Tomé el tren y el llanto de mi madre...
Lisandro Aristimuño
Lisandro Aristimuño
Miro y vuelvo a mirar al Sur. A mi Cono Sur. El vivido y el imaginado, porque cuatro años no son nada. Posiblemente, ese Sur esté más en mí cuanto más tiempo paso lejos. Esta semana tengo que encontrarme por un rato con Lisandro Aristimuño, músico argentino al que conocí gracias a seretuaccidente.
Músico cuya música se me ha colado despacito y a la chita callando (como me gustan a mí las cosas), del que me gustan tres o cuatro cosas: me gusta su juventud; me gusta su falta de respeto por la tradición; me gusta su inclinación al folclore y su reinvención desacomplejada de formas usadas y gastadas; me gusta la humildad con la que escribe; me gusta la inventiva melódica presente en sus canciones; me gusta la cantidad de palabras plásticas, acuosas y hermosas en sus letras; me gusta su enrevesado nombre; me gusta su foto en la cama con un perfil de ojos abiertos; me gusta su ensortijado pelo negro; me gusta sobre todo esta enorme canción con la impresionante Liliana Herrero: no he escuchado, en tiempos, un mejor y más extraño dueto.
Río Negro es Patagonia. Nacer a 1000 kilómetros de Buenos Aires es como una maldición. Todos los que somos de algún extrarradio sabemos eso. Me gusta la sencillez humorística de declaraciones como ésta (hablando, cómo no, de sus comienzos tocando en los garitos de Viedma): "Era medio bufón: venía el mozo y me traía pedidos de la gente". Es decir, me gustan más de tres o cuatro cosas.
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