miércoles, 8 de septiembre de 2010

El mal que nos ocupa

(La foto se la pido prestada a Gaelx)

Hace pocos días escribí que el #mal me había pagado, por fin, un proyecto (100 días de espera para ello). Si reflexiono sobre mis propias palabras, tengo que admitir que en un gran número de casos, es el mal el que me emplea.

Vivo de trabajos de todo tipo en el ámbito de la comunicación digital. Un poco menos, vivo de colaboraciones periodísticas. No formo parte del colectivo de periodistas en paro porque soy periodista de manera colateral -aunque orgullosa. Comencé a trabajar con dieciseis años y no ha parado hasta hoy (van veinte), pero si repaso el historial, realmente nunca he vivido del periodismo (ni cuando llevaba un programa de radio de dos horas diarias ni cuando era becaria en una redacción tipo “guía del ocio”). Quizá por eso esta “crisis del periodismo” (de los moldes económicos que lo sostienen, pero también de los cambios metodológicos y la aceleración desproporcionada en la producción de contenidos) me pilla un poco por fuera; soy espectadora, más que sufridora.

Quizá por eso no me afecta demasiado.

Todos trabajamos para el #mal: lo hacen los músicos que, en cuanto tienen cierto público, fichan por alguna discográfica; lo hacen los artistas que, nada más alcanzar algún renombre, aceptan encargos polémicos de empleadores turbios. Lo hace la empleada de hogar cuando entra a trabajar en casa de cualquiera y ese cualquiera la explota a ella y a doscientas inmigrantes sin papeles a las que obliga a trabajar en sus burdeles.

Todos trabajamos para el #mal y todos podemos seguir haciéndolo sin perder el norte, y aprovechar la más mínima oportunidad para instalar, ahí mismo, la maquinaria derribadora.

Con esto quiero entonar otro tipo de cantos. Como, por ejemplo, que no termino de entender a los cientos -o miles- de periodistas que se han quedado fuera de las redacciones, sin saber cómo reaccionar y tomar el toro por los cuernos (perdonen el lenguaje taurino, tan demodé).

El periodista, en un medio, también trabaja para el #mal.

Casi casi en todos los medios están más allá del "límite del bien". Cada cual dibuje su línea propia.

Cuando digo que me emplea el #mal quiero decir que quien me paga (malamente) las facturas son grandes corporaciones. Como, por supuesto, necesito que las pague alguien (no me puedo permitir el lujo de vivir de patrimonios inexistentes, como mi amiga Franziska von Reventlow), acepto todo tipo de trabajos. Y, tal como sé que mañana o pasado me he de morir, sé que en cualquier empresa que me dé trabajo, encontraré, sin necesidad de rascar:

- condiciones laborales de pena y explotación de su personal
- cero conciencia social
- delitos contra el medio ambiente o los derechos civiles, y muchas cosas más

Pero todos queremos trabajar. A ratos suspiro por un hueco en una redacción. Pero esto no lo tienen siquiera personas mucho más preparadas y curtidas en redacciones que yo. Stop del suspiro. Y sigo con mis proyectos.

Sé que trabajo para el #mal y sigo buscando el modo de hacer cosas para lo contrario. A costa de irme a dormir dos horas más tarde de lo que corresponde. Así que, sin ningún tipo de derecho, pero con el que me da ser de los vuestros, a vosotros, a los periodistas que sí estáis en una redacción, y a aquellos que perdieron su podio y engrosáis las filas del paro, como comunicadores sociales, creo que os puedo pedir algunas cosas:

- No comulgaremos con el #mal: una cosa es que pague las facturas, otra muy distinta que abanderemos su ideario

- Evitaremos en las redacciones escribir de lo que de verdad está pasando si lo que está pasando implica a personas físicas o jurídicas que pagan nuestro salario. Qué importa, tenemos otros medios para contar las historias verdaderas.

- Trabajaremos creyendo en lo que decimos, pero no por ello dejaremos de pensar lo que pensamos. Mantengamos la independencia necesaria para movernos como personas, periodistas que somos, al margen de la corporación, sus intereses y especulaciones, de la irrealidad que se nos pide alimentar.

- En los estrechos márgenes en los que nos podemos mover dentro del #mal, colaremos toda la información valiosa, socialmente importante, que se nos permita.

- Pero jugaremos fuera de esos márgenes y nos quitaremos horas de sueño para contar las cosas como merecen ser contadas.

- Inventaremos proyectos. Actuaremos con iniciativa. Dilapidaremos la herencia paterna en asuntos que eduquen al mundo. No esperaremos que la corporación nos cuide hasta el último día de nuestras vidas. Demasiadas veces hemos visto cómo un trabajador, que pensaba jubilarse tranquilamente en cierta empresa, es despedido sin contemplaciones. Haremos cosas gratis. Haremos cosas por nosotros mismos sin esperar retribución en dinero. ¡Nos autopublicaremos!

- Seremos generosos. Compartiremos lo que sabemos. Algún día la corporación, por esto o por aquello, no nos necesitará más. Ese día pondremos una tienda para coleccionistas de trenes antiguos o un hotel rural, y seguiremos contando lo que de verdad importa.

- El comunicador no puede esperar que ninguna empresa le ponga los medios para difundir su trabajo. El periodista debe esperar poder contar con una tribuna pública coherente y veraz, y hacer honor a ello. Pero si el medio de producción no es del periodista, el periodista no puede garantizar su independencia.

- Dejémosnos ocupar por el #mal, mientras éste resista. Que ya encontraremos otra forma de sobrevivir. Como escribe Milo J. Krmpotic' en Las tres balas de Boris Bardin: Siempre se conjunga en futuro, el verbo sobrevivir.



"Viva el mal, viva el capital", mira que nos lo repitió veces nuestra amiga...

4 comentarios:

blumm dijo...

Yo no soy original. Y como estoy con Valle-Inclán, abro el libro-tocho al azar y mis ojos taladran esta frase:

-Si perdemos, por otro lado nos vendrá la compensación. ¿Quién sabe? ¡Hasta pudieran no fusilarnos! Si ganamos es que tenemos la contraria en Foso-Palmitos.

No me digas que no encaja con lo que nos has contado. Muy divertido, me he divertido, sonrisa de madrugá...

blumm dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miguel Ángel Maya dijo...

...Espera, que como me he quitado el sombrero, tengo que dejarlo en algún lugar para que me queden las manos libres y aplaudir...
...plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas...
...Beso...

Carolink dijo...

Como el otro día alguien me dijo, el posmodernismo no es más que cansancio: ya no pensamos por puro aburrimiento. Por eso Valle Inclán, o Gómez de la Serna, o incluso Baroja o Larra, son muy útiles en estos momentos, porque no están mancillados por ese cansancio. O no lo estaban demasiado.
Primo: póngase el sombrero y toque el piano, como Erik Satie. Beso.