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viernes, 9 de septiembre de 2011

A la rica caza

Lo decía Guillem Martínez en una de esas entrevistas recientes sobre la Cultura de la Transición: "La CB (Cultura Brunete) es el primo de Zumosol de la CT. Es una cultura importada y pagada con dinero de FAES a los think tanks republicanos" (del artículo El pelotazo de la cultura, de Pablo Elorduy e Irene G. Rubio, Diagonal 23/06/2011). También decía en otro momento de ese "especial" Cultura de la Transición: "Está sobreexplotada ETA, muy sobreexplotada. Han conseguido eliminar tres partidos, es muy serio". Y en esta última frase se refiere al movimiento #15M.

No soy analista política, un poquito podría considerarme analista de los medios o de la información o de la cultura, en este último ítem me podría llamar aprendiz, en fin. Sólo sumo, corrijo, resto, divido y multiplico, la ecuación se está haciendo sola a medida que recibo códigos. Y no están muy ocultos.

Si la CB es una versión iracunda de nuestra CT (le importa un pepino el consenso), si se muestra irracional, fantasiosa y tremenda como lo fue su líder espiritual (Aznar), si tiene voces que podrían ser leídos y escuchados por muchxs como una versión enternecedora de la parodia de Chaplin sobre los dictadores (de Jiménez Losantos a Sánchez-Dragó, y sólo dejo un enlace a su última chorrada autoparódica), la CB es lo que viene, o es la cara B de la Cultura de la Transición que sí, que parece agotada. Que no se ha muerto.

Visto que la alternancia no alterna nada, en verdad, y que esos dos grandes importantísimos partidos ya no son Jekyll y Hyde sino los dos a la vez en un mismo rostro, lo que viene es una CTB. No podemos escandalizarnos ni un poquito por las portadas de La Gaceta  ni por los debates de Intereconomía, porque esta cultura los ha dejado existir, crecer y posicionarse como medios a los que muchos (cada día más) otorgan credibilidad: eso quiere decir que les otorgan la posibilidad de instalar su visión del mundo en sus cabezas.

Da bastante miedo. Puede que esos dos medios que menciono nos parezcan de risa, pero el problema (como me señaló alguien en twitter estos días) es que, mientras nos reíamos, se crecieron. Y la osadía se extiende y multiplica.

Sobre esa misma ecuación que se me ha ido "revelando" (y es que venimos de un verano agostado, santero y milagroso como pocos), ETA ya no existe, por más que se empeñen en darle de cuando en cuando un espacio en cuerpo 60 en un titular (uno de los últimos que leí la daba por muerta, y creo recordar que se disputaban la autoría de su asesinato).

Lo que existe en su lugar son los indignados, palabro por el que muchos hace rato no sentimos ninguna simpatía (etiquetar funciona como mecanismo de reducción). Lo contrapongo a riesgo de que se me malentienda: los indignados vienen ocupando en estas semanas, en pequeños brotes, el lugar que se asignaba a ETA en nuestra "cultura". Se nos ha mostrado increpando a peregrinos, se nos ha mostrado en asambleas y sentadas como un peligro y, la de hoy, se nos señala como infiltrados en las reuniones de los profesores.

Esto último no lo hace un medio, sino directamente un político. Dando carnaza.

Ya sabíamos que se nos prefería quietos, callados y consumiendo. Pero consumir apenas podemos y nos queda un espacio mental importante en nuestros cerebros mientras, con una lata de gaseosa del Día, nos quedamos en cuartos alquilados o nos sentamos en las plazas entre palomas grises. Hemos encontrado una forma mejor de invertir el espacio mental y de usar las plazas. La indignación, que pudo ser la chispa, ya no es crucial. El trabajo que se está desarrollando es la creación, y visibilización, de conciencia crítica distribuida y multiplicadora. Y como no dejan de echarnos leña, ahí seguiremos.

En los medios, se pasó de la indiferencia o la ausencia total a ocupar algún que otro espacio importante, a tener sobre el movimiento los ojos de los opinadores y todólogos de todo signo (con un paternalismo y una condescendencia crecientes, brutales y asqueantes). El #15M o la revolución de la ciudadanía harta, positiva, esperanzada y crítica, ya se está presentando al común como una epidemia, un mal, un cáncer, un fenómeno terrorista. No queda Transición, no queda guerra, y no queda más enemigo que el ciudadano que se ha cansado de que le expolien sus derechos.

PD. Soy bastante avestruz. Habitualmente huyo de aquello que me hace daño. Por eso este post es muy raro en este blog. No tengo vocación de Cassandra, por demás.

sábado, 27 de agosto de 2011

Vacaciones ficción


Toda vacación es un asunto que compete a la ficción, no a la realidad.

Desde el momento en que estableces un tiempo comprado (o usurpado a costa de tus finanzas) a la rutina; desde el momento en que decides generar (o te generan, a golpe de talón) un paréntesis en los días, sus rutinas y obligaciones. La burbuja se instala como si abrieras una sima en la realidad, un vídeojuego, un universo alternativo en el cual es posible sentarse en torno a una hoguera para escuchar un cuento maravilloso tras otro.

No para otra cosa son las vacaciones. Las vacaciones son el tiempo de la ficción. Quieras o no quieras rodearte de ellas.

La mediavida que llevamos no puede ni de lejos competir con la maravilla destilada que hay en una narración / que hay en una vacación.

Mírate a ti mismo antes de salir. Mírate después. No eres el mismo, la misma, en serio quieres ser otra, el solo desplazamiento obra el milagro. Partes a un lugar donde nadie sabe quién eres en realidad. Donde nadie va a pedirte cuentas por lo que dejas sin hacer, por lo que no contestaste.

Una gran parte del esfuerzo de esa vacación consiste en impostar. Impostar que puedes pagarte ese viaje, a priori. Impostar que ése es el viaje que sin duda quieres, como segunda mentira. Impostar que allí y sólo allí vives esos días como si fuese el paraíso, ya se trate de una habitación de tres estrellas es un resort de Cancún o un alojamieto rural en Las Hurdes.

Según la configuración de esa vacación -designada/diseñada- el relato será más fuerte, más perviviente, o sobreviviente a secas. Tal cual una buena historia contada al raso, bajo las estrellas, la narrativa de la vacación podrá instalarse virgen y plantar semillas para mantenerse un rato en el magma rutinario, lobotomizador del curso escolar. La vacación como píldora -ni azul, ni roja- para habitar en otra matrix, diferente pero igual, de la que te acoge el resto del año. La vacación como ticket dorado para una función exclusiva -de 3 días o 3 semanas-, directamente inoculada a tus sentidos.

La vacación es silente. Te necesita. La vacación compete a tus habilidades como organizador de salidas turísticas o a tu ciega confianza en un tour-operador, el mayor mago posible sobre la tierra (fuera de los vídeo-djs). En uno y otro caso, tú y los demás esperamos que esa vacación, esa bisagra, ese transcurso, ese símil sumergido de la vida en el Olimpo, pueda ser narrado.

A mí me basta habitualmente con la narración privada. Cuando contaba 10 o 12 años, en mi lugar de vacaciones habitual, el pueblo de la abuela, jugaba a sentarme en las piedras manchadas de azufre del río Odiel, y creer que era una diosa (del Olimpo) que podía servirse miel y ambrosía sin cesar, directamente de los recovecos que el mismo agua había horadado en las piedras.

De mis siete días comprados de vacación, recuerdo una playa compartida, pero prácticamente mía a partir de las 8pm. Recuerdo unos cuantos hábitos que acoges en las primeras 24 horas como te agarrarías a las tablas de una balsa (pedir un galão para desayunar, solicitar una caneca en la barra al atardecer, aparecerte antes de las nueve en las duchas para no sufrir las colas, acostumbrarte al grito de "Bolinhas, bolinhas" desde temprano en la mañana hasta última hora de la tarde...). Recuerdo unos ojos azules con profusión de pestañas que me despidieron tras siete días en un lugar en el que nadie sabía mi nombre propio.

Toda vacación está abocada a convertirse en una reunión de cuentacuentos milagrosos. Podemos soportar con sonrisa estólida la narración de los que tuvieron suficiente dinero o sangre fría para comprarse un mes en Veracruz o en Tánger. Podemos soportar la historia del ligoteo de verano de la amiga que no termina de sentar cabeza (o que, merced a la ficción, su vacación la convirtió en mercancía). Podemos escuchar en los próximos meses docenas de cuentos, de narraciones, de historias.

Aunque ninguna nos dejará tan satisfechos, tan lozanos, tan creativos como nuestra propia narración.

Por supuesto, esta entrada fue creada para hacer mi propia ficción.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Plaza tomada

"Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia"
Julio Cortázar, Casa tomada
No sé la hora exacta. Hacia las 20 h., éste era el aspecto de la Puerta del Sol (vía @phierrecom @chalamanch)

Plaza tomada
Nos gustaba esta plaza porque, aparte de espaciosa y tradicional y con sonidos de campanas cada hora (hoy, que las plazas antiguas sucumben a la más ventajosa extorsión y privatización del espacio público y sus áreas susceptibles de publicidad y mercadeo) guardaba los recuerdos de una revolución que comenzó el 15 de mayo de 2011 y llegó a dejar una placa conmemorativa a los pies de Carlos III, el guardián de nuestra dignidad, lo máximo a que puede aspirar un rey de piedra de otro siglo.

Nos gustaba esta plaza porque la hicimos símbolo, centro de encuentro, ágora de pensamiento, intercambio y reflexión. La hicimos, entre todxs, el principio de un despertar.

Pero nos la tomaron, con toda la violencia del mundo, con un centenar o más de fantasmas armados que mentían a la ciudadanía: "Zona de seguridad". A diferencia de nosotrxs, los fantasmas no la compartirían con nadie más.

Nos gustaba esta plaza, y fuimos al asalto del resto de la ciudad. Estábamos con lo puesto. Antes de alejarnos de allí no sentimos lástima, ni enojo, ni siquiera miedo. Era nuestra manera de retarlos, por ver si eran capaces, los fantasmas, de tomarnos la ciudad entera.


domingo, 10 de julio de 2011

¿Dónde estabas tú en 1998?

1998. Año en el que se funda ZEMOS98. El acta de constitución legal de la Asociación Cultural comenzemos empezemos está firmada el 4 de octubre de 1998. Legalmente, el colectivo ZEMOS98 veía la luz por primera vez a partir de entonces. El Último de la Fila se separaba definitivamente, mientras el Gobierno español autorizaba la utilización de la base de Morón de la Frontera (Sevilla) a las tropas de Estados Unidos en caso de un ataque contra Iraq. Mientras la película Titanic recibía 11 Oscars, Netscape Communications Corporation anunciaba la creación de mozilla.org para coordinar el desarrollo del navegador web de código abierto Mozilla. El desastre de Aznalcóllar, la detención de Augusto Pinochet en Londres, la transexual Dana International venciendo con el tema Diva en Eurovisión, el Mundial de Fútbol en Francia, la creación de la Asociación de Internautas, la victoria de Hugo Chávez por primera vez en las elecciones presidenciales en Venezuela y hasta el nacimiento de Google. Todo eso ocurrió en el año 98. ¿Dónde estabas tú en 1998?

//Rubén Díaz en el texto: Nosotros, siempre nosotros... más algunos amigos, incluido en Código fuente: La remezcla, Zemos98 10ª edición//

¿Dónde estaba yo en 1998?
Sirviendo de camarera en un restaurante.
Intentando escapar de mi ciudad natal, Sevilla.
Intentando comprar un ordenador para conectarlo a Internet.
Ingresando a ciertos foros y contactando con personas con inquietudes similares.
Enamorándome.
Viajando a Chile (sí, el "hogar" de Pinochet).
Instalándome allí por cuatro años.
Instalando el virus de ese otro lugar en mi ADN.
Y teniendo hijos.

¿Dónde estoy yo en 2011?
Muy lejos de aquello y a la vez muy cerca.
En Madrid y en las redes, sin culpa.
Recuperando narrativas internas y externas.
Recreando otras.
Creando cosas y criando hijas.
Devota de nuevas personas, de nuevas redes, de nuevos amigos.
Remezclando, haciendo del concepto algo central en mi forma de entender la creación. Y escribiendo, de nuevo, un manuscrito que tiene varios años de preparación. Quisiera creer que es la definitiva.
Preparando el último programa de la 2ª temporada de ¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor?
Que va de... mezclar y remezclar, de un libro, de una filosofía, de un sistema epistemológico de entender el mundo y de una experiencia.
Código fuente: la remezcla.

jueves, 16 de junio de 2011

Tú eliges

miércoles, 1 de junio de 2011

Apuntes para una estrategia

(Un poema de José María Gómez Valero)

Ellos,
quienesquiera que seamos,
siempre serán más.

Nosotros,
quienesquiera que sean,
siempre seremos menos.

Una vez dicho esto
pasemos a la acción.

http://www.twitlonger.com/show/ams2bt

Escribir más y largo sobre la situación actual de las acampadas y sobre todo acerca del relato exterior, omnímodo, de lo que está pasando. Eso quisiera pero no alcanzo.

Ésta es mi cama en estos días en que paso unas quince horas al día sentada al ordenador (mi cuarto propio conectado, visto por uno de sus flancos).


Y ésta es una selección de las octavillas diseñadas por mi hija Arancha (10 años), horas después de nuestra visita a la #acampadasol (poco antes de las elecciones 22M)


Tenía algunas más y no los encuentro ahora.

Tengo una colección de cuarenta o sesenta enlaces por leer con respecto al tema de las acampadas.

No me gusta usar la etiqueta #indignados. He pasado al siguiente nivel. Mi indignación ha dado paso, en las últimas dos semanas, a mi hambre de futuro.

Tendría que contar con días de setenta y dos horas para dar cuenta de la manipulación tan bestial a la que está siendo sometida la revolución tranquila desde el día posterior a las elecciones.

Nuestras ambiciones, nuestro hambre (hablo en una primera persona del plural sin haber pasado ni un solo día en las acampadas) no se acaba con una visita a las urnas. Eso es lo que ellos se creen.

Después, el viernes 27, vino el intento de desalojo (o desalojo completo) de la #acampadabcn. La indignación también dio paso a la vergüenza.

Y veo brotar a mi alrededor a seres tibios, gente de mi edad y aún más jóvenes que, tan cagados en el alma y en el futuro como yo misma, miran al movimiento con escepticismo. Creyéndose lo que ha contado la Ser, el ABC o La Vanguardia (que no me da de comer, me paga un artículo cada tanto).

Ellos hablan, en verdad gritan, más alto y más fuerte. Nosotros somos menos. Pero resistentes. La única estrategia posible es hacerse omnipresente.

Y escribí hace pocos días:

Y las acampadas prendieron... en los niños de 10 años que las visitaron y se empoderaron

viernes, 20 de mayo de 2011

Remezclar la democracia


Apagad la televisión, no dejéis que os lo cuenten.

El miércoles quería ir a Sol con mis hijas y, finalmente, gracias a la "prohibición" delirante de la Junta Electoral, me rajé por miedo a si surgían problemas. Supe luego que todo había discurrido en la más absoluta normalidad, que toda la presencia policial se resumió en algunas solicitudes de documentación.

Sol es el km. 0 de España. Pero hay muchas más plazas.

Ayer en la tarde del jueves estuve en la Nueva Plaza de Sol. Y vaya por delante que hay muchos informando y viviendo en primera persona aquello, que no soy más que una turista que siente la necesidad de dejar aquí lo que vio.

Hay una pequeña ciudad dentro de la ciudad.

Hay apropiación del espacio público. Es un nuevo lugar donde no se te exige ser consumidor y sí ciudadana.

Hay gente interesada, gente emocionada, gente participando y ayudando en cada espacio: enfermería, comida, sociedad, infraestructura, debates. Hay gente curiosa. Hay gente firmando. Hay quienes no se atreven a hacer un cartel, pero están felices leyendo los carteles ajenos. Y sacando fotos con las que inundan el espacio público digital.

Hay conversaciones y diálogos en casi cada metro cuadrado. Por supuesto las asambleas -escuché algunos trozos-, y también encuentras corrillos improvisados de adultos conscientes y responsables, de todas las edades, debatiendo temas, cada vez que tomas una dirección. Hay gente mayor, que para a los jóvenes para decirles: "Que esto no se acabe el lunes, que esto tiene que seguir, hacedlo por todos".

Hay lonas y toldos colgados en el centro y una ciudad de arquitectura efímera que se debe apuntalar cada vez que viene un golpe de viento. Todos echan una mano.

Hay muchas cámaras y móviles y es, esto sí, realidad aumentada: leer y escuchar, tener el twitter y las orejas a la vez para dar forma a un discurso en construcción.

Hay un laboratorio constante de ideas. Apropiación, autogestión, acción pacífica, reivindicativa y ciudadana que nos devuelve a todos a la vez -aunque no seas más que un turista como yo- la dignidad de los foros públicos.

Hay empoderamiento. Joder, si hay.

Hay, una cosa que me impresionó, hambre y mendicidad. Cuando entraba bajo las lonas, me adelantaron al menos una docena de personas vestidos en harapos; se dirigieron al mostrador de "comidas" de los acampados y pidieron. Salieron cada uno con una botella de agua y una naranja.

Hay sueños colgados de cada muro y dicen algunas, muchas cosas que he pensado en los últimos tiempos, desde que me vengo dando cuenta de que regresar a España fue continuar en un exilio. Si no tenemos sueños seremos pesadillas.

Hay muchas más cosas, pero no es un parque temático, es un espacio de acción. Levántate de tu silla y ve.


Él nos mira complacido de nuestra desobediencia civil. Hay muchas imágenes impresionantes circulando por la red, un botón de muestra en la galería de Julio Albarrán.

jueves, 19 de mayo de 2011

Democracia real ya

Como dije en la entrada anterior, no nos pueden quitar nuestro derecho a estar indignados. Ni el derecho al ideal.



He llorado al ver este vídeo -demasiado spot publicitario, pero bien que un spot por fin consista en vender algo real-. Esa cosa real se llama esperanza, creo.

martes, 17 de mayo de 2011

Volver a los 17: indignaos

La foto es de sylavin

Esta mañana no he podido trabajar, esto es, atender a las labores que me dan, a duras penas, de comer. La agenda está repleta de tareas por hacer y la lista me reclama para que me ponga a hacer "ticks" sobre ellas. Hoy no.

Hay veces en que esta silla es tan acogedora como una tumba.

No estuve el domingo en la manifestación del 15 de mayo. Y me arrepiento mucho. Me acosté varias horas más tarde de lo razonable por simultanear el trabajo con el seguimiento de las concetraciones civiles, ciudadanas, humanas, que se desarrollaron en más de 50 ciudades españolas.

Cuando no tengo nada que decir, suelo callarme, y eso hago también en las redes sociales. Hasta que en el curso de estas casi cuarenta y ocho horas he seguido recibiendo y leyendo noticias, aproximaciones y análisis sobre qué han querido decir estas personas alrededor del lema Democracia Real Ya.

No esperéis un acercamiento frío y serio, porque estoy absolutamente enrabietada. No solamente por la desfachatez del poder político, también y sobre todo por el enfoque que se ha dado a las manifestaciones desde los medios. No son cuatro gatos y no son jóvenes "anti-sistema". Hubo en todas las ciudades muchos y muchas de todas las generaciones posibles, con historias personales de todo tipo y cero agresividad.

No hay nada blanco ni negro, que llevo ya casi cuatro décadas en el mundo. Lo que no puedo asimilar es que alguien que esté mínimamente en mi situación -cinco millones de parados y muchos millones de precarios, es decir, somos muchos-, que necesite expresar su frustración en la calle, sea llamado "radical". Radical de "raíz", vale. Radical de "basta", vale. Radical de "queremos pensar por nuestra cuenta", vale.

Y el movimiento que se expresó el domingo dijo esas cosas y más: Basta de mangoneos, de recortes de derechos y de políticas a espaldas del ciudadano. Basta de mentiras, de EREs multitudinarios y balances anuales sanos y gordos de las grandes corporaciones. Basta de desviar los recursos del país al banquero y a la sociedad anónima. Basta de hacernos pagar la crisis y no escucharnos. Basta.

Mi padre, de 63 años, se pregunta por qué ninguno de sus tres hijos, con estudios, carreras y experiencia laboral de sobra puede hoy vivir autónomamente, con más de treinta años cada uno.

Yo me pregunto qué clase de mundo le voy a dejar a mis hijas en el que un buen montón de jóvenes indignados no pueden realizar una protesta pacífica y pasiva, en la Puerta del Sol, sí, porque es el lugar más visible de toda la ciudad de Madrid y porque así lo han decidido. Y se les desaloja de madrugada, monos de uniforme y porras contra hombres y mujeres sentados, con nocturnidad y alevosía.

Claro que podría estar allí: de hecho estoy deseando levantarme de esta silla e irme a Sol, a la concentración de las 20 h. Tengo dos hijas. Tengo responsabilidades. Y no tengo futuro. Esta mañana me la he pasado tarareando con mucha rabia "Volver a los 17", porque su mensaje encaja de perlas en el tipo de sentimiento de impotencia y asco que me tiene paralizada. Violeta, en principio, habla del amor, pero hoy leo su letra como un resumen de la furia y la lealtad al ideal (ideal, sí, digo la palabra con todas sus consecuencias, debemos volver a responsabilizarnos por las palabras, debemos dejar de permitir que nos mangoneen, también, las palabras) que tuvimos, que sentimos, que hoy deberíamos estar actualizando en su potencia.

Quisiera ser "frágil como un segundo" pero roja y violenta como una amapola de mayo, y pasarme la noche allí con esxs muchachxs indignadxs. Volver a los 17, pero con mi conciencia política de hoy.

Todavía más, hoy también me aferro a otra canción de Violeta Parra, "Qué vamos a hacer": "Qué vamos a hacer con tantos y tantos predicadores"... Cambiemos por un momento el verso para que encaje "ladrones" o "políticos". Están intentando beneficiarse de un movimiento civil, autónomo, independiente, espontáneo e inmanejable de indignación y hartazgo. Qué vamos a hacer con todos esos "medios de comunicación" que nos niegan la esencia, el relato y la narrativa desde el lado de los que no tenemos ni donde caernos muertos. O como dice mi madre en uno de sus Versos clandestinos, "donde caerme viva".

"Qué vamos a hacer con tanta mentira desparramada..."

Nada hay más tonto que un pobre de derechas; pero nada hay más tonto también que uno de izquierdas que se llena el bolsillo mientras masculla mierda contra el sistema que lo alimenta. Este movimiento no es de un signo ni de otro: es de personas que, como yo misma, ya no pueden más.

La sangre de horchata de este país es absolutamente demencial, lo vimos el #29S. Y estos hombres y mujeres que pasaron del 15 al 17 de mayo de 2011 en la calle (no sólo en Madrid, en muchos otros lugares) están sentando precedentes para algo muy gordo.

Se puede no tener/sentir militancia, pero no se puede no tener/sentir conciencia.



Actualizo 18/05/2011: Esta mujer, Cristina, 46 años, llama a la tertulia de RNE y pone las cosas en su sitio. Por teléfono, de viva voz, dice mucho más de lo que yo he sabido decir en estos párrafos. Por favor, escúchenlo.

//Si enlazo a los artículos de Periodismo Humano es porque, primero, respeto mucho su línea de trabajo habitual; segundo, son de los pocos que han hecho un seguimiento in situ de estas movilizaciones//

lunes, 2 de mayo de 2011

Je suis seule

Hace algunos días, estando libre y suelta por Madrid, y habiendo dejado a unos amigos que ya se marchaban a casa, marcaba el número de teléfono de mi primo (acudiendo a la representación de su Radio Ficción en La Casa Encendida, curiosamente donde me encuentro ahora mismo tecleando en un terminal, previo pago de un euro, porque ni soy cliente de Caja Madrid, ni estudiante, ni jubilada, ni discapacitada, etc, etc.). Marcaba su número pero no me contestaba y quería verlo al muy querido mío. Como andaba en el barrio, y por dejarle tiempo a consultar sus llamadas perdidas, entré en un bar a tomar la penúltima.

Nunca he tenido problemas con tomarme una caña sola en un bar. Y desde, por lo menos, mis años de estudiante, he reivindicado mi derecho a tomarme una caña sola en un bar, como y cuando me diese la gana. Allí, en Sevilla, lo más divertido era la condescendencia, indiferencia fingida, de los camareros, siempre hombres, de los bares en los que entraba (Alameda, Alfalfa, Plaza de San Pedro...). No es algo que me preocupe por hacer, es algo que no me preocupa en absoluto hacer.

Excurso: la última vez que estuve en Sevilla, después del último acto (sesión de Hextatic) del Zemos98, cuando el cuerpo ya no me daba más de mí, salí hasta la avenida Torneo a buscar un taxi. Me tocó el taxista-chapa. El taxista-chapa se creía con el deber/derecho de darme la chapa durante todo el trayecto a mi barrio (de mis padres) en las afueras de Sevilla, porque mis amigos "me habían dejado ir sola a buscar un taxi"; porque una mujer no debería andar sola por la ciudad a las cuatro de la mañana; porque lo mínimo era que me acompañaran. Estaba demasiado cansada para pegarle o gritarle. Lo peor, lo peor, fue tener que pagarle la carrera.

Vuelvo a la noche de hace siete días. Entré en una tasca madrileña, barrio Lavapiés, donde los camareros también eran todos hombres. Me senté en la barra, esquina, y pedí una caña. Ojeaba un ejemplar de la recién cocinadita revista Madriz. Anotaba alguna cosa en mi cuadernillo de tapas azules. Al cabo de, quizá, un cuarto de hora, una voz me sacó de mi ensimismamiento:

Pardon... pardon... ecoutez-moi... Je suis seule...

Me volví para ver que me hablaba una mujer (a la que ya había fichado al entrar en el bar) rubia de unos cincuenta años. Siguió hablándome en francés, que como estaba sola, y ella estaba sola, y estaba hasta las narices de beber sola, y estaba ya como una cuba (fueron sus palabras), ¿por qué no hablábamos? Yo le contesté en francés, todo el tiempo, y eso que hace quince años que no lo practico.

Me contó que llevaba cinco años largos sin un trabajo en condiciones. Que había empezado, hacía un mes, en un taller de restauración -que era su pasión, y lo hacía mejor que nadie- pero estaba muerta de asco y de vergüenza, pensando que en el mes de agosto, cuando se agotara su contrato temporal, volvería a quedarse en la calle.

La escuché durante mucho rato y le di, hasta donde pude, palabras de ánimo. No recuerdo cómo apareció el nombre "Zaragoza", y tiré del hilo para averiguar que la que me hablaba en francés me tomaba por extranjera (qué sé yo, el corte de pelo, la gabardina) pero ella era más española que las torrijas. Me tuve que reir lo mío intentando adivinar por qué llevábamos media hora hablando en otro idioma, en aquel bar de Lavapiés; quizá fue todo una estrategia de mi amiga para que el camarero, rumano, no entendiera sus quebrantos.

He escrito "mi amiga" y es así como sucedió. La mujer, al cabo de un rato, me tomaba la mano y me decía "amiga, amiga", cuando yo le decía: "Tú no estás sola, no te mueras de la angustia pensando en el verano, piensa en el trabajo que ahora tienes y lo bien que lo estás haciendo, piensa en las cosas tan bonitas que sabes hacer con las manos, no vivas en el futuro colgada de una incertidumbre, vive en el día de hoy". Y seguía sobándome la mano, llamándome "amiga, amiga". Me habló de cuánto le gustaban los hombres y de cuántas veces la habían dejado tirada. Me habló de que no tenía hijos por no haber querido tenerlos. Hasta llegó a enseñarme una teta, asegurándome que no le había tocado un bisturí, y era menuda teta bien hecha.

Pasé dos horas sentada en esa barra, hablando con esa mujer, de la que tengo su nombre y su número de teléfono. Je suis seule, je suis seule, volvía a decirme una y otra vez. Desesperado canto de seducción, por un rato le funcionó, me funcionó, tuvimos compañía. Después, viendo que se me acababan las opciones para volver a mi casa (seule), la tuve que dejar (seule). Durante esas dos horas la quise desesperadamente, fue mi nueva heroína, fue la personalización de toda la marginación silenciosa, nada escandalosa, poco comprobable, que sufren las mujeres, y sobre todo aquellas que ya están dejando de ser jóvenes, que han dejado de serlo hace rato. A mí, mi amiga, me echó cuarenta y cinco años y me dio mucha risa (las gafas, la ropa negra, me dijo): la cuestión es que yo ya sé lo que me espera, lo que está a la vuelta de la esquina; acumular incertidumbre, experimentar precariedad y hacerme vieja. Seule. Complètemente seule.

- - -
Actualizo,
un día después. Esta entrada también podría haberse llamado "I'm lonely. I'm old". Watch this : http://youtu.be/i3OK0KgXjmk

jueves, 7 de abril de 2011

In love with a view

Los chilenos llaman "panorama" al plan de movidas para hacer en la tarde o el fin de semana: "qué buen panorama", "qué lata, no tengo panorama". Todo lo que cabe en el ocio es "panorama" y yo tengo delante uno amplio, ancho, inmenso, casi inmanejable. Tengo tanto panorama que no sé qué hacer con él.

Este largo periodo de sequía y precariedad me ha dado fenomenales vistas sobre el mundo. Como extraído de algún capítulo de Un cuarto propio conectado (Remedios Zafra), todo ese ocio que no puedo ejecutar por falta de movilidad, flexibilidad en mis tiempos y quehaceres (de madre trabajadora a un 200 por cien del tiempo), lo obtengo -o lo intento- de las redes. Digo que no quiero conocer más gente por internet, pero en realidad a la mejor gente del mundo la conozco por internet.

Pero a veces puedo. Puedo ir a la raíz, a las coordenadas espacio-tiempo, y no sentarme (en mi cuarto propio conectado) como espectadora de un streaming. A veces -y raras veces coincidiendo con la ejecución de los hechos- salto desde el cuarto propio hacia la calle. Grito y maldigo y hago, en la calle.

Que es lo que más me apetece hacer últimamente.

Tengo una gran cantidad de posibilidades, de panoramas, delante mío. Tantos que no los sé manejar. Tantos que, quizá, me vienen grandes. Son como carros de los que tiro algunos centímetros cada día. Son como enormes ollas todas bullendo a la vez sobre los fogones, y he de ser lo suficientemente ágil para remover su contenido con cucharas de palo, cada una en su momento. Como en aquel clip de los Looney tunes (me parece recordar, o quizá invento) en que Elmer ha de mantener una gran cantidad de platos girando simultáneamente sobre varillas de madera. No sé si lo he soñado.

Me voy a Sevilla el fin de semana. Hago una presentación de libro (ver entrada anterior) y me moveré por los muchos estímulos dispuestos por la ciudad para mí. Últimamente, una gran cantidad de cosas tiran de mí hacia Sevilla, que es mi ciudad al cabo, pero una en la que no vivo desde 1999. Tira de mí Estado Crítico y la entrega del premio Mejor Ensayo 2010. Tira de mí el 13 Zemos 98, del cual ya me he perdido la mitad de las citas interesantes. Tiran o yo tiro hacia ellos. Al cabo, panoramas de los que enamorarse perdidamente.

In love with a view

jueves, 31 de marzo de 2011

Sayak Valencia en Sevilla

El próximo viernes 8 de abril, a las 19.30h, presentación en Sevilla de Capitalismo Gore, de Sayak Valencia.

Es decir, sevillanos y sevillanas, tendréis en la librería-club Relatoras a la portentosa Sayak Valencia, a la que tengo el honor de introducir para que nos hable en primera persona sobre ese tremendo ensayo editado por Melusina.

Sayak Valencia participa durante la próxima semana en el Taller Radioactivos: Escucha y creación colectiva, dentro de la programación del 13 Festival Zemos.

La robaremos durante un rato para una charla-cualquier-cosa-menos-informal, a la que estáis todxs invitadxs.

La cita es en Relatoras - Calle Relator, 44 (Sevilla) - viernes 8 de abril - 19,30 h.

domingo, 27 de marzo de 2011

Puta mierda nuestra

Desde hace ya mucho tiempo me pregunto: ¿quién nos ha enseñado a limpiar? ¿Está inscrito en nuestros genes, como pretenden los biologistas y deterministas, o se trata de una enseñanza directa de la cultura mamada, como nos dicen los otros? Llevo desde el sábado (y no cuento las tareas diarias de control de la mierda) a las 11 am de sitio en sitio, viendo basura por doquier, recogiendo pedazos de vida, comprobando que somos polvo. No soy una obsesa de la limpieza, ni mucho menos, pero en alguna parte de mi estructura mental está inscrito que se desarrolla mejor la persona si lo hace en un entorno ordenado, libre de mierda. Conste que no limpio para ningún hombre, pues ninguno pone el pie en mi casa desde hace casi veinticuatro meses.

He puesto lavadoras, he puesto lavavajillas, he limpiado habitaciones, he hecho (a base de peleas) que mis hijas ordenen la suya, he quitado polvo, limpiado el suelo, limpiado el baño, hecho la compra, cocinado, recogido restos, ordenado mi habitación (porque los montones de papelotes no me dejaban pensar)... Son las siete y media de la tarde del domingo y todavía me quedan por planchar aproximadamente siete kilos de ropa, dos lavadoras amontonadas en un rincón del armario. Me da a mí que van a quedar para otro día.

A menudo me pregunto qué nos hace así y debe de ser esto lo que ellos llaman "ser brujas". ¿Sexismo nada más? ¿Programación de género, como lo llama Elisa, que traspasa generaciones y edades? Tengo tremendamente claro que es cosa de mi abuela el que yo ahora, el fin de semana, sienta que mi obligación es limpiar. El sábado tempranito no me dejaba ver La bola de cristal y me ponía el trapo y la escoba en la mano. Y no lo hacía así con mi hermano, diez años menor, que viéndonos a sus hermanas pretendía contribuir, colaborar en la limpieza, y la buena mujer lo trataba de mariquita y le quitaba los artilugios mágicos (la escoba) de sus garras.

Esto no va de géneros, o no sé de qué va. Hace dos semanas mi hija de 5 años vino con el siguiente cuento a casa: "Mamá, los hombres de las cavernas son los que salían a cazar porque eran más fuertes y no tenían miedo". No hay derecho a que una niña de cinco años reciba esta información de los roles de género en un contexto en que no necesita, en ningún caso, contar con diferencias, validaciones ni programaciones. Cuando nadie sabe con certeza (ni siquiera los antropólogos, y sigo aquí a Natasha Walter en su ensayo Muñecas Vivientes, Turner, 2010, pero comprenderéis que éste es un artículo escrito con sangre y no me voy a poner a buscar las citas correctas), si las mujeres realmente eran las que se quedaban al abrigo de las cuevas, cuidaban de la prole y aseguraban la morada limpia y ordenada para cuando los machotes terminaban sus tonterías allí afuera.

Insisto en que esto no va de géneros sino de quién coño me invitó a mí al club de las mujeres pulcras, que no da réditos en ninguna parte pero donde si no estamos nos ponemos negras. Hay algunas que no están, que sueltan quinientos o poco más euros a una amiga de otro país (sudamericano, por ejemplo) y ya se sienten limpias.

Insisto en que esto no va de géneros, pero hoy a las ocho de la tarde no he tenido un fin de semana normal con mis hijas, no he ido a ver la exposición Heroínas que tengo que ir a ver con ellas, no he preparado mi programa ni leído la mitad de los libros que debía, no he escrito las reseñas que debo ni puesto en orden mi vida, sólo me he dedicado a quitar mierda y a inocular en las mentes de mis hijas la idea absurda de que quitar mierda es una de las tareas ineludibles, básicas y satisfactorias de la vida. En este minuto me pesa una barbaridad, pero algo dentro de mi mente no puede eludir esa responsabilidad que no paga absolutamente nada.

Puede que esté exagerando, no sé, estoy cabreada conmigo, con la programación de género, con mi abuela y con todos los que viven felices entre bendita la basura. Quiero saber, ciertamente, si Alejandra (Pizarnik) limpiaba su espacio (que no), si Virginia Woolf (que no) limpiaba su espacio, si Leonora Carrington (que no) limpiaba su espacio, si Marguerite Duras (que no) limpiaba su espacio. Quiero saber si hubiesen sido mejores poetas, artistas, novelistas (que no) limpiando sus espacios. Puta programación de género.

La imagen está tomada prestada de aquí.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Prólogo para Lola

Hace algunos meses, mi madre me contó que se había decidido a publicar algunos de los muchos poemas que escribe desde siempre. Que le hiciera un prólogo, me dijo también. Claro que se lo escribí. Estos días recibe en casa los ejemplares y, aunque todavía no los he visto, no me puedo aguantar más las ganas de compartirlo. Una última cosa: me parece la mayor de las justicias (poéticas) que sea ella la que publique, primero, un libro.


La libertad intelectual depende de cosas materiales.
Virginia Woolf


María Dolores Almeyda es Lola, desde ya para todo aquél que esté entrando en este libro. Lola es la autora de estos “Versos clandestinos” y es también mi madre. ¿Qué es antes y qué después? En una imposible bio-bibliografía, inadecuada a los tiempos y al sentir políticamente correcto, podríamos encontrar algo como: “Lola Almeyda escribe cosas, literatura y personas, desde el principio de los tiempos; usted no puede leer sus obras anteriores porque son de carne y hueso, porque algunas se han muerto, porque docenas y docenas de proyectos se licuaron entre sus manos bajo el efecto de los ácidos que son las necesidades de los demás; y eso que llaman avatares de la vida”.

Para mí, la madre y la poeta coinciden con mi biología, con mi experiencia del mundo y mi conocimiento de los conceptos “escribir” y “vivir”: con independencia de que las tres obras producidas en su vertiente “madre” tienen ya treinta años y la primera obra en su faceta “poeta” llega en este año a manos desconocidas. La poeta estuvo siempre ahí, fundida y confundida, sin espacio propio, sin cuarto ni zulo: apenas cajones en los que cuartillas y libretas se mezclaban con mecheros olvidados por otros en los bares, ropa interior bien doblada, pequeños objetos a los que uno se va aferrando a través de los años. La poeta era una mujer paralela, una especie de fantasma que atravesaba su cuerpo, sus manos y su vista, la componedora de un discurrir de pensamiento que se volcaba fuera de las cotidianas miserias. ¿Dije “fuera”? Más bien, quizá, dentro, tejiendo incansable en el núcleo oscuro de lo que nos dejaba ver a los demás.

Quien escribe lo hace a todas horas, en cualquier lugar, sobre cualquier superficie. Puede estar calculando asientos contables, pero en verdad compone versos. Puede estar dando a luz, pero en realidad compone versos. Puede asistir a funerales, pero lo cierto es que compone versos. La existencia de mi madre y la madre-clandestinamente-poeta me enseñó que nadie, en el “afuera”, puede decirnos lo que somos “dentro”. Que “dentro” somos libres para okuparnos, experimentarnos y resignificarnos. Que el cuarto propio de la amiga Woolf es y no es verdadero, porque si se mira de cerca roza la falacia pequeñoburguesa y resulta francamente irreproducible en según qué contextos; y que en ningún lugar somos más libres que en nuestra vida interior. La colonización sigilosa de nuestros pensamientos es, para muchos y muchas, la última libertad posible.

Lola nunca me ha dado a leer sus versos voluntariamente. Adicta a los cuadernillos y libretas, los tenía y utilizaba a todas horas, y a veces los dejaba olvidados por mesas y estanterías. Me recuerdo siempre buscando la hora solitaria para echar un ojo. Había una gaveta, un cajoncillo de polipiel roja: algo así como medio metro cúbico que albergaba las cuartillas más secretas, supongo.

Envejecer es algo que hacemos todos, pero algunas cosas se mantienen. Cuando, hace pocas semanas, me dio a leer los poemas seleccionados para incluir en el libro, no pude introducirme en ellos sin sufrir los temblores propios de quien está hurgando en la intimidad de otra persona. Porque -no hablaré demasiado de ello, quiero que lo comprueben ustedes mismos-, la poesía de Lola puede ser una experiencia descarnada para quienes somos sus hijos, pero creo que contiene un nivel de desnudamiento grande y malsano -como puede ser “malsano”, en la retórica positivista, estar en contacto con ese oscuro núcleo interior, cuya existencia muchos negarán-. En Versos clandestinos, la Lola-fachada, dedicada en apariencia a la pura y eterna Obligación, es pisoteada y enterrada por los Temas verdaderamente importantes. Surge de dentro la mujer que siempre estuvo ahí, la Lola-poeta que al fin se muestra, no sé si orgullosa, pero al menos consciente-de-sí: haya o no haya ojos para leerla. El que estemos aquí, a punto de pasar página, no cambia en realidad nada.

Queda preguntarse si la Lola-poeta habría sido lo que es, habría dado un solo fruto, sin la otra, la responsable de un mundo. Y una última cosa, que también pesa: cuando uno se ha acostumbrado a vivir dentro de sus pensamientos, entregarles un mínimo de condiciones de visibilidad y ofrecerlos puede ser un camino, también, tortuoso. En Versos clandestinos Lola por fin da cuenta de ello. Ha sido su propio médico indagador, su detective de dudosos métodos, su jurista escribiente de una licencia poética hecha a su medida; y aquí, en exclusiva, tenemos las filtraciones de aquellos cuadernos secretos, hurtados a las miradas, preservados de la suciedad del gran Otro, la Realidad. Ella los hace públicos al tiempo que siguen siendo clandestinos: y esto es así, probablemente, porque a las viejas costumbres es difícil decirles adiós.

domingo, 30 de enero de 2011

Out of season


Últimamente he regresado a algunas prácticas que me devuelven a la adolescencia -y no ha sido de forma consciente-, sobre todo en lo que se refiere al tiempo libre. Me doy cuenta y me da risa:

Pasar el tiempo libre en mi habitación.

Leer durante un día entero, tirada en la cama, zamparse cuatrocientas páginas seguidas de una novela, o saltar de un ensayo a un poemario sin transiciones.

Cantar a voz en grito. Como ocio, no es del todo recomendable, por aquello de reventar los tímpanos de tus convivientes. Ayer eran mi abuela o mi abuelo, hoy son mis hijas las que me mandan callar.

Dosificado, he vuelto a hacerlo, sin motivos para cantar, como impulso irracional. Y es de las actividades más divertidas y saneadoras que me puedo costear. Imitar a mis cantantes favoritas e interpretar tal cual en el escenario, a menudo en loop, a menudo sin saber más que un par de palabras de la letra: unos días Kristin Hersh, otros Siouxsie o Liz Fraser, hoy le ha tocado a Beth Gibbons y su Tom the Model: so do what you gotta do ... and don't misunderstand me...

Es una patraña cómoda meterse en ciertas frases, creer que ellas cantaron para expresar tus miedos o tu dolor, pero qué bien sienta interpretar, sentir a través.

No me puedo permitir el ocio de mis contemporáneos: excursiones vitivinícolas, cenas en restaurantes, escapadas románticas de fin de semana, spas urbanos... En fin todo eso que te convierte en treintañero. Lo escribo con toda la sorna. Cuando abro una revista cualquiera, un Esquire, una Elle, no puedo más que reírme del tipo de consumidor o consumidora al que se dirigen.

No tengo, advierto, ninguna nostalgia de la adolescencia, sí creo que es sintomático que regrese a donde estaba en ciertas cosas, simplemente porque hay que sobrevivir a la presión. Un artículo de Nacho Escolar esta semana hablaba de la gran estafa a la generación que se va a quedar sin pensiones: antes de esta nueva tomadura de pelo, está el hecho de que subsistimos con trabajos precarios acercándonos a los cuarenta, está el otro de que la vivienda en propiedad se nos vetó, etc. etc. Esa sensación de estafa la arrastro yo desde hace diez o doce años.

Ayer leía compulsivamente a Virginia Woolf: entre otras cosas, saqué de ahí que teníamos que liberarnos de la cólera para poder crear. No sé cómo se hace: trabajar, ser pobre, tener vedado el mundo del ocio -la supuesta válvula de escape del obrero-, y a la vez sentir la presión del texto que vende opciones de diversión sin pausa, quedarse en casa, hacerse el monje (eso sí he aprendido a hacerlo sin ningún dolor), estar calmado y en paz, centrarse en un proyecto y escribir sin cólera.

No, Virginia, no tengo ni idea de cómo se hace, pero hoy no me importa mucho, estoy cantando a voz en grito. Ahora caigo en que el disco de la amiga Gibbons con Rustin Man se llama, significativamente, Out of season y fuera de lugar, de temporada, del sistema, de la profesión y de muchas otras cosas me siento bastante a menudo.

domingo, 16 de enero de 2011

Efímera

"Han abierto una tienda de "novias" en mi barrio. La han llamado "Efímera". Qué posmos."
@carolinkfingers hace algunos días

La mayoría de las cosas que nos suceden -y menos mal- son efímeras. Incluso cuando estas cosas duran más de lo deseable -un duelo, una convalecencia-, van a tener un final. Nos parece, mientras están con nosotros, que no acabarán nunca pero, si no acabamos nosotros antes, llegará el día en que podamos mirarlas desde lejos y decirnos: "¡Qué mal lo pasé en aquella época!" (probablemente con un recuerdo bastante diluido del verdadero daño).

La ley se cumple tanto para la bueno como para lo malo.

La mayoría de las cosas que nos pueden llegar a suceder en el curso de una vida son pasajeras, he ahí un hecho. Las ciencias más o menos exactas y las humanas se han volcado, tradicionalmente, en el porcentaje de eventos que queda fuera de ese currículo: lo perdurable, las esencias, las leyes o la fatalidad. Así que el corpus descomunal de problemas que arrastra cualquier vida humana (hoy no tengo dinero para pan, mi pareja es un maltratador, mi hijo sufre una dolencia congénita) ha quedado como territorio huérfano de pensamiento y, por tanto, afín al arte.

Todo lo anterior fue escrito a vuelapluma en el recorrido del autobús 19 de vuelta a casa, después de bajar por un rato a La Casa Encendida. Sé que no es enteramente cierto: las vicisitudes del diario vivir son una de las ocupaciones de la Filosofía y sobre todo lo ha sido en el último siglo y medio, el tiempo que vivimos, en el contexto en que la Filosofía ha necesitado más que nunca reafirmarse en su autonomía; eso que llaman postmodernidad.

Me acerqué hasta La Casa Encendida porque el día estaba brillante y leí un aviso de ellos mismos, acerca del fin de una exposición (On & On). Lo que no sabía antes de llegar es que la exposición era precisamente una reflexión a cargo de una serie de autores sobre los conceptos de lo no permanente, lo fugitivo, la transformación, el devenir, el fluir y el cambio. Tampoco para el arte es nada nuevo y los propios comisarios (Flora Flairbairn y Olivier Varenne) lo cuentan en las hojas explicativas de la exposición, pero hoy me ha tocado especialmente el tema. Si esa afección de colon te va a acompañar toda la vida o si aquel abusón se ha dedicado a abrirte la correspondencia durante meses, no importa. Habrá otros momentos bellos y además debes dejar que vengan, en cualquier forma. También debes dejar que se pierdan (como lágrimas en la lluvia, and so on).

Uno de los momentos más bellos del día de hoy me ha sucedido dentro de la exposición.

Mirando en alguna de las salas, escuché cantar. Primero creí que alguno de los visitantes no se había -aún- sacado el modo karaoke de la noche anterior. O que necesitaba expresar su júbilo ante la transgresión de las formas y los conceptos. Me moví por el espacio buscando el origen de la voz, y lo encontré en la figura de una guarda de seguridad que, medio vuelta de espaldas a la pared (buscando quizá el eco perfecto de la sala, quizá el anonimato), cantaba:

This is propaganda. You know, you know.

El tono bello, la voz limpia, la melodía entre soñadora y tranquila. No podía creer que la guarda de seguridad no estaba ahí para ordenar a los padres agarrar por la mano a los niños, sino para cantar, cada pocos minutos, ese mantra cargado de sentido. Que a mí me ha transportado a ciertas evidencias y esencias, como por ejemplo que las novias que se casan son novias por un rato, después esposas, algún día viudas o malfolladas, y que nada permanece; y esa canción murió cuando salí de la habitación y pocas horas después, al cierre definitivo de la exposición.

Los que nos dedicamos a pensar en la cultura, aunque nos resistamos, nos dedicamos a una cosa tan efímera como esa breve estrofa silabeada en abstracto. Pero es bello saberlo y sobre todo es bello saber que, cuando no hay belleza, también se va a acabar, tarde o temprano.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Dímelo delante de ella


Escrito al entrar: La idea de que Gabriela Wiener, la escritora y periodista que vive de contar en primera persona las más sucias gamberradas, siente pánico ante la idea de exponer sus intimidades de pareja ante la audiencia.

Eso mismo pensaba minutos antes de acceder a la Sala de Juntas del Círculo de Bellas Artes, el sábado del Festival Eñe, porque esos minutos se alargaban y unas cuarenta o cincuenta personas esperábamos en la antesala. Yo no sabía por qué.

Que escribir es un vicio pernicioso y, a veces, un solipsista método de desnudamiento, es algo que algunos de mis lectores saben. Que cualquier lector de blog “personal” sabe. Algunos conocerán a la simpar Gabriela Wiener (a la cual dediqué unos cuantos textos tras la lectura de Nueve Lunas), unos cuantos menos conocerán a Jaime Z. Rodríguez (quien, para mí, hasta hace bien poco no era nadie).

Hoy es el director de la revista Quimera, y he de decir que la revista me gustaba en su etapa anterior, pero que Jaime está invirtiendo y experimentando para que me atrape cada día más. Antes de ese hecho, desconozco a qué se dedicaba. Pues, al contrario que su pareja, no pasa buena parte de su jornada contando su vida al mundo.

No es un caso demasiado común éste: es ella la que tiene mayor visibilidad social (en lo literario), dos libros publicados y ampliamente comentados (Sexografías, el mentado Nueve lunas). En el Festival Eñe, fuimos citados por la pareja para una “acción” en la que nos contarían sus interioridades: Dímelo delante de ella.

JAIME: No somos actores. Yo dirijo una revista literaria

GABI: Yo trabajo en una revista que regala pelis porno.

Quería, necesitaba saber qué tramaban entre los dos: hasta hoy -salvo por algunas de las barbaridades gonzo a las que Gabi ha logrado arrastrar a su marido- no conocía experiencias literarias de la pareja. Y nos prometían desnudar sus chats íntimos.

Lo hicieron entre los dos, con cuatro manos, dos webcams, dos pantallas que proyectaban sus gestos y reacciones, un diálogo que estaba a medio camino entre el vodevil televisivo y la literatura epistolar amorosa. Con mesura y afán exhibicionista a partes iguales, nos hicieron llegar una selección de fragmentos de los cientos de chats que debe albergar, después de diez años de convivencia, la inmensa barriga (y engordando) de los respectivos gmails.

A través de diversos episodios, sin hilación cronológica, de su vida en común -incluyendo traslado a España, vida en Barcelona, pinitos literarios, primeras publicaciones de Gabriela, cambios de casa, nacimiento de Lena...-, nos contaron todo eso anclándose básicamente en su literatura común, con un emisor y un receptor únicos: ahora, de pronto, revelada. Ella nos tiene acostumbrados, él no tanto; pero en mi interior no pude sino asistir, cada minuto más tocada y violada íntimamente, al desnudamiento de los grotescos fenómenos que se dan al interior de cualquier pareja. Al interior de cualquier pareja que tiene, al menos uno de ellos, afanes literarios. Gabi, sin pudor, se enseñó como la mujer adicta a la admiración y fanática del piropo. Jaime, con pudor, mostró un poco de sus ambiciones poéticas y los sentimientos de frustración que, durante años, ha acumulado, por apuntalar el desarrollo creativo de ella.

“¿Quieres ser escritora? ¿Quieres ser escritora? Pues ¡escribe!”

Podría ser un diálogo de una sitcom o de uno de esos filmes muy dramáticos con patologías psiquiátricas diversas entre sus personajes. Lo cierto es que es parte de mi vida íntima y, a medida que se desarrollaba la charla/acción mutante de Gabriela y Jaime, más me gritaba en la cabeza, ésa y otras cosas que en otros tiempos tuve que escuchar.

Ese día, durante la escenificación de Jaime y Gabriela fue como si mi historia hubiese tenido una alternativa; un “si usted desea ser escritora, confíe en su pareja que le va a ayudar y pase a la página 205”.

Y siete años más tarde esa persona está un poco cabreada y frustrada por no haber podido hacer ninguno de sus saludables planes, pero tú has sido persistente y talentosa y trabajadora y tienes por ahí un par de libros con tu nombre en el lomo.

Y seguís juntos.

La idea de la acción, al parecer, se la dio Jorge Carrión a los dos. Aunque este territorio carnoso, sexual, fustigado por libidos enormes, abigarrado con pañales sucios, castrado por la apretura económica, asfixiado en frustraciones asombrosas y miserables, probablemente refleje a muchas parejas del orbe, pocas se me ocurren que podrían haber contado cosas tan rotundas. Sin parecer Pimpinela, aunque quisieran.

Hay una escena en su performance que (me) puso los pelos de punta. Ellos se pelean. De verdad. El ego de uno y la paciencia del otro. Demasiado real, demasiado humano, demasiado bien escrito porque son dos escritores como la copa de un pino. Demasiado vivido.

Pero desde un buen principio ellos nos lo advirtieron:

GABI Esto no va de literatura, va de amor.
JAIME: Esto es definitivamente un acto de amor

Probablemente, escribir no pueda ni deba ser otra cosa.

Escrito al salir: Esto que han hecho Gabriela Wiener y Jaime Z. Rodríguez ha sido sencillamente impresionante. Claro. Sucumbo a la lágrima o salgo corriendo a emborracharme. Lo segundo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Dispersión

Hay una droga (en un libro que leo) que se llama Sopa-S: destruye las mentes pero, antes, deja a sus consumidores vivir la felicidad de estar centrados, profunda y completamente, en una única idea/factor/elemento/sensación.

"La sociedad de la dispersión" podría llamarse el próximo poema de Eloy Fernández Porta (pero él está mucho más allá, para qué negarlo). Dispersarse, multiplicarse, reventar el cerebro y el procesador del ordenador con un millón de tareas simultáneas, es una enfermedad de este tiempo.

Me siento a escribir lo que tengo que escribir. Pero abro, además, otros cuatro documentos donde tengo que dejar anotadas ideas; la noche se presenta productiva y he de producir antes de asesinarla. Mientras, sueño con gente a la que nunca conoceré, con gente a la que que he conocido íntimamente y no quieren saben nada más de mí, con gente que no me importa un carajo y no me interesa conocer. Mientras, recuerdo viejas noticias absolutamente insustanciales sobre unos dispersos que creían que querer era algo divertido y lo llamaron poliamor.

La enfermedad de nuestro tiempo: no es falta de concentración, es falta de compromiso.

domingo, 15 de agosto de 2010

Chicharras


Un día cualquiera de mitad de verano. Me dicen que en Madrid no se solían escuchar chicharras, ellas amenizando nuestro paseo por un parque en ese minuto. Como esos tipos humanos en los que nunca habías reparado (hombres con chanclas, mujeres de piernas velludas...) y basta una primera vez. Desde el minuto en que me lo hacen notar, las chicharras se hacen presentes.

Estamos en la segunda mitad de agosto y el balcón de mi casa familiar es el único sitio que hoy, a las cinco de la tarde, permite la presencia humana. El aire que viene de fuera arde, el aire de dentro de la casa cruje. La sombra de los árboles, de pronto, expele la canción desquiciada de las chicharras invisibles.

Sábado de julio. Madrid. Decido desprenderme de un poco de lastre e ir hasta uno de esos lugares en que compran lo que uno ya no necesita. Me saco veinte euros y me como un bocata en una picá de Atocha. No quiero meterme en casa, prolongo la tarde con la Historia argentina de Fresán y el suelo “fresco” del Retiro. Las chicharras cantan a pleno pulmón, yo envío un sms.

Hace pocos días. Sevilla. Los dos pianistas se afanan por hacer sonar sus notas en el Templete de la Isla de los Pájaros, Parque de María Luisa, concierto al atardecer y gratuito en un espacio que no deja verdadero lugar al disfrute de Schumann, Grieg o Debussy. Nubes de mosquitos se desquitan sobre algunas cabezas escogidas (la mujer con un peinado subido de laca, el chico dibujante con un cuaderno lleno de tinta y acuarela). Son los ¿elegidos? La distancia desde el escenario al público está poblada de cantos: las chicharras no se resignan a ser secundarias y, en ciertos pasajes, suben el volumen de una canción completamente descerebrada. La “música de mobiliario” definitiva, la que hubiese enamorado a Satie. Una rata espectacular, para asombro de los pocos que no se han dormido, recorre el borde del templete.

Cinco días en una isla del sur de la Península. No hacer nada. Trabajo constante. Apuntalar la tienda cada mañana y cada tarde porque el suelo es arenoso y las piquetas rebotan como si se tratara de goma. Avituallarnos, organizar bultos, mantenernos aseadas y no quemarnos con el sol, la sal, la arena y las caipirinhas. Mucho trabajo.

Saliendo de la isla, último viaje en el barco de regreso al pueblo. Sólo son las seis y quedan dos barcos más. Nos fletamos pronto, no quiero quedarme en tierra. Atestado. La última en subir es una mujer que parece un chico con perro. No uno, dos. Ocupa el sillón del fondo en la bodega, donde nadie ha querido sentarse. El perro obedece a su dedo y se sitúa debajo del banco. El otro, negro, pequeño, tipo felpudo, lo sigue. Ella también es negra y salvaje. Pelo corto y rulos naturales, los que aparecen después de muchos días sin agua. Delgadísima, las clavículas victoriosas bajo las tirantas de la camiseta, la funda de la guitarra que porta abulta más que ella: una de esas duendecillas sin sujetador, ojos verdes y piel ennegrecida, que podrían enamorar a simple vista a un Don Draper en busca de clientes portugueses. Según se coloque, la camiseta negra le deja ver los pechos. ¿Qué tiene? Tiene un dedo en la boca. Pone el resto de su mano al través de su cara y sonríe a veces -el espectáculo humano alrededor lo merece- mientras se chupa tranquila su dedo pulgar. Narices, cuando se quita la mano de la cara es insultantemente bella y ya no tengo ganas de escribir más. Entonces ya entiendo por qué el resto del pasaje me interesa tan poco y por qué ser chicharra también puede consistir en estar callada. Cantar sin motivo no quiere decir cantar sin ton ni son.

Cualquier día de estos, tratando de trabajar después del almuerzo. Los chorros de sudor me caen por los costados, y no me estoy moviendo. Los dedos machacan pero suavemente, un botón, otro botón, todas las teclas; aparecerá una rata en mi escenario, me digo. Cantarán más fuerte que yo las chicharras. Ellas no descansan a la siesta. Ellas apoyarán mis tesis tanto si están como si no. Sé que hay una vieja fábula que equipara a las pequeñas bichejas con el elemento antisistema, el desestabilizador e improductivo holgazán de todo grupo humano. Nada más lejos. Su producción es inmaterial, ni se vende ni se compra, no la podemos equiparar a algo tan grosero como el dinero. "La productividad", me gritan monocordemente, "es una falacia capitalista y nosotras sólo tenemos un objetivo en la vida: convenceros. Y qué si no tenemos empleador ni contrato de trabajo, ni seguros sociales ni prestación por desempleo, ¿vamos por ello a dejar de cantar?"

sábado, 22 de mayo de 2010

Alfabeto


Hace unos días, en una reunión con profesores. La maestra de mi hija mayor se quejaba, con terror, de la amenaza que pesa sobre ella de quedarse sin jubilación. "¿Y te preocupa realmente eso?", le dije. "Si ni siquiera sabemos qué puede pasarnos mañana". Dije "mañana" cuando podía haber dicho "en el próximo segundo ".

El caso es que salí de allí y ya han pasado varios cientos de miles de segundos, desde entonces. Sigo con la misma fe (sin fe) en las cosas dispersas, inseguras. No sé dónde lo aprendí, no sé cuándo realmente me di cuenta de que no valía la pena creer en nada, lo cierto es que se vive mucho más tranquilo sin esperanza -ni qué decir sin deseo.

Me estoy almorzando, a las cuatro y media de la tarde, unas papas enconejás, como las llamaba mi abuela Francisca -papas fritas, huevo, perejil y ajo, para qué más. Llevo encerrada detrás de esta pantalla semanas y semanas, perfilando un nuevo futuro profesional o, al menos, una suerte de obligaciones diarias que me permitan no preocuparme demasiado sobre el segundo siguiente. Así está hecho el mundo. No sé cuándo aprendí a quedarme con tan poco. A priorizar mi alfabeto constituyente. A que no me importara ni lo que piensan otros de mí ni lo que otros hacen por mí. Lo cierto es que así se vive mucho más tranquilo.

Es tanto lo que tengo.

Podría ir a revisar viejos cuadernos y me encontraría con expresiones como "mi mundo interior", "mis aventuras imaginarias". De niña, púber, vivía en mis fantasías sin ningún tipo de sentimiento de culpa, ni vergüenza, ni simulación. Vivía allí. Es quizá por eso que sé que no he aprendido nada, sólo estoy desenterrando.

Quiero ir a Chile. Lo quería, pero en estas semanas el deseo me posee entera, y además puedo vislumbrar el cómo. Quiero volver y recuperar lo que es Chile para mí, sin intermediarios. Y conformarme con una ensalada chilena (tomates y cilantro). No pido nada más. Querer no conduce a ningún lado. Y quizá mi proyecto, mi deseo, se quede conmigo y venga a formar parte de mis aventuras de las dos de la mañana. No pasa nada. Trabajaré los recuerdos. Recompondré experiencias que nunca tuve. Adoraré en la distancia. Despediré las ganas. Viviré dentro mío.

Viví allí por cuatro años. Esa realidad es mía aunque se esté difuminando. Es como adorar un cuerpo, algunas horas, y mientras te lo comes estar ya despidiéndose de él, porque sabes que no volverá más. Pero te despides de él y al mismo tiempo lo chupas, lo besas, lo lames, y los segundos que transcurren no son más que segundos, no trascienden más allá, pero son ricos en sí mismos, son pesados, gruesos, petulantes, son los guijarros del río, y el tiempo es el agua que les pasa por encima. No pasa nada porque queden atrás, no pasa nada.

Mañana en la tarde actúa en Casa América, en Madrid, un par de mis artistas favoritos. Vienen de Chile, y hace ya algunos años que me acompañan, forman parte de mi trupe de amigos invisibles. No sé si podré ir a verles en directo, no sé si el tiempo me otorgará tal beneficio. Incluso no estando allí, yo estaré allí. Incluso perdiendo la luz, perdiendo la casa, perdiendo la vida, yo estaría allí. Declamando mi nuevo, aprendido o recuperado, alfabeto.