jueves, 31 de marzo de 2011

Sayak Valencia en Sevilla

El próximo viernes 8 de abril, a las 19.30h, presentación en Sevilla de Capitalismo Gore, de Sayak Valencia.

Es decir, sevillanos y sevillanas, tendréis en la librería-club Relatoras a la portentosa Sayak Valencia, a la que tengo el honor de introducir para que nos hable en primera persona sobre ese tremendo ensayo editado por Melusina.

Sayak Valencia participa durante la próxima semana en el Taller Radioactivos: Escucha y creación colectiva, dentro de la programación del 13 Festival Zemos.

La robaremos durante un rato para una charla-cualquier-cosa-menos-informal, a la que estáis todxs invitadxs.

La cita es en Relatoras - Calle Relator, 44 (Sevilla) - viernes 8 de abril - 19,30 h.

domingo, 27 de marzo de 2011

Puta mierda nuestra

Desde hace ya mucho tiempo me pregunto: ¿quién nos ha enseñado a limpiar? ¿Está inscrito en nuestros genes, como pretenden los biologistas y deterministas, o se trata de una enseñanza directa de la cultura mamada, como nos dicen los otros? Llevo desde el sábado (y no cuento las tareas diarias de control de la mierda) a las 11 am de sitio en sitio, viendo basura por doquier, recogiendo pedazos de vida, comprobando que somos polvo. No soy una obsesa de la limpieza, ni mucho menos, pero en alguna parte de mi estructura mental está inscrito que se desarrolla mejor la persona si lo hace en un entorno ordenado, libre de mierda. Conste que no limpio para ningún hombre, pues ninguno pone el pie en mi casa desde hace casi veinticuatro meses.

He puesto lavadoras, he puesto lavavajillas, he limpiado habitaciones, he hecho (a base de peleas) que mis hijas ordenen la suya, he quitado polvo, limpiado el suelo, limpiado el baño, hecho la compra, cocinado, recogido restos, ordenado mi habitación (porque los montones de papelotes no me dejaban pensar)... Son las siete y media de la tarde del domingo y todavía me quedan por planchar aproximadamente siete kilos de ropa, dos lavadoras amontonadas en un rincón del armario. Me da a mí que van a quedar para otro día.

A menudo me pregunto qué nos hace así y debe de ser esto lo que ellos llaman "ser brujas". ¿Sexismo nada más? ¿Programación de género, como lo llama Elisa, que traspasa generaciones y edades? Tengo tremendamente claro que es cosa de mi abuela el que yo ahora, el fin de semana, sienta que mi obligación es limpiar. El sábado tempranito no me dejaba ver La bola de cristal y me ponía el trapo y la escoba en la mano. Y no lo hacía así con mi hermano, diez años menor, que viéndonos a sus hermanas pretendía contribuir, colaborar en la limpieza, y la buena mujer lo trataba de mariquita y le quitaba los artilugios mágicos (la escoba) de sus garras.

Esto no va de géneros, o no sé de qué va. Hace dos semanas mi hija de 5 años vino con el siguiente cuento a casa: "Mamá, los hombres de las cavernas son los que salían a cazar porque eran más fuertes y no tenían miedo". No hay derecho a que una niña de cinco años reciba esta información de los roles de género en un contexto en que no necesita, en ningún caso, contar con diferencias, validaciones ni programaciones. Cuando nadie sabe con certeza (ni siquiera los antropólogos, y sigo aquí a Natasha Walter en su ensayo Muñecas Vivientes, Turner, 2010, pero comprenderéis que éste es un artículo escrito con sangre y no me voy a poner a buscar las citas correctas), si las mujeres realmente eran las que se quedaban al abrigo de las cuevas, cuidaban de la prole y aseguraban la morada limpia y ordenada para cuando los machotes terminaban sus tonterías allí afuera.

Insisto en que esto no va de géneros sino de quién coño me invitó a mí al club de las mujeres pulcras, que no da réditos en ninguna parte pero donde si no estamos nos ponemos negras. Hay algunas que no están, que sueltan quinientos o poco más euros a una amiga de otro país (sudamericano, por ejemplo) y ya se sienten limpias.

Insisto en que esto no va de géneros, pero hoy a las ocho de la tarde no he tenido un fin de semana normal con mis hijas, no he ido a ver la exposición Heroínas que tengo que ir a ver con ellas, no he preparado mi programa ni leído la mitad de los libros que debía, no he escrito las reseñas que debo ni puesto en orden mi vida, sólo me he dedicado a quitar mierda y a inocular en las mentes de mis hijas la idea absurda de que quitar mierda es una de las tareas ineludibles, básicas y satisfactorias de la vida. En este minuto me pesa una barbaridad, pero algo dentro de mi mente no puede eludir esa responsabilidad que no paga absolutamente nada.

Puede que esté exagerando, no sé, estoy cabreada conmigo, con la programación de género, con mi abuela y con todos los que viven felices entre bendita la basura. Quiero saber, ciertamente, si Alejandra (Pizarnik) limpiaba su espacio (que no), si Virginia Woolf (que no) limpiaba su espacio, si Leonora Carrington (que no) limpiaba su espacio, si Marguerite Duras (que no) limpiaba su espacio. Quiero saber si hubiesen sido mejores poetas, artistas, novelistas (que no) limpiando sus espacios. Puta programación de género.

La imagen está tomada prestada de aquí.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Prólogo para Lola

Hace algunos meses, mi madre me contó que se había decidido a publicar algunos de los muchos poemas que escribe desde siempre. Que le hiciera un prólogo, me dijo también. Claro que se lo escribí. Estos días recibe en casa los ejemplares y, aunque todavía no los he visto, no me puedo aguantar más las ganas de compartirlo. Una última cosa: me parece la mayor de las justicias (poéticas) que sea ella la que publique, primero, un libro.


La libertad intelectual depende de cosas materiales.
Virginia Woolf


María Dolores Almeyda es Lola, desde ya para todo aquél que esté entrando en este libro. Lola es la autora de estos “Versos clandestinos” y es también mi madre. ¿Qué es antes y qué después? En una imposible bio-bibliografía, inadecuada a los tiempos y al sentir políticamente correcto, podríamos encontrar algo como: “Lola Almeyda escribe cosas, literatura y personas, desde el principio de los tiempos; usted no puede leer sus obras anteriores porque son de carne y hueso, porque algunas se han muerto, porque docenas y docenas de proyectos se licuaron entre sus manos bajo el efecto de los ácidos que son las necesidades de los demás; y eso que llaman avatares de la vida”.

Para mí, la madre y la poeta coinciden con mi biología, con mi experiencia del mundo y mi conocimiento de los conceptos “escribir” y “vivir”: con independencia de que las tres obras producidas en su vertiente “madre” tienen ya treinta años y la primera obra en su faceta “poeta” llega en este año a manos desconocidas. La poeta estuvo siempre ahí, fundida y confundida, sin espacio propio, sin cuarto ni zulo: apenas cajones en los que cuartillas y libretas se mezclaban con mecheros olvidados por otros en los bares, ropa interior bien doblada, pequeños objetos a los que uno se va aferrando a través de los años. La poeta era una mujer paralela, una especie de fantasma que atravesaba su cuerpo, sus manos y su vista, la componedora de un discurrir de pensamiento que se volcaba fuera de las cotidianas miserias. ¿Dije “fuera”? Más bien, quizá, dentro, tejiendo incansable en el núcleo oscuro de lo que nos dejaba ver a los demás.

Quien escribe lo hace a todas horas, en cualquier lugar, sobre cualquier superficie. Puede estar calculando asientos contables, pero en verdad compone versos. Puede estar dando a luz, pero en realidad compone versos. Puede asistir a funerales, pero lo cierto es que compone versos. La existencia de mi madre y la madre-clandestinamente-poeta me enseñó que nadie, en el “afuera”, puede decirnos lo que somos “dentro”. Que “dentro” somos libres para okuparnos, experimentarnos y resignificarnos. Que el cuarto propio de la amiga Woolf es y no es verdadero, porque si se mira de cerca roza la falacia pequeñoburguesa y resulta francamente irreproducible en según qué contextos; y que en ningún lugar somos más libres que en nuestra vida interior. La colonización sigilosa de nuestros pensamientos es, para muchos y muchas, la última libertad posible.

Lola nunca me ha dado a leer sus versos voluntariamente. Adicta a los cuadernillos y libretas, los tenía y utilizaba a todas horas, y a veces los dejaba olvidados por mesas y estanterías. Me recuerdo siempre buscando la hora solitaria para echar un ojo. Había una gaveta, un cajoncillo de polipiel roja: algo así como medio metro cúbico que albergaba las cuartillas más secretas, supongo.

Envejecer es algo que hacemos todos, pero algunas cosas se mantienen. Cuando, hace pocas semanas, me dio a leer los poemas seleccionados para incluir en el libro, no pude introducirme en ellos sin sufrir los temblores propios de quien está hurgando en la intimidad de otra persona. Porque -no hablaré demasiado de ello, quiero que lo comprueben ustedes mismos-, la poesía de Lola puede ser una experiencia descarnada para quienes somos sus hijos, pero creo que contiene un nivel de desnudamiento grande y malsano -como puede ser “malsano”, en la retórica positivista, estar en contacto con ese oscuro núcleo interior, cuya existencia muchos negarán-. En Versos clandestinos, la Lola-fachada, dedicada en apariencia a la pura y eterna Obligación, es pisoteada y enterrada por los Temas verdaderamente importantes. Surge de dentro la mujer que siempre estuvo ahí, la Lola-poeta que al fin se muestra, no sé si orgullosa, pero al menos consciente-de-sí: haya o no haya ojos para leerla. El que estemos aquí, a punto de pasar página, no cambia en realidad nada.

Queda preguntarse si la Lola-poeta habría sido lo que es, habría dado un solo fruto, sin la otra, la responsable de un mundo. Y una última cosa, que también pesa: cuando uno se ha acostumbrado a vivir dentro de sus pensamientos, entregarles un mínimo de condiciones de visibilidad y ofrecerlos puede ser un camino, también, tortuoso. En Versos clandestinos Lola por fin da cuenta de ello. Ha sido su propio médico indagador, su detective de dudosos métodos, su jurista escribiente de una licencia poética hecha a su medida; y aquí, en exclusiva, tenemos las filtraciones de aquellos cuadernos secretos, hurtados a las miradas, preservados de la suciedad del gran Otro, la Realidad. Ella los hace públicos al tiempo que siguen siendo clandestinos: y esto es así, probablemente, porque a las viejas costumbres es difícil decirles adiós.

jueves, 17 de marzo de 2011

Retirar la grasa

Reinventarme es una de mis especialidades. He pasado por casi todo lo que se pueda imaginar. Épocas de desagravio laboral, intentando ganarme el pan dando clases particulares a chicos. Épocas (de desagravio laboral), convirtiéndome en ejecutiva de ventas de una empresa de servicios informáticos. Épocas (ídem de ídem) atendiendo la recepción de una oficina en la organización de un festival. Y más épocas, esto cansa. Cumplí 37 años hace nueve días. Toca reinventarse una vez más.

Nada es como nos lo prometieron. Nada es como pensaban nuestros padres que sería. Si para ellos no fue fácil, mi generación (¿o es cosa mía?) se ha perdido la bisagra de los buenos tiempos, nos han tocado los siguientes. No me voy a quejar hoy, he dado muchos bandazos, de todos he salido magullada, pero todavía estoy en pie. Mejor que en pie.

Siempre digo que no soy parada. Que mi andadura profesional desde que volví de Chile ha sido un sinvivir en pos de un futuro más o menos cierto, que me permita mantenerme medianamente tranquila junto a mis hijas. No tengo más que siete euros en la cuenta de ahorro. Ni casa, ni coche, ni trabajo fijo, pero a nadie le sirve un trabajo fijo del que puedes ser despedido hoy y hoy y hoy. Tengo, eso sí, aproximadamente cuarenta y cinco años por delante en los que no puedo parar de cotizar ni un solo mes.

Sólo tengo vaivenes. Habrá que aprender a vivir de los vaivenes, pues.

Ingreso en una nueva actividad. Necesito una red real. Y un buen día, hace nada, descubrí dentro mío la Red de tejer cuentos, que pongo en marcha el próximo domingo. Voy en busca de realidad, como voy en busca de ella escribiendo a diario, ejecutando planes, inventándome un ¿futuro?, realizando un programa de radio.

Acabo de terminar un libro (que reseño hoy) que habla del fin de la posibilidad de narrar, del fin de autor y del lector, de la muerte de la novela. Y me propongo, en cambio, enseñar a los niños a creer en su imaginario y empoderarse de su imaginación.

No dejo (como todos los que estén más o menos aquí) de sentirme bombardeada por noticias del fin, por el aviso del cataclismo (económico, simbólico, nuclear). Déjenme de hecatombes. Llévense esos apocalipsis. Déjenme seguir luchando, por inercia, por melancolía, permítanme unas cuantas décadas para dilucidar qué está bien entre todo lo que está mal.

Necesito retirar la grasa de toda la carne masticada, de toda la mentira consumida, de todas las narrativas melifluas, y volver a creer en otros universos dispuestos a acogernos. Más pronto que tarde.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Red de tejer cuentos (2)

Un pasito p'alante: http://reddetejercuentos.wordpress.com/

viernes, 11 de marzo de 2011

Red de tejer cuentos

No tiene ni web, ni blog, ni proyecto, ni presentación. Sólo es una idea. Una de las muchas ideas que tengo a lo largo del año, pero es una que voy a poner en práctica. Desde que vive (la idea) he implicado a varias personas en ella. A algunas sólo contándosela. Me han servido de oreja. A otras, también, metiéndolas dentro. Estoy en marcha y soy imparable. No, no soy un tsunami.

La Red de tejer cuentos ya tiene fecha de estreno: 20 de marzo, 14:30 horas. Tabacalera de Lavapiés. 6º aniversario del periódico Diagonal. La jornada va a ser mágica por muchas más razones, sólo espero aportar un rato de estupor/encantamiento ante la idea de que las historias las llevamos dentro. A lxs niñxs.

¿Algún diseñador gráfico que se anime a hacer el logotipo? Le pago con un cuento.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Después del 8 de marzo

Este texto no es mío. Es de Arancha León, es decir, mi hermana. Lo ha publicado en su facebook y, dado que es una red cerrada, le he pedido permiso para sacarlo de ese baúl. Es lo más acojonante que he leído en las últimas cuarenta y ocho horas sobre la "celebración" del 8 de marzo. Es el texto que yo no he tenido tiempo de escribir.

Tenía algo que me rondaba en la cabeza desde ayer, pero no me cabría en unas líneas. Hoy ha sido el día de la mujer trabajadora. El día ha sido bonito. Muchos cambios y no me he movido de casa. Sólo quisiera decir algo a los hombres y a las mujeres:

No nos confiemos. No pensemos que hemos ganado mucho porque no hemos conseguido nada. Ahora mismo, somos mucho más objeto o tanto o más que antes. Y no nos damos cuenta. Sólo nos han caído unas estructuras para sustituirlas por otras, las que a ellos más le interesaban.

Ahora que no tienes necesidad de ser un objeto sexual, en vez de disfrutar de tu belleza y tu cuerpo te siliconas los labios, las tetas, los mofletes, la vagina, los cachetes del culo... Mujer: eso no es respetarte a ti misma.Todas esas redondeces no son más que una caricatura depravada y amorfa de tu propia feminidad.

Ya no creemos en los príncipes azules ni nos convencen las ranas. Este tema es laberíntico e imposible de resumir en dos palabras. Pero a lo mejor deberíamos dejar de ver príncipes y ranas dónde sólo hay hombres. Nos quejamos de soledad pero hacemos un montón de cosas por atrincherarnos en ella. Acabamos entendiendo las seducciones como amenazas. O usamos el sexo como arma creyendo que podemos anular emociones que al final nos golpean. O que el sexo, y tu aceptación, nos va a devolver la autoestima que en otro momento nos quitaron. Aceptación que se diluye como pis por el retrete. O como mujeres nos creemos que debemos ser los seres amorosos que nos dijeron que éramos, cuando en realidad ni amamos tanto ni falta que nos hace.

Si en los sesenta Simone de Beauvoir escribió La Mujer Rota, ahora haría falta un libro que se llamase algo así como La mujer desubicada. Porque en el tema relaciones-sexo-afecto, y aún siendo libres de elegir lo que queremos, que me levante una sola la mano diciéndome que sabe lo que quiere y que es feliz con ello. Yo no lo tengo tan claro...

Siempre nos han ganado por la adulación. Y nos han vendido la moto de la mujer perfecta. Y hemos caído como moscas en la miel.

Nos dicen que somos las mejores y nos lo creemos. Las más listas, las más guapas, las que mejor organizamos las finanzas y los muebles de la cocina... Somos tan perfectas que tenemos el don de aunar opuestos: familia-trabajo, marido-independencia, putón-princesa... Al final acabamos estresadas y angustiadas e infelices e histéricas... un ansiolítico y p'alante. O una copa de ron. Después de siglos de machaque una vez que nos dicen que somos las mejores no es cuestión de ponerlo en duda.

Como somos libres estamos atadas a todo un tamizado código de comportamiento. Leemos revistas, miramos la tele: cómo hacerle flipar con el sexo, glúteos perfectos, baila salsa, mascarillas para el pelo, los labios siempre carnosos e hidratados, pestañas ultra largas, uñas siempre perfectas, look ahumado en los ojos, gimnasia facial antiarrugas, no combines tus mosqueteras con minifaldas... y si no te ha salido bien, es que nunca supiste organizarte, ¡pecadora!

y todo para... ¿qué? ¿para quién?

Todo es mentira. Como somos libres podemos organizar una orgía entre tú, tu prima y el frutero y colgarla en youporn. La mentira siempre le ha gustado de ser exhibicionista para ser creíble.

Al final, la postura más feminista, la única postura feminista válida, es conocernos y reconocernos. ¿Parece sencillo? Ponte a quitarte de ti misma todas las etiquetas que te han ido colocando, a ver cuánto de ti misma queda y cuánto de ti misma reconoces.

Precisamente porque somos libres, debemos ser muy vigilantes a todo lo que escuchamos y pretenden vendernos. Sólo están aprovechando que se han caído algunas estructuras para imponernos las que más les interesa. Pero si alguna mujer te dice sentirse orgullosa y satisfecha de la situación de la mujer actual, no le escuches. Te está mintiendo. No tiene ni puta idea de quién es. Está de mierda hasta las tetas.