martes, 20 de noviembre de 2007
Editors
jueves, 15 de noviembre de 2007
Fabular es crudo
Hace dos meses.
Necesidad de inmediatez, es virtualmente imposible elaborar, y todo queda al nivel intuitivo, pudriéndose en horas. Necesidad del ya. Escribir es lento y trabajoso, duele, como una herida desangrada lentamente. Necesidad de la expresión instantánea y bruta, contundente, explícita y a-dimensional, como el punto geométrico. Necesidad de abolir la discursivización, todo es imagen, extenuante y volátil. Ínfima.
Indefensión ante la dureza, lo objetual de la palabra. Para poder escribir cosas originales y decentes he de discurrir con la conciencia clara de la dureza que revisten las cosas detrás de las palabras.
Cinco días después.
Esa inmediatez. Esa necesidad de no fijar nada me acosa. Sólo cantar puede expresar el infinito en que quisiera estar.
Diez días después.
Quisiera encontrar ese lenguaje agallesco, dotado de uñas, de salones de espejos que revierten todo, de caleidoscopios simbólicos y de aristas de alambre.
Veintiún días después.
Sé que sé narrar. Sé que sé pero nadie más lo sabe pues hace mucho que no escribo ficción. Lo de antes no vale un pimiento. Si tiene más de dos años no se corresponde conmigo. Me pregunto cómo he podido ser tan condescendiente con mi trabajo.
Dos días después.
He decidido revisar y utilizar viejos argumentos, intentos abortados de ficción. Que eso no suponga quedarme varada en VIEJOS SUPUESTOS y bases completamente caducas.
Un día después.
El disco "White Chalk" se corresponde maravillosamente con el gloomyness que quisiera darle a este relato. Creo que mi lenguaje tiene que ver con lo social-personal, aunque todavía estoy lejos de articularlo. Tengo una primera línea y estoy contenta por ello.
Miedo de hacerme caso. Miedo de comprometerme con las palabras. Sin embargo, sé que tengo dentro mucho más de lo que estoy dispuesta a dar. Quisiera llegar, sin tener que recorrer todo el camino, al desarrollo extático de la emoción que se contiene en el estribillo de una canción hermosa.
Cinco días después.
Trabajar, concentrarme firmemente. Fiction is my trouble.
Quiero que suene loca, desquiciada. Yo soy y aplico una inteligencia a los discursos de mis personajes que los hace poco creíbles. Buscar una mímesis con otras estructuras mentales. Dejo de aplicar mi lógica y mi discurso racionalista, escribo como demente y la demencia se ceba, me atiborra de ella, me come.
Seis días después.
Desorganizada, como siempre. Incapaz de hacer una buena mañana. Por qué me lastra tanto la dispersión que soy incapaz de trabajar, de creer en esto que digo que hago.
Hace pocas horas.
Me pongo cachonda cuando escribo.
Fabular duele
Producirlos es otra cosa. Porque -posiblemente no sepa hacerlo mejor- hace rato que intento volver al hábito de la fabulación, y no me está saliendo. No es que no salga, es que cuesta mucho. Entonces, chocamos con un poco de incapacidad y otro poco de pereza. Es un problema de concentración, de dolor. Hay algo tan complejo en levantar una historia, que hace daño. Que esto apeste a fraudulenta bohemia y tópico de pose creativa no le quita verdad. Pero lo peor viene cuando consigo escribir.
lunes, 12 de noviembre de 2007
El aliento del cielo (reseña)
"El aliento del cielo"
Carson McCullers
Seix Barral
Capote, O’Connor… Ahora es el turno de McCullers. La narrativa breve, maltratada y desperdigada, de autores más conocidos por sus novelas, llega al cabo a nosotros. En este caso, aderezada por la asistencia (inteligente y comedida, con los datos y la emoción justos) de las notas de Rodrigo Fresán. “El aliento del cielo” pone en evidencia los motivos por los que McCullers ha de ser considerada, a expensas de otros brillantísimos narradores de su generación, la fundadora de una nueva sensibilidad, una muy moderna, poco radiante y nada sentimental(oide), a pesar de haberse dedicado enconadamente a la literatura de los sentimientos, los afectos y las complejas relaciones humanas. McCullers es una narradora de potente mano que, a través de estos relatos (confeccionados algunos con edades que harían sonrojar a cualquier aspirante a revelación literaria), elevó al “disminuido” emocional a la categoría de héroe literario: sus personajes, estrafalarios o no, tienen la papeleta de sortear situaciones idiotas, miserables o ridículas, con lo mejor de ellos mismos. En McCullers se expresa esa sensibilidad, que deja atrás el lugar común y el arreglo floral, donde ya no hay vuelta atrás en la consideración de todo ser humano como un ser literario digno; donde se halla la belleza en lo más mezquino; donde se gestionan, sin sonrojos ni vanos tapujos, las miserias humanas en sus múltiples variantes. Y, en el centro de todo, la prosa: esa prosa, por sí sola, debería bastar para hacernos mejores.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Batir la marca
Son cinco, no al azar, pero no es un artículo totalizador. Representan diferentes formas de trabajo y están en momentos distintos de la escalada a la visibilidad. Pero todos merecen la pena muchísimo, y se van a cotizar una jartá en poco tiempo. Ya veréis.
lunes, 5 de noviembre de 2007
Como el musguito en la piedra
Gepe - Como el musguito en la piedra - RdL 256. Aunque hace varios días que salió la revista, yo no la he visto hasta hoy. Con celo de promiscua y orgullo de paridora, anuncio: el artículo al que dio lugar esta entrevista ha visto la luz este mes en la revista Rock de Lux.
Tres o cuatro cosas
Lisandro Aristimuño
Miro y vuelvo a mirar al Sur. A mi Cono Sur. El vivido y el imaginado, porque cuatro años no son nada. Posiblemente, ese Sur esté más en mí cuanto más tiempo paso lejos. Esta semana tengo que encontrarme por un rato con Lisandro Aristimuño, músico argentino al que conocí gracias a seretuaccidente.
Músico cuya música se me ha colado despacito y a la chita callando (como me gustan a mí las cosas), del que me gustan tres o cuatro cosas: me gusta su juventud; me gusta su falta de respeto por la tradición; me gusta su inclinación al folclore y su reinvención desacomplejada de formas usadas y gastadas; me gusta la humildad con la que escribe; me gusta la inventiva melódica presente en sus canciones; me gusta la cantidad de palabras plásticas, acuosas y hermosas en sus letras; me gusta su enrevesado nombre; me gusta su foto en la cama con un perfil de ojos abiertos; me gusta su ensortijado pelo negro; me gusta sobre todo esta enorme canción con la impresionante Liliana Herrero: no he escuchado, en tiempos, un mejor y más extraño dueto.
Río Negro es Patagonia. Nacer a 1000 kilómetros de Buenos Aires es como una maldición. Todos los que somos de algún extrarradio sabemos eso. Me gusta la sencillez humorística de declaraciones como ésta (hablando, cómo no, de sus comienzos tocando en los garitos de Viedma): "Era medio bufón: venía el mozo y me traía pedidos de la gente". Es decir, me gustan más de tres o cuatro cosas.
jueves, 1 de noviembre de 2007
Hombres en traje negro
A mi abuela que, como yo, nunca pudo decir en qué trabajaba.
Las mejores cosas, probablemente, son las que tardan en afirmarse. Las que se cuelan despacio, reptan por las esquinas del cerebro y se instalan, a la chita callando y sin escándalo alguno. Puede que los flechazos se lleven todos los hurras y la literatura laudatoria, pero yo aquí he venido a hablar de esas otras cosas. De lo más normal y cotidiano: el amor que nace con el roce y la constancia. Me quedo con eso: esa forma discreta e imponente en la que llegó a la vida del hospital psiquiátrico (
Taconearás a ritmo de 2x4 en cualquier circunstancia.
Querrás impostar la voz cavernosa, profunda y parca en melodía.
Sentirás un poderoso impulso por bailar un vals a la visión de un piano en un bar.
The National. Boxer. El boxeador del que hablan no viene a arrasar como un congresista republicano. Más bien se detiene a colonizar, a ritmo de vals, el cuerpo a rendir. Este es el boxeador nacional, pequeño, miniatura cual soldadito de plomo, parásito de aproximadamente dos pulgadas, recorriendo los conductos internos, vasos, venas, corazón, vuelta a salir, collejeando a diestro y siniestro, golpeteando sin dañar en absoluto, en todas aquellas fibras sensibles y extraordinariamente endebles que tenemos dentro.
Mi lenguaje metafórico se vuelve gachas sueltas a la hora de describir por qué soy fan rendida de este disco: ése es otro síntoma de haberse enamorado así, despacio, a la chita callando. Ya no se discurre. Hay que escuchar ese piano discreto con el que inauguran, hay que dejarse acunar por esa voz (Matt Berninger, ya hay nombre para bordar en las vueltas de las sábanas, desde que Stuart Staples se lo tiene tan creído) que parece no querer cantar, no querer decir lo que dice. Hay que recorrer pulgada a pulgada la devastación emocional de estas miniaturizadas, pero sólidas cual plum cake, canciones, doce, que hacen “Boxer”. Es lo que pasa cuando llevas siete u ocho años componiendo, creyentes, enamorados silenciosos de la canción, buscando la esencia del mejor decir, del decir más, del utilizar menos. Sale "Boxer". Y esto es lo que pasa, cuando quieres despacito y sin darte cuenta: ahora necesitas bailar y bailar y bailar, con estos cinco hombres en traje negro. “You know I dreamed about you / for twenty-nine years before I saw you”.
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Coda, en 2x4: los hombres en traje negro se pueden ver aquí, por ejemplo. No pude dejar de enlazar el ambiente y la historia de este vídeo con el de este otro vídeo: otro hombre en traje negro, de estilo internacional. Ten cuidado cuando te tiemblen las manos.