En lo transversal caben las recomendaciones, el boca-oreja, aquel clásico "si te gustan Radiohead seguro que te molan Sigur Rós", los intercambios de cromos, las desordenadas batallas de almohadas cuando tú y tus hermanos érais chicos, la magdalena de Proust, la sinestesia, el apunte deslavazado de cuando visitaste la librería y te quedaste con los títulos de los siete libros que no pudiste comprar, las abejas que dispersan el polen, los panfletos que dispersan ideas, las buenas fotografías que amalgaman la existencia. Lo transversal es lo que configura la biografía, sin necesidad de literatura; es una forma de conocimiento, algo que si se trabaja a conciencia puede estar cerca de ilustrar la propia alma.
Hace algunos meses, decidí en un gratuito gesto escribir dos palabras en la casilla de "
alertas de noticias" del super-oráculo, ahora también espía, para que rastreara por mí todo aquello que los diarios del mundo supiesen -o creyesen saber- acerca de "Satie" y de la "melancolía". La segunda palabra es mucho más popular que la primera, aunque, dada la sobreutilización de un concepto castigado, apenas aprovecho sus recomendaciones (en notas de actualidad del famoseo, artículos de opinión y reseñas culturales, "melancolía" se aplica prácticamente a cualquier cosa, desde los cubos de fregona a la
inauguración del metro de Sevilla, pasando por la mirada de la tal Bruni en los eventos sociales).
Con "Satie", mi intención era encontrar la huella contemporánea del músico, fisgonear entre los posibles homenajes, publicaciones, exposiciones, programas de conciertos que lo incluyeran. Tratar de entender si mi fascinación con Erik Satie era compartida por otros, cien años después de sus deliciosas e inquietantes obras. No se me ocurrió que la alerta podía tener otros usos menos prácticos, más poéticos, más transversales. El espía del oráculo me dice semana a semana no sólo que franceses y argentinos se acuerdan regularmente de programar a Satie (y no sólo sus archirrepetidas
Gymnopédies), sino que otros se inspiran en su música, viven y recrean sus parámetros estéticos. Así fue como conocí
Man On Wire, la película recientemente estrenada en España que se llevó el Oscar al mejor documental este año. Su secuencia quizá más emocionante está aliñada con la pieza más conocida del francés. La película tiene sus valores propios, por los cuales ya es parte de mi particular cámara de las maravillas, pero está claro que su director, James Marsh, eligió los fragmentos musicales con una sensibilidad que es en parte mía.
Así también descubrí a
Hauschka. Es lo malo de poner una serie de nombres en las influencias de tu myspace, todos los periodistas simplones los incorporan a sus reseñas. En el caso de este músico alemán, de nuevo, hay una forma diminuta, desprovista de ambiciones, emocionante en las dos dimensiones, que comparte conmigo y con el francés inspirador.
También he descubierto horrores. Como
la reseña que le dedica un diario inmundo a un libro, una biografía de
Erik Satie, que también yo
reseñé en su día.
Mi alerta semanal me cuenta hoy de la existencia de un grupo afincado en Madrid,
Boat Beam, formado por tres mujeres de procedencia dispar; ellas u otro periodista sabueso han descubierto que les influyen tanto Satie como Debussy, además de otros nombres más contemporáneos. Su primer disco acaba de aparecer y tiene un título decidor:
Puzzle Shapes, formas de puzzle, piezas, aparatos, engranajes que aparecen ayer, en el pasado, estos días, mañana, que pueden venir con la recomendación del hombre de tu vida o el impersonal aviso (la palabra "alerta" tiene mala prensa estos días) de un robot. Esa desorganizada forma que un biógrafo tratará de reconstruir porque las vidas, aquellas que a mí me gustan al menos, están hechas de este modo, con una greca sin patrón preciso, con un galimatías flaco y disperso, con un desorden transversal.
Ahora me voy. Mis hijas -que me dibujan ilustraciones para mis cuentos, qué más transversalidad que la del ilustrador poco advertido- me quieren sacar de paseo. Hoy es día de recordar cosas, sin robot buscador que me asista. El primer, el segundo mensaje que cruzó el Atlántico entre mi amado J y yo contenía una esquirla de este tipo de conocimiento: "¿Has escuchado a Debussy? Su música tiene una cualidad etérea como la de Cocteau Twins". No, por entonces no tenía idea de quién era Debussy. Si no fueron ésas las palabras exactas, el tiempo también hace sus propias grecas.