miércoles, 30 de septiembre de 2009

Suite 101 vs Qué Leer 147

Me resisto a renunciar al verano. Mientras lloraba como una magdalena, también aprendí a disfrutar de mi llanto. En el trabajo, que es de lo que se habla aquí, se me iban las fuentes de ingresos de vacaciones, pero encontré un sitio donde, en vez de dormir, trabajaba a escondidas. Los chicos de Suite 101 desembarcaban en septiembre para la comunidad latinoamericana y me dejaron ser uno de sus colaboradores en la sombra de la web beta.

Éste el sitio original, canadiense. Aquí, desde hace pocos días (que ya estoy tardando en contarlo) puede verse la edición en español. Participamos con artículos originales, sobre todos los temas posibles, y mantenemos la autoría de ellos a cambio de cobrar, eventualmente, por los clicks que los usuarios realicen en los anuncios.

Un modelo extraño pero en el que me embarqué con ganas de: 1) escribir mucho. 2) retarme a mí misma en ese periodo oscuro. 3) utilizar las posibilidades que el medio me daba. 4) ganar mucho dinero.

Por lo que sé, mis artículos difícilmente me darán buenas retribuciones. Intento salirme de mis habituales ítems culturales, pero no me resulta fácil escribir sobre consejos de belleza o prácticas aberrantes de sexo. Los días se están poniendo más oscuros, en lo que a clima se refiere, y yo he tenido que parar las colaboraciones pero seguiré en ellas en la medida que el resto de cosas me lo permita. Todos los artículos que alcancé a escribir este verano están en este link.

Y apareció el otoño con su temporada voraz y algunas cosas han empezado a caer sobre mí en forma de encargo. Uno que, como todos, recibí e hice con mucho cariño es la crítica de Matar en Barcelona, que supone mi regreso después de varios meses a Qué Leer.

El libro se defiende solo. Pero me salió así de entusiasta porque: 1) soy una entusiasta, que en el siglo XVII quería decir fanático, es decir, el proto-fan. 2) lo disfruté, con las cuatro neuronas críticas que tengo, como una cochina. 3) los cuentos son en 80% muy recomendables y en un 20% altamente disfrutables. 4) la curiosa transparencia con la que el lector es enganchado en estas ficciones-basadas-en-hechos-reales, una como pregnancia de tela de araña que es muy, pero que muy deliciosa. Y por todas las cosas que cuento en la crítica.

Así que en la recientemente aparecida Qué Leer 147 -y subiendo desde la página 10 a la tercera de la sección críticas- se puede leer esto que enlazo aquí. Matar en Barcelona visto por Carolina León.

martes, 29 de septiembre de 2009

Postdatas desde el bar

Te he escrito una carta hoy en el bar, entregada por primera vez en la semana al tiempo para mí misma y, ya ves, te lo entrego a ti. Pero el tiempo se ha ido por los tubos de cerveza y la carta a la papelera. Sólo te dejo las postdatas.

Ps1. No alucines. Hasta este segundo, no he pensado en ti ni un solo minuto al día.

Ps2. Mi situación actual se llama ilusión y se llama precariedad. Incertidumbre. Una sañosa porfía entre lo que mi alma anhela y lo que puede tener aquí y ahora.

Ps3. Por mucho que te ame, este trabajo es ahora mucho más importante. Ya sabes lo que dice mi filósofa, ésa que tú desprecias tanto: "todo es trabajo".

Ps4. Nada parecía más importante en aquel momento. Mi vida estragada, el sol y el calor de julio, raciones de papas bravas que no toco, la compañía de la gente preciosa que me ayuda a dejar de sentirme un desecho o el resultado de un vómito de una comilona sin hambre. Entonces, ella pronuncia las palabras. "¿Quieres hacer un programa de radio conmigo? ¿Un programa sobre libros?" "Radio" ya me sonaba a anacronía. Y "radio de libros" a locura maniática. Dije "sí" sin dudar.

Ya llevamos tres programas y no me lo creo. No se trata de nervios, no es excitación básica, de ésa en la que un cuerpo se electriza de deseo sin saber qué desea realmente. Hablar, tú sabes cuánto me gusta hablar, pero no emitir palabras como hice en otros años, sin sintonía, sin complicidad. Hablar como Dios manda. Conversación mediante, y Zeus dando latigazos.

Ps5. He fantaseado con matar. Desde aquel día, una como corriente eléctrica invade mis manos en los momentos más inesperados. Todo el tiempo leo las páginas de sucesos, me informo, me interrogo acerca de los mejores métodos. Si otros pudieron... La infamia es alquimia. Es decir, lo que toca lo convierte en mierda.

Un libro cayó en mis manos estos días y me lo bebí. Mira la crítica que ha aparecido hoy mismo en la prensa especializada, ésa que tú detestas. Si te gusta o te interesa, no te molestes: no te lo voy a prestar.

Ps6. Siempre estabas diciéndome que ellos podían, pero que yo no. Ellos pueden, tú no. No tienes resolución, te falta energía, careces de disciplina y auténticas ganas. "¿Quieres hacerlo? ¡Hazlo!", como obligándome a dejarte en paz. Eso soy ahora.

No dejaré que nadie vuelva a poner en duda mi poder. Ya he terminado mi primer libro y es sólo mío. Justicia es justicia. Y nunca sabrás qué te escribí en la carta ésa, que se pudre de a poquito en la papelera del bar.

/Ficción basada en hechos, pero poquito./

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ser niño, ser artista

Hace pocos días, hablé a una pequeña persona que vive conmigo de un artista llamado Jack Mircala, del cual había sabido investigando para el reportaje de la entrada anterior. Para quien no lo conozca: Jack realiza trabajos en cartulina, recorta y modela escenarios y personajes, y por último los fotografía como ilustraciones que se han publicado en sus dos libros (por el momento).

La pequeña persona persigue con todos sus pequeños sentidos todo aquello que tenga que ver con el trabajo manual y artístico (y me saca grandes cantidades de céntimos para cartulinas y rotuladores cada pocos días).

No podía ser de otra manera, o quizá sí: quedó prendada de las imágenes del señor Mircala en el libro Siniestras Amadas -porque los que viven con la hermosa persona pequeña no pierden el tiempo y hace años que la hicieron fan de Tim Burton, y porque pocas personas de su tamaño saben pronunciar correctamente Poe, y porque ella sola tiene la suficiente sensibilidad aún despierta y guerrillera a pesar de la avalancha de estímulos con la que pretenden succionarla al interior de la máquina.

El amigo Jack, del cual yo también me he hecho fan incondicional, resultó estar haciendo un taller entre la oferta infantil-juvenil de la muestra Animadrid, y allá que llevé a la persona, tan entusiasmada yo como ella (o quizá yo más que ella). Dos horas de trabajo frente a cartulinas de colores, tijeras y pegamento, a las cuales sólo me podía asomar de reojo, con esa curiosidad que siempre me asalta acerca de lo que hacen los niños cuando los dejan a su aire y con ese morbo que no podrá tener ya nunca más quien se dedique a la enseñanza.

Todos los que no estamos seis horas al día en un aula queremos saber cómo se vive dentro del aula.

Pero aquí fueron apenas dos horas. El resultado caminó hasta mí en forma de profe que me dijo: "El trabajo de esta pequeña persona es el mejor del taller, con diferencia". Y ahí estaba la imaginación y la habilidad de la pequeña persona en forma de personaje gótico-colorido, como el de un cuento aún no escrito ni filmado.


Y yo más ancha que unos pantalones de Bud Spencer.

martes, 22 de septiembre de 2009

Amores ilustrados


Con la resaca aún del programa de ayer, cuento otra breve novedad editorial. Hoy es portada en notodo.com este reportaje acerca de preciosos libros ilustrados que son, en su mayoría, novedades editoriales y también son actos de amor de un dibujante por un texto literario.

lunes, 21 de septiembre de 2009

No podía ser de otra manera

Por más que se confabulen contra mí todos los subángeles del infierno, esta noche hay radio. Igual la semana que viene no, quién sabe, podemos todos desaparecer, "angelizados en masa", como en el libro que me ha ocupado todo el fin de semana: Dissipatio humani generis (la desaparición del género humano), de Guido Morselli.

¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor? estará en las ondas cibernéticas a las 23 h. Y lo podréis escuchar, si nada lo impide, en la web de www.radiocarcoma.com. Posteriormente, vamos, tan pronto como un rato después, en el blog del programa (quiereshacerelfavor.wordpress.com) y como podcast en iTunes.

Matar, los crímenes, la debacle humana en un lugar muy concreto, serán los protagonistas. Y hasta aquí puedo leer.

lunes, 14 de septiembre de 2009

¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor?

Todo lo anterior (esto y esto) para contar que esta noche vuelvo a la radio. Y no es cualquier radio. Es Radio Carcoma, emisora libre con veinte años de existencia, donde yo no he puesto el pie nunca, pero mi compañera/tentadora sí, más de una vez.

Regreso a la radio, y me parece lo más natural del mundo, pero lo hago porque me lo pidió/propuso Elena Cabrera. Y porque me parece una idea fascinante hablar sobre lectura y literatura durante una hora, de noche, a los micrófonos de un estudio montado en un locutorio telefónico, en un barrio madrileño.

Como la experiencia no ha sucedido todavía, no sé qué va a salir de esta noche.

La cita es a las 23 h. Y sólo en la página de Radio Carcoma.

Ya que estoy puesta, también cuento que hoy salió mi reseña acerca de El otro lado, obra de teatro actualmente en cartel en Madrid, en la fantástica web notodo.com. Total, que sigo preparando el lío del montepío.

//Actualización del día después y con el subidón todavía calentito: ya hay blog del programa y archivo de audio para poder escuchar el primer ¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor? cuando os venga en gana. Todo merced a la celeridad y las horas de sueño de Elena Cabrera.//

domingo, 13 de septiembre de 2009

Radio-amistad (2)

Se llamaba Carolina. Se murió un día, pidiendo una y otra vez la canción que más feliz la hacía. “Palabras para Julia”, la canción de Paco Ibáñez sobre el poema de José Agustín Goytisolo. En ese sentido, los trabajos de Mariluz tenían más efecto sobre ella. Y algo llega hasta hoy, desde esta muchacha Carolina, que podía haber sido abogado, limpiadora de escaleras o artista multimedial, si el folklor y la ginebra fuerte de la zona, aparte de la tuberculosis, se lo hubieran permitido.

Llega hasta aquí, hasta este instante. Ella se emocionaba con la agridulzura de los poemas cabrones, y prefería los sentimientos fuertes -dentro de la esperanza tenebrosa de la que esas palabras eran acompañadas-, sentía que debía agarrarse a algo verdadero, por duro que fuese, para poder seguir respirando, para pedir un segundo más de resistencia a sus pulmones. Los pulmones y el alma están fuertemente conectados: “Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido”.

Pero sí, tanto como dolía la vida, también era su contrario, su verdor, su belleza, su alegría, y el deseo de una mujer de veintipocos años de ser el centro y la esponja y el testigo de todo eso.

Cuando Carolina sentía que los días de la vida se le estaban descontando más rápidamente, les llamaba al estudio una y otra vez. Siempre tenía una nueva canción que sentir, que le transmitiría el mundo de detrás de las cortinas de organdí blanco.

Y Mariluz y Serafín hacían todo lo posible por complacerla. Incluso mosqueando a los otros enfermos del hospital que, si no conocían a Carolina, su candidez y su ardor, incluso llegaban a protestar por la repetición infinita de las palabras.

Agarrarse a las palabras, a los sonidos, repetir, aumentar la dosis, tomar de nuevo el poema, leer de nuevo el pasaje, escuchar otra vez la canción, para curar, para paliar la melancolía así como la salvaje certeza de que no tendríamos parte en la vida.

Serafín y Mariluz vieron perderse a varios de aquellos oyentes-pacientes, pero ninguno dolió tanto como Carolina. Ya tenían fecha para la boda (que sucedió un primero de mayo) y se dijeron, sin paliativos -y tampoco se acordará ninguno de ellos de quién tuvo la idea-, que si tenían una hija esta se llamaría Carolina.

Sólo para que el nombre le sonara, a la niña, algo grande y pesado, algo rococó y de demasiadas consonantes velares. Algo que sus tías ni sabían pronunciar -calorina, decía una-, y siempre prefirió la forma abreviada Caro. Sobre todo cuando supo que en italiano Caro es tan bonito como querido, amado.

También, y ella no sabía mucho de aquella muchacha Carolina, quiso cambiarse el nombre una vez. Convenció a todos sus profesores y compañeros de escuela de que, a partir de cierto día -el empeño duró aproximadamente dos años- debían llamarla Julia.

También, y siendo muy joven pero habiendo ya perdido aquel ímpetu de cambiarse el nombre -y quizá es que comenzó a entender que los nombres no son más que pegatinas, y que lo mismo daba uno que otro, y que su abuela jamás la iba a llamar Julia y Caro era tan corto y tan bonito- su primera experiencia en algo que los mayores llamaban “el mundo laboral” fue en una emisora de radio.

Pero de eso hace mucho, mucho tiempo. Han pasado veinte años. Pero Carolina, la del nombre de muerta, vuelve a la radio.

Radio-amistad (1)

Ellos se conocieron en una emisora de radio. Corría 1972 y en la ciudad se sentía cierto aroma de hippismo mezclado con el del buen jamón curado, así como el de esa cosa llamada libertad, ginebra fuerte y guitarra flamenca. No sé bien qué los llevó a esa emisora, que era libre, pero muy restringida, y no pagaba a los colaboradores, y casi tampoco a los limpiadores. Todos ellos sin excepción -Serafín Cantor era el primero- sabían que su tiempo era como el del voluntario del siglo XXI, limitado, puesto al servicio, agradecido sólo por unos cuantos que, personas sin esperanzas, se beneficiaban directamente de él. Del tiempo de Serafín -Jefe de Programas- y del de Mariluz, aguerrida locutora, que subían cada tarde al Hospital de tuberculosos conocido como el Sagrado Corazón.

Porque Sagrado es el corazón de generosa respuesta, eso me parece ver a mí en la distancia. Serafín disponía de una impresionante colección de lps y sencillos de 45 rpm que se llevó toda a la emisora. Mariluz obsequiaba a los enfermos (¿acaso no es todo oyente un paciente, y un enfermo?) con tímidas apuestas de canción de autor. Rebuscaba cada semana en las ofertas de Itálica Discos y siempre encontraba un “Quila” o un “Sosa” que llevarse.

Niguno de los dos sabía con certeza por qué pasaba el tiempo allí, salvo por el sentimiento de poder indoloro que da el abrir la boca cuando la luz roja del estudio se enciende. Él tenía ganas de hacer escuchar al mundo todo ese rock de cuero y pana del que le hablaban en la Discópolis. Ella, de entrenar los oídos para lo que se venía encima. Semana tras semana, regalaban esa música a sus amigos y amigas que, desde sus camas, les pedían más y más canciones. Haciendo eso, regalando, ofreciendo, brindando, se hicieron novios. Él estaba encantado –o simulaba estarlo- de que le hicieran escuchar esa arañante poesía de guitarras lloronas y quenas. Ella podía entender la fascinación de Serafín con un disco esteticista y barroco como Dark side of the moon. Nombres aquellos -White album, Electric ladyland, Ogden's Nut Gone Flake- que ninguno de los dos sabía pronunciar. Menos mal que estaban Led Zeppelin I, II y III.


Una imagen del antecesor de Serafín en la jefatura de programas.


Y, mientras ellos se hacían buenos amigos, también se hicieron excelentes amigos entre sus pacientes. Sabían que en cierto modo les tocaba hacer del hermano que estaba haciendo la mili, o de la amiga que apenas llegaba porque siempre estaba de exámenes finales. La tuberculosis suena como a plaga de otro tiempo. Pero es en 2009 todavía una epidemia mundial, “a punto de empezar a disminuir” de acuerdo con los documentos que maneja la OMS. A la sazón deja unos 8 muertos por cada 100000 personas en Europa, una cifra muy lejana de los 4 que provoca en “las Américas”.

En 1964, la tasa de mortalidad en España era de casi veinticinco. Y se infectaban, en la comunidad autónoma donde Serafín y Mariluz se hicieron amigos, novios, esposos, amantes y padres poco tiempo después, a más de 1500 personas por año. Una de esas personas era no más que una muchacha de veintitrés y, ni los precarios cuidados del hospital, ni la terapia musical dispensada por ellos dos y otros cuantos voluntarios del alma, la hicieron resistir lo suficiente.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Preposiciones

La penúltima luz de la tarde me está entrando en forma de rayo verde directamente a los ojos, desde la ventana que tengo frente a mi escritorio. Recupero mi espacio. Las bibliotecas me añorarán. Mi hija V juega a escribir palabras con números, sin saber que está escribiendo una nueva página de la semiótica. Una vieja canción suena en mis oídos, repitiendo su estribillo en francés y trayéndome antiguas imágenes de cuando mi juventud, la juventud de todos, no sabía lo que se le vendría encima. Mi hermana me manda mensajes cifrados de esperanza. Yo recojo mis bártulos intelectuales. Tengo dos docenas de libros recientes sobre la mesilla. Sé que hay amigos a los que no puedo importunar. Trabajar es lo único que sé hacer contra la melancolía. No contra, más bien sobre. Las preposiciones. El exilio forma parte de mí. Está dentro. Con. Vivir Madrid con consecuencia es vivir en exilio. No me pongo ante. Me pongo después. Yo siempre fui un después inconsecuente.

Pero sé que ahora todo es hacia.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La condesa sangrienta (reseña)


La condesa sangrienta
Alejandra Pizarnik
Libros del Zorro Rojo

El personaje es fascinante -e incluso el libro que inspiró este texto, de la francesa Valentine Penrose- pero no necesario. "La condesa sangrienta" de Alejandra Pizarnik -urdido como reseña y publicado en la revista Testigo de Buenos Aires, en 1966- es un texto sobresaliente por sí mismo, de factura tan definitiva que uno no puede sino dejarse atrapar por su prosa, tan pronto inicia la lectura. Esa prosa: afilada y precisa, descriptiva pero cargada de lujuriosas connotaciones, organizada en breves "cuadros" que van perfilando el cotidiano deambular/torturar del sujeto al que se adhiere, generando una reflexión sin trampa sobre el horror, el abismo, la libertad, la melancolía y la "belleza inaceptable", fragmento tras fragmento. Esos esbozos funcionan como representación hirsuta, tan vivaz y tan mentirosa como un cuadro barroco, tan irónica y autoconsciente como una novela postmoderna. "La condesa sangrienta" no es un libro fácil, sí envolvente. Y, a tenor de las ediciones que se podían encontrar hasta ahora, alguien tenía que venir pronto a darle al texto entidad de libro. Lo que hace de esta edición una experiencia nueva -disfrutable, también- es concluir uno cualquiera de los cuadros, pasar la página, y encontrar uno de esos demenciales dibujos -rojo, negro, blanco- del ilustrador argentino Santiago Caruso: entre el simbolismo y la representación, fraguados en la oscuridad, casi puede sentirse en ellos el dolor de las mujeres que sacrificó para sí misma la triste Condesa.

//Publicada en Go Magazine septiembre 2009//

lunes, 7 de septiembre de 2009

Amor transversal

Paso llorando la noche,
aguardando la mañana;
y es de condición tu sol
que, no saliendo, me abrasa.

(anónimo musulmán)

Sentir de una pasión viva y ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día,
dudar, sufrir, llorar eternamente.
Amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía

(Gaspar Melchor de Jovellanos)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Hijos de Saturno

Desde mucho antes de que la melancolía se asociara, mediante la astrología, al influjo del planeta Saturno, era este astro el que se entendía padre de los caracteres melancólicos. Opuesto al sol, en el otro extremo del universo, derramaba sobre los hombres la audacia y la imposición de transgredir todos los límites impuestos.

Griegos, astrólogos de la baja Edad Media y pensadores del primer Renacimiento hicieron el resto. Nos liberaron del pesado yugo que la Edad Media impuso sobre la melancolía (tienes exceso de bilis negra, estás desequilibrado y enfermo, hay que purgarte, estás endemoniado, eres un pecador, un soberbio, gasta tus energías en la gran obra de Dios, aléjate del pensamiento profundo, los estudios nocturnos, y come gallina seca).

A partir de entonces, podríamos dejar el eléboro. Saturno nos alimentaría y nos daría razón de ser. Ya no estábamos enfermos, tan sólo señalados por un potente rayo. La brutalidad del vaivén en el que somos gestados nos hará desdichados y felices al mismo tiempo. Y además se puede combatir, aunque sea inútilmente. Siempre podemos combatir. Porque, ¿qué mira tras la ventana la mujer al sol de Edward Hopper? La infinita incomprensibilidad del mundo, la vasta belleza del mundo, inaprensible y efímero; un mundo lejos de su cuerpo desnudo, privado de todo verdadero contacto. Pero la luz se derrama, a pesar de todo, sobre su oscuridad interior.

//Melancolía, de Laszlo Földényi -Galaxia Gutenberg, 2008- en sus páginas 102 a 106, muchas horas de trabajo y todas las lecturas que estoy realizando estos días motivaron este amago de composición conceptual-fotográfica.//

jueves, 3 de septiembre de 2009

Breve guía para el exilio en la ciudad

Si alguna vez te encuentras en una situación de coordenadas parecidas a éstas:

no tienes casa, o la tienes pero no
las ganas de ver a gente y hablar cafés y cervezas se quedan atrancadas en eso, en las ganas,
no hay novia, ni novio, ni perrito que te ladre,
la ciudad está abierta y no conoces sus posibilidades,
no quieres abusar de los amigos
no quieres gastar dinero
pero
a lo mejor es el momento de usar las horas en cosas útiles (que no dan dinero, pero pucha que dan placer),
entonces

Sigue esta breve guía para el exilio en la ciudad. En Madrid.

Opción 1 - 0 euros.
Toma tu libro y tu cuaderno. Vete al Retiro. Da igual la época del año y la hora del día. Siempre serán dos grados menos que en el resto de la ciudad. Hay hermosas chicas y hermosos chicos. Los colores del parque son intensos y sublimes en cualquier momento. Las oportunidades para encontrar un buen rincón donde nadie te moleste son dos millones. Puedes pasear la vista, el pensamiento y el alma por los verdores o perderte en tus laberintos: escríbelos y publícalos luego. O no.

Opción 2 - De 0 a 1 euro.
Toma tu ordenador portátil. Tu cuaderno, quizá. O un par de libros. Vete a la Casa Encendida. Da lo mismo el día de la semana y hasta casi la hora. El horario es amplio, está abierto incluso en domingo, disponen de sala con una mediateca más o menos decente (puedes ver un dvd del catálogo por 1 euro), puedes conectarte a la wifi un par de horas gratis, tienen biblioteca, sala de lectura y la mejor terraza de esa parte de Madrid.
Si la cosa va para largo, si te sobra el tiempo y te aburrió la lectura, hasta puedes meterte en las exposiciones o en los conciertos, muchas veces gratuitos.

Opción 3 - 0 euros (más la paciencia).
Es necesario salvar una docena de obstáculos, casi como en un rally o un safari. Pero una vez que encuentras el sitio adecuado, la Biblioteca Nacional es simplemente el paraíso.
Control de seguridad de la puerta. Hacerte el carnet de lector. Taquillas para dejar todo salvo lo que se permite pasar (unos papeles o un cuaderno, un bolígrafo, un laptop, nada de libros). Segundo control de seguridad.
Si vas a leer: solicitar el libro (siempre por antelación, recomendado, porque la gran mayoría están en la nueva sede de Alcalá). Solicitar el pupitre. Sentarte. Conectarte. Disfrutar. Lleva siempre chaquetita, el aire acondicionado es salvaje. Todo el mundo es muy serio, pero de lo que se trata es de estar bien. Horas bien utilizadas.

Opción 4 - De 0 a 40 euros.
Biblioteca del MNCARS. La investigación se ha detenido aquí. Igual cuento con nuevos datos pronto. Puedes pasar un ordenador, pero nada de libros. El horario, sólo entre semana. Es gratis, por supuesto. El problema: la librería la Central, allí pegadita.

//en improvisado diálogo con la entrada del realismo en Madrid, de este blog//

martes, 1 de septiembre de 2009

La condesa y yo



¿Cuántas veces habré escrito el nombre de Erszebet Bathory?

El texto de La condesa sangrienta llegó a mis manos hace muchos años, pero sólo en fragmentos, recopilados en Semblanza, primer libro del que tuve noticia de la argentina Alejandra Pizarnik, que me fue recomendado por Mario (Silvania, Ciëlo). Le tengo puesta la marca: julio de 1996 -porque tras su recomendación, lo compré en una librería ya inexistente de Sevilla, de nombre Aconcagua, especializada en literatura hispanoamericana-.

Semblanza no es propiamente un libro de Alejandra, sino una selección hecha a través de los poemas y textos variados de la solitaria argentina, y editado en 1992 por el Fondo de Cultura Económica. En aquel tiempo, también era la manera más completa de leerla a ella, porque existía este y algún que otro librito en Visor, absolutamente recomendable; fue después, en la siguiente década, cuando Lumen comenzó el trabajo de compilar todo su material (Poesía completa, Prosa completa y Diarios).

Que la nocturnidad y la fecundidad de este precioso alma en pena poética habían que hablarme al oído era cuestión de tiempo. Y si, allá por los tiempos en que terminaba mi carrera y no sabía qué hacer con ella, su escritura era todavía un misterio para alguien como yo, poco cocido en poesía, los años dijeron que me acercara una y otra vez a Semblanza, al libro-pedazos, donde se esconde un poquito de lo mejor de cada libro, pero donde ninguno se puede degustar al completo.

No mucho después, me llegó como regalo de cumpleaños el libro-detrás-del-libro, la excusa de la que nació La condesa sangrienta: la historia que, con el mismo título, contó Valentine Penrose.

La fascinación está detrás de muchas cosas, y hoy mismo he sabido que el término, tan de moda en nuestro vocabulario, el “entusiasmo”, tenía un sentido bien distinto en el siglo XVI y XVII: se trataba de un vocablo peyorativo y designaba a los seguidores de ciertas sectas; y el entusiasmo se creía causado por la melancolía, la epilepsia o la histeria. (Es por eso que Gepe pudo escribir, ahora lo entiendo, aquello de “me muero de entusiasmo”).

Pero me vuelvo al XVII, a la comarca húngara donde se aposentaba el castillo de Csejthe: la historia está contada en docenas de lugares (el mejor y más completo libro-documento es el mencionado arriba, de Penrose), hay blogs, páginas personales y artículos muy sesudos disponibles en internet para quien quiera saber acerca de las “torturas por agua”, “la Virgen de hierro”, las noches de tormentos, el resultado de todo aquel entusiasmo de una noble azotada por la melancolía.

Importa, me importa a mí, no tanto el sujeto histórico y las víctimas reales, como el personaje creado a través de las escenas-cuadros que componen la reseña de Pizarnik. Es ahí donde vive mi condesa. Fue con ella, muy posiblemente, donde por primera vez tuve conocimiento del tema que me ocupa hace tanto tiempo.

“Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya "la farsa que todos tenemos que representar"”

El texto es magnífico, preciso, proporcionado y -sólo aparentemente- falto de entusiasmo. Pizarnik hace una disección exacta de los temas contenidos en el libro-excusa y los ofrece a modo de cuadros barrocos: cada uno de los fragmentos parece exponer minuciosa, prolijamente una escena, hecha de autenticidad y falsedad en amistoso diálogo, como en cualquiera de los cuadros de Velázquez. Alejandra compone un fascinante poema en prosa sobre la belleza, la crueldad, el sadismo, la libertad, la tristeza inherente a ella y la falta de asideros en el mundo del carácter melancólico.

En el fondo de toda su exploración lingüística, subyace esa subliminal aventura por tratar de entender lo que es capaz de hacer el ser humano con las facultades que le son propias -creatividad, inteligencia, belleza- en un contexto de completa libertad. Porque, ¿qué se hace con la libertad cuando uno, dentro suyo, está envuelto en su propia mortaja?

“Lo cierto es que había entre Erszebet y los objetos algo así como un espacio vacío, como el almohadillado de la celda de un manicomio. Sus ojos lo proclaman en el retrato: intentaba asir y no podía establecer contacto. Ahora bien, querer despertarse de no estar vivo es lo que hace aficionarse a la sangre, a la sangre de los demás donde quizá se escondía el secreto que, desde su nacimiento, le había estado velado” (Penrose, V.).

El “agujero” o la “disonancia”. Lo que yo llamo desde hace algún tiempo “melancolía del intervalo”, la imposibilidad de conectar, el vacío sucio que se abre entre el alma melancólica y el resto de las cosas (en resumidas cuentas, lo que Kant, tan racionalista él, tan alejado del mito de la condesa, llamaba la incapacidad para alcanzar con el entendimiento el noumenon, y ahora me explico mi propio entusiasmo con los textos de Kant cuando estudiaba filosofía).

Es por eso que creo saber dónde nació la reseña La condesa sangrienta, editada primeramente en una revista bonaerense (1966) y después en libro (1971) y que para Alejandra, siempre tan autoconsciente, constituía la definición misma de su estilo. Erszebet Bathory encarna un símbolo. Una imposible realización del agujero, el intento -fracasado al cabo, pero intento dentro de las circunstancias especiales de un ser tocado por el privilegio aristocrático y el cáncer melancólico al mismo tiempo- de completar el intervalo.

Otros lo intentamos de mucho más humildes maneras.

Pasó el tiempo y la melancolía se alzó, poniendo nombre al agujero. En 2009, la condesa volvió a mí. A través de una nueva edición, donde Pizarnik sin saberlo pasa el testigo a un dibujante, otro argentino llamado Santiago Caruso. Santiago, como dato casual, es nacido el mismo año que el chileno Gepe.

Llega Santiago y completa los espacios dejados en los cuadros verbales de Alejandra Pizarnik. Caruso, que ha hecho todo tipo de trabajos en el terreno de la ilustración, desde cuentos infantiles a El horror de Dunwich, se empapa de condesa, de sangre, de Csejthe y melancolía. Llega Caruso y dibuja ese retrato. Se olvida de las imágenes que circulan de la condesa (todas falsas, el retrato original se sabe desaparecido y sólo se conoce en copia). Dibuja su terrible pena. Su incapacidad para conectar con el mundo. Dibuja ahí mismo su agujero. Y es imposible de llenar.

//La condesa sangrienta en edición ilustrada, Libros del Zorro Rojo. La ilustración es obviamente suya, y la publico sin pudor y sin permiso.
Tomo hoy aquello que tendría que formar parte de la Cámara de las Maravillas y, sin pudor y sin permiso, me traigo aquí los temas//

//Pequeña actualización-del-día-después: me muero de entusiasmo está en esta canción. "Es como morirse de pena por algo también, comerse la sal y el azúcar al mismo tiempo". Lo que me gusta de este chico es esa grandeza pequeña, o pequeñez grande. Algo muy difícil de conseguir en lo musical, pero mucho más en lo poético. Pizarnik lo sabía hacer.

A algunos, los temas de los que hablo aquí les sonarán muy antiguos. Así es el alma melancólica. Se apega a las pocas cosas que les dan firmeza, e insisten en ellas hasta la extenuación. Por eso, existe esa etiqueta en este blog, "melancología".//