ADN.es era un diario que yo solía leer. Tal vez, lo reconozco, porque una gran
amiga mía era parte de la sección cultural, y me había pedido en los tiempos del beta que navegara por el proyecto en el que se había embarcado tan ilusionada. Pero me quedé todo el tiempo, incluso cuando exigí que alguien borrara mi cuenta de usuario porque decidí que ya estaba bien de andar desperdigándome en estúpidos alter-egos virtuales, dejando huellas poco medidas, que luego, más tarde o más temprano, vendrían a sangrarme con reclamaciones, o chantajes emocionales, o pies sacados del tiesto.
Ésa y otras muchas huellas he querido borrar. Pero yo seguí siendo lectora de adn.es. En pocos sitios se ha podido encontrar, con tal profusión de datos y tan golosa documentación, un perfil tan bien escrito de Aleister Crowley, por ejemplo. En muchos menos encontramos homenajes -y conste que me sobraba tanta foto destinada al macho machete que inunda la lectura de diarios digitales- a iconos de nuestra cultura como la gran Bettie Page. Frente a la pacatería de la información cultural de la gran mayoría de diarios, el aire fresco estaba en adn.es, estuvo. Yo, como otro millón y pico de lectores, me voy a sentir terriblemente huérfana por las mañanas, cuando hurgue entre las pestañas de mi browser sin saber a qué botón darle cuyo combinado de código y buenas prácticas me alegren un poco el día.
Sin embargo, me fue requetemal tratando de convertirme en colaboradora. No explicaré los detalles, pero mi falta de éxito la achaco, más que nada, al hecho de que vivo abstraída de lo que interesa, tanto a los gerifaltes de la cultura como a los extravagantes asiduos a rebuscar en el fango de lo irreconocible.
Fracaso que se traduce en mi baja penetración como redactora cultural en cualquier tipo de prensa diaria, puesto que cuando me ponen en la tesitura aquella de "proponme temas", mis ocurrencias son insólitas, peregrinas, difícilmente manejables, editorialmente superfluas o melifluas. Me sucede con casi todos, pero obviamente no con todos. Menos mal que existen el coordinador de la sección libros de
Go Magazine y el director -con toda su trupe- de la revista
Calle 20.
En su día, sin embargo, conseguí publicar algo, una breve nota, en adn.es. Llámenlo cruce de circunstancias, me da lo mismo. Esa breve nota que es toda mi historia en este medio da cuenta del tipo de medio que era, capaz de hacerle un hueco
incluso a mí. Ante el riesgo de que ya no estén disponibles los históricos dentro de cuatro días, lo copio y lo pego aquí, porque estoy en mi derecho, copyright mediante. La nota data de hace quince meses, noviembre de 2007. Y Gepe sigue ahí, entre mis temas, esperando que haya disco nuevo (ya
hay ep nuevo).
Esta misma mañana, mientras compraba el pan en el chino del barrio, un adorable-cuasi-flaite-maravillosamente-fresco acento chileno me asaltó en la forma de una espalda vestida de cuero negro que se alejaba. Cachai?
Gepe trae a Vivamérica el folk chileno evolucionadoDesde Chile, llega Gepe, Daniel Riveros, como parte del variado programa musical del Festival VivAmérica
Madrid | 11/10/2007 | 2 comentarios | Votar
Chile se agita musicalmente, desde inicios de la década del 2000: una nueva generación de artistas, aglutinados muchos de ellos bajo el sello Quemasucabeza, está tomando los espacios culturales y las salas independientes de conciertos. Uno de los que mayor resonancia internacional está alcanzando es Daniel Riveros, más conocido como Gepe, cuyos dos álbumes han sido editados en nuestro país. En 2006 apareció
Gepinto, de la mano de Astro, y su más reciente producción,
Hungría (2007), acaba de ser editada por el Sello Autor.
En ambos discos, el chileno de 24 años combina con ciencia y elegancia la raíz folklórica de su país -y la herencia de las figuras líricas de Violeta Parra y Víctor Jara- con el pop de origen norteamericano, en especial el cuidado en los arreglos de gente como Brian Wilson. Aunque las influencias y las resonancias implícitas no se limitan a esos dos polos. Sus canciones funcionan como bocetos melódicos sin excesivas pretensiones, donde el azar y la combinación fonética juegan un importante papel; y las letras, hechas de impresiones, oscurecen deliberadamente los significados: "Me gustan las imágenes, la fotografía de algo; sentir las cosas más que describirlas", dice Daniel un día antes de su concierto en la capital.
No es el único que está poniendo en práctica la incorporación del folklor en esquemas pop y electrónicos; el antecedente directo es la argentina Juana Molina, con quien ha compartido cartel en más de una ocasión. En un contexto de relativo aislamiento cultural, propio de Chile, la música de Gepe interesa, además de por su anclaje folklórico, por su falta de prejuicios y su tendencia a la experimentación sonora.
Ya ha visitado nuestro país en discretas giras promocionales. Este jueves 11 se presenta en Madrid, sin acompañamiento, en el marco del Festival VivAmérica (22:00, Anfiteatro Gabriela Mistral en Casa de América). En los últimos días de noviembre, el músico transandino formará parte de Artistas en Ruta, ofreciendo conciertos con banda en varias ciudades: aprovechará para llevar al escenario las canciones de
Hungría y las composicones para un tercer disco que dice tener ya listas.
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Por fechas cercanas, aparecieron más cosas acerca de Gepe y otros chilenos:
aquí y
aquí (algún día arreglaré lo de las fotos perdidas).