien al contrario. Ciertamente hoy me ha pasado algo hermoso y por eso vine a contarlo. La guerra conmigo misma tiene sus treguas, y por supuesto que el reverso de la guerra es esta otra irregular batalla: la obligación de salir a la calle, mantener cierto aspecto, sonreir a las personas bonitas, que son muchas, aparentar que todo-va-bien, que todo-es-lindo. Soy Israel y Palestina al mismo tiempo. Soy un ejército que lucha con tanques y soy un ejército que sufre los obuses. Pero este mediodía tenía una genial excusa para ponerme la máscara de Jekyll, maquillaje suave mediante, vestido primaveral, y salir a ver a uno de los escritores vivos que más admiro, Yuri Herrera, que recibía un premio hoy en Madrid. (Le conocí cuando le hice esta entrevista, y a él dedicamos uno de nuestros primeros programas.)

Él venía a recibir su premio, yo fui a saludarlo, pero también a recibir un "premio". Hace algunos meses tuve la desfachatez de enviarle algunas prosas que redacté el pasado verano, a modo de microrrelatos. Y él ha tenido la osadía de poner uno de esos textos en la revista que edita junto a otros escritores en México, El Perro.

En el número 16. En éste.

El Perro tiene tres años de publicación, vale veinte pesos mexicanos, y publica autores en español de todas partes. Lo que más me gusta de la revista es que sólo tiene literatura. Sólo contiene breves relatos o poemas. Sus autores son a veces publicados y a veces no. Como yo misma. Lo segundo que más me gusta es su logo: el perro toma una forma, se adapta como camaleón al tema-motivo que recorre cada uno de los números.

El que véis primero es el número que habla de secretos, el segundo está empalmado, porque va de sexo, y en el último se caracterizó de soldado de la segunda guerra mundial (creo). Así que uno de mis "abandonos" le gustó y/o encajó en el número que dedicaban a la Guerra. No deja de tener su tomate.
Y claro que estoy orgullosa. Para lo poquísimo que me he prodigado hasta hoy en revistas literarias, me encanta aparecer por segunda vez en el continente americano. Eso opina uno de mis bandos. El otro no se inmuta siquiera. Aparta la vista, se aleja de tentaciones, ha aprendido a no morirse ni siquiera de entusiasmo. Se ha hecho viejo y cascarrabias. Está muerto, en verdad. ¿Y si lo matara del todo? Quisiera tomarme esta hermosa noticia como un armisticio o como una bala de plata. Quisiera que uno de mis dos generales bajara el fusil. El que hace daño, el que no me cuida, el más discursivo, el más rabioso, el más hijueputa. O el otro. Pero que uno de los dos se rindiera, por Satanás, por El Perro.