viernes, 24 de octubre de 2008

Formato familiar II

Los cuentos son hijos. Me cuesta parirlos. Indeciblemente me cuesta. Llevo semanas atascada. Tengo un problema de constancia tanto como lo tengo de forma. Me enferma la forma. Pero es un cuento sobre la forma. No obedezco a planes premeditados, todo va cuadrando. Formato familiar es algo con lo que no había contado. Si pongo aquí los primeros párrafos es para decir-me que esto sí se parece a lo que deseo. Página y media de las veinte que ha de tener:

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Después de tanto tiempo, alguien ha vuelto a llamarme “bilioso”. La vecina, con su pelo teñido de rojo y sus pantalones de pitillo, me ha arrojado un escupo y la palabra. Me he dado la vuelta, tumbado como estaba, con la bragueta medio abierta, y he recordado a Alicia, mi mujer. A la que solía ser mi mujer, la que ya es solamente Alicia. La pelirroja ha escupido la palabra como un viejo chicle masticado. Mi mujer –Alicia- me lo decía con amor, con lo que solíamos llamar amor. Y “bilioso” me ha despertado las ganas de formatear este desbarajuste en que vivimos, las ganas de reventar a alguna comadre por todos sus orificios y las ganas de rapear. Ni por asomo sabe esa desmigajada qué guarda dentro de sí ese exabrupto cariñosiento. Algo insultante, se imaginará. Sólo porque le recordé que hace dos semanas me pidió prestados unos huevos, o porque me negué en redondo a moverme de mi butaca de jardín para ayudarle a entrar en su casa el contrabando que consigue vendiendo trozos de su ajuar, o porque simplemente no me he movido ni un centímetro para mirar su culo embutido en lycra. Allá ella, allá todos vosotros. Que las basuras de cada hombre, cada mujer, viajen por separado. Éste es el mundo que nos hemos ganado. Malditas las ganas. Ésta es del tipo que espera, aún, eso que se entendía por galantería por parte de todo aquel que lleve pantalones. Igual antes, flaca, quizás antes… Si todavía salgo a la puerta de casa con la dichosa prenda en su sitio no quiere decir que me parezca conveniente mantener una sola de las pautas del viejo civismo. Ha muerto, esa palabra, como otros dos millares. Y ésa, ahora, es la gran diferencia: el mundo se ha vuelto mucho más acotado, a costa de cargarnos el diccionario. Todos contribuimos a hacerlo sucumbir.
Os presento a la “culta”, Carmina, elegantísima, curtidísima ex señora de un corredor de bolsa. Se divierte arrojando pedazos de inocuo sentido a la cara de las adversidades sin la más mínima conciencia. Se las arregla para tener siempre comida. Empapa las entrepiernas de cuantos se la cruzan porque, a pesar de todo, aún tenemos entrepierna. La vecina es otra más, ciega y sorda, que vive en la creencia de que pasamos por una crisis de orden económico, que está sufriendo en sus carnes apreturas pero aparenta indiferencia. Y vendrán, se dice Carmina, tarde o temprano, para arreglar esto. Quién tenga que venir, nadie sabe. Mientras tanto, se salvan. Ay, tontitos, es mucho más que eso. Todo lo que antes conocíamos como mundo está desapareciendo, y el principal síntoma de todos es que nos estamos quedando sin palabras. Es un reajuste, un punto y aparte, la pausa necesaria de la confusión y el despilfarro, en aras de reordenar las cosas y nuestra relación con las cosas. No espero que nadie le encuentre sentido, habéis vivido demasiado tiempo en la oscuridad y la ignorancia. Pero miren ahora los periódicos, si logran salir dos veces por semana. Reducidos a una plana, un pliego de papel desdoblado en treinta y dos partes es todo lo que son capaces de contarnos. Con eso se resume todo, no hay más. Y no, no es que no haya papel, es que no nos quedan palabras. Cuanto antes lo entendáis, mejor para todos.
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Es el octavo relato de Monstruos.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Formato familiar

Notas de trabajo (o las últimas tres semanas de improductividad, o Bela Bartók trazando el camino):

- si alcanza, habría de tener 20 páginas
- tintes melancólicos
- la escala de las cosas
- el cambio de las palabras
- narrador - vecina presente - Alicia pasado.

Recomenzar Formato familiar, no es accurate. Tiene que ajustarse a un planteamiento más extremo, más terminal. El personaje locutor ha de tener una entidad más definida, extremar su pulsión lingüística, y evitar ser discursiva, bizarra. Reflexiones sentenciosas.
Vocación pedagógica, pedantería innata, por el camino recorrido y la lucidez adquirida.

Aquí, detrás de este cuento, el jazz -como forma creativa desprovista de moldes -y el rap, como sublimación de la palabra oral.
Una gran crisis, debacle económica, en el fondo del presente narrativo. Una debacle de sentidos.
Incluir más el presente en la situación comunicativa.
Lo que siempre quise decir con este relato es cómo las relaciones se pudren en la cotidianeidad, en la vil rutina. Usar el lenguaje como una metáfora del consumo.
La historia de Alicia es la historia de la vulgaridad en el lenguaje, en el centro de la relación que ha de mantener con el narrador. Paralelamente, la afición a consumir. Más que un paralelo, ha de ser un espejo, un discurrir autónomo y mugriento.

Esta noche tengo que salir del estancamiento y otorgar forma sin forma a Formato familiar.

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Yo he perdido a la familia. Pero no me la han quitado. La he eliminado. Podéis intentar hacerme creer que soy otra víctima de la crisis. Tengo mi propia explicación para lo que soy ahora. Me vale y me completa. Y el que una fulana de pelo enrojecido artificialmente, en un tiempo en que conseguir leche fresca para el desayuno lleva poco menos que al asesinato, me llame “bilioso” me suscita tanta emoción como masturbarme parsimoniosamente en la ducha sin agua caliente. A vosotros os están quitando la realidad, yo me la estoy ganando.
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domingo, 19 de octubre de 2008

El hospital de la transfiguración

“El hospital de la transfiguración”
Stanisław Lem
Impedimenta

¿Qué peor cosa te puede pasar cuando eres un jovenzuelo recién licenciado de Medicina que ser polaco en el año de la invasión alemana? Quizá el destino de escritor de Stanisław Lem se escribió entonces, cuando se apercibió de que nada podría hacer como médico en ese contexto. Así nació “El hospital de la transfiguración”, una primera novela que habla de él sin hablar de él. Lem pone en juego a Stefan, un muchacho apocado y pusilánime, que apenas sabe cómo enfrentarse a un funeral entre familiares, para convertirlo –progresivamente- en un médico que se come el mundo con curiosidad y decisión, que transforma y se deja transformar por las circunstancias en que se ve envuelto: un hospital psiquiátrico como metáfora de toda la nación polaca en desintegración. Unos colegas médicos, a cual más desesperado y neurótico. Un poeta-loco en demostración permanente de la lucidez y la vergüenza del intelectual. Y, claro, la invasión nazi que, irremediablemente, llega hasta ocuparlo todo. Si puede parecer, bajo la mirada poco atenta, que aún está lejos de eclosionar el Lem-escritor-de-ciencia-ficción, aquí está, gigante, el Lem-divulgador de la ciencia dentro de la literatura, un intelectual concienzudo con la materia que trata, arrojando luz de puro sufrimiento en las zonas más temibles de la conciencia. Pasajes de colección hay aquí para regalar: me quedo con la infortunada operación de cerebro en el quirófano semiclandestino del hospital, una de las escenas más terroríficas que se hayan puesto en papel.

//Publicada en Go Magazine octubre 2008. Para los lem-maníacos, aviso que ya hay otro Lem calentito en los mostradores, Vacío Perfecto, a cargo de Impedimenta nuevamente.//

martes, 14 de octubre de 2008

Vicio. Placer.

Para ti, siempre.

Vicio. Desayunar aquí, sola. Rodearme de otros solitarios, de otros huyendo, de otros que fuman sus cafés y toman sus cigarrillos.
Placer. Estrenar otro moleskine. Rasgar su virginidad. Tener ganas de escribir a las 9:45 am y a las 11:01 pm.
Vicio. Disfrutar de los intervalos de soledad. Disfrutar de los intervalos de compañía, de la fosforescente y multicolor compañía de los que son parte de mí.
Placer. Cuando accedo a estos raros momentos, esto es placer. Aunque esté ausente, tan ausente, ser suya.
Placer. Encaminarme a mi trabajo. Que me permite encenderme como un botón de rosa. Apoyarme en él. Ser mejor.
Placer. Asomarme a mirar la luna de octubre desde mi ventana. Cerrar la ventana y abrir un libro cuyo título es Melancolía.
Vicio. Amarle.
Placer. Dejarme amar.
Vicio. Escribir. Pero ya ni eso. Lo que se lleva dentro no se corresponde con los cigarrillos o el buen sexo. Se lleva.

jueves, 2 de octubre de 2008

Gigante entre pigmeos

El libro se llama El marqués y el sodomita y aún no está en las librerías. Por lo pronto, unas biennacidas fotocopias me lo sirven para que pueda acompañarme las siguientes noches y correr hacia la fecha de entrega de una reseña. Escrito por su nieto, es el relato del primer juicio de Oscar Wilde o, mejor dicho, la reunión de los documentos nunca antes publicados con tal exactitud, que relatan cómo Oscar Wilde, queriendo limpiar su honor por una "calumnia" vertida por el padre -marqués de Queensberry- de su famoso amante Bosie, interpuso una querella penal y, tres meses después, era el propio Wilde el que salía con una condena a trabajos forzados y su vida hecha pedazos para siempre.

Mientras todos los diarios londinenses -y algunos extranjeros-, todavía con los juicios en curso, daban a Wilde por culpable y poco menos lo trataban como la inmundicia personificada, un pequeño semanario llamado London Figaro los ponía en su sitio: por asquerosos, por cebarse con vehemencia de perros en un artista procesado enarbolando la bandera de la moralidad. Pero, de la larga cita incluída en la página 35 del libro, me quedo con esto:

"Gigante entre pigmeos, el señor Wilde ha sido naturalmente odiado por todas las personas bajas y mezquinas, que intentan aumentar en tamaño e importancia rebajándolo".

Lo tuve claro. Todos esos que, amparados en el vil anonimato de las comunicaciones digitales, opinan acerca de la cualidad personal o artística del amigo que nos quitaron -hoy sí diré su nombre, Cocó, y Cocó, Cocó, ¡con acento siempre!- ni aumentan en tamaño ni crecen en importancia. Son basura. También esos medios "oficiales" y "serios" que redactaron reseñas tratando a una persona asesinada como, poco más o menos, "culpable" de su muerte. Comemierdas.

A nosotros, sus amigos, más breves o más longevos, no nos quita nadie el privilegio del gigante.