“El ardor de la sangre”
Irène Némirovsky
Salamandra
No deberíamos entrar a los libros por lo que sabemos de sus autores o sus circunstancias: aspiramos a la crítica inmanente. Dejemos a un lado que Némirovsky se encontraba huyendo de los nazis, refugiada en lo hondo de la campiña francesa, y aún así redactaba, poco antes de ser llevada a un campo de concentración, esta novela: una tragedia de ambientación rural (la Francia campestre del vino y el pan, “montaraz”, cazurra y desconfiada), sobre la edad madura, el tiempo que todo lo difumina, el dolor del deseo, el deseo del dolor, la pasión que atraviesa el tiempo y las opciones vitales que nos conforman día a día. Un relato que parte en un tempo lento, con cansada sordina, en la redacción de un sesentón que ve pasar la vida y observa a sus vecinos desde la crítica y la condescendencia: al principio, todo es “familiar” y “correcto” y “apropiado”. Lo que va a suceder está tras las puertas de las casas y dentro de los corazones de los hombres. Silvio, el narrador, afila la pluma a medida que el drama se va estrechando sobre los personajes: el adormecimiento de una vida de renuncia a las pasiones se disuelve, el ardor de la sangre ingresa arrollando y la novela ya no es lo que parecía; toda la falsa sabiduría de la vejez se aparta, vencida. Su estilo quizá se atragante un poco, pero sólo es anacrónico en la superficie porque, tal y como brotan los verdaderos temas, brota la verdadera complejidad de un lenguaje que no le hace ascos a nada. Y la lección, una vez más, es la valentía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario