jueves, 25 de noviembre de 2010

El día trece


(tomada prestada de Irreverendos)

Lo de Just a working girl deviene de etiqueta y título de canción en mantra omnímodo. Voy a intentar no ser demasiado llorica en esta entrada y hacer, como hace a menudo mi socia Elena, periodismo desde las circunstancias privadas.

Trabajo desde las ocho de la mañana (hora en que salgo de la ducha) hasta las doce o una del día siguiente, todos los días, de lunes a viernes; sábados y domingo trabajo, con un horario un poco más relajado: comienzo a las diez y acabo a las tres. Pocos admitirán que lo que hago durante esas catorce o quince horas sea exclusivamente trabajar. Es lo que hago. Pongo desayunos, recojo la cocina, acompaño a mis hijas al colegio, me dedico a mis tareas profesionales, busco nuevas salidas, recojo a las niñas del colegio, pongo meriendas, me sigo dedicando a mis tareas profesionales, busco nuevas salidas, otra vez, leo y tomo notas durante la pausa del cigarrito, pongo lavadoras, las acompaño a sus clases extraescolares, paso la escoba por el suelo, paso el plumero por los muebles, pongo orden en su cuarto, pongo orden en mi mesa, voy a la compra, baño a mis hijas, contesto sus preguntas, les ayudo con los deberes, cocino algo para la cena...

Me obsesiona un tanto mi gestión del tiempo y sobre todo el aprovechamiento monetario del tiempo. De esas catorce o quince horas, apenas seis o siete son de trabajo remunerado diariamente. Dado que, además, mi sector está absolutamente por los suelos en tarifas profesionales, no me llega ni para pensar en contratar ayuda.

A mí esta situación no me incomoda, pero por mi forma de ser y mis enfoques no tengo más remedio que planteármela, a ser posible desde el punto de vista filosófico. Por ver si encuentro algo a lo que agarrarme. En el pasado, una mujer que se quedaba sola con sus hijos tenía a su alrededor una red -más extensa o más reducida- de conexiones y ligamentos familiares. Tampoco existía una presión social sobre la madre para ser, además de cuidadora y alimentadora total, compañera de juegos, amiga, cómplice. La madre autoridad, la madre alimento, la madre criada, la madre colchoneta.

Hoy hemos de ser todos esos roles del pasado, además de unos cuantos más del presente. Si la figura paterna desaparece, habitualmente -salvo en los casos críticos- deja una estela económica en forma de "pensión de alimentos". Sin embargo -y, otra vez, salvo en los casos de burguesía aguda- nunca esa pensión de alimentos permitirá una vida cómoda a una familia monoparental, no sin el trabajo de la parte femenina.

Y es normal que así sea.

Existe algo llamado “pensión compensatoria”, diseñada por las eminencias juristas para paliar en cierta forma la situación de deterioro económico en que queda la madre cuando ha abandonado durante cierto tiempo su labor profesional para atender la crianza de los hijos. Yo abandoné mis tareas durante, exactamente, cinco meses.

Estamos hablando, además en mi caso, de un ejemplo transparente de precarización de la clase media profesional. Cuando volví de Chile, hace ahora ocho años, no tenía ni idea de que el título que allí me había servido para obtener cierta consideración en el incipiente mercado laboral de las nuevas tecnologías, aquí me iba a servir como mantel individual para recoger las migas de pan -duro- de las cenas. Como, además, llegamos a Madrid en pleno alzamiento nacional de la santa Burbuja (yo espero que los del ladrillo sigan como Sísifo, eternamente, atados al vil material y descendiendo a los infiernos con su peso), tampoco pudimos optar nunca a una casa en propiedad. Matizando: no quisimos atarnos a ninguna propiedad por la cantidad de renuncias que implicaba. En el caso de haberlo hecho (hubo, en su momento, docenas de entidades bancarias que nos habrían prestado, amablemente, el triple del valor real de la vivienda cochambrosa a la que podíamos aspirar), tampoco tendríamos nada, salvo algunos intereses pagados, ocho años después.

Éste no es el tema. Tengo la custodia exclusiva de mis dos hijas, una pensión de alimentos y dos fines de semana (cuarenta y ocho horas cada quince días) en que ellas disfrutan de la compañía de su padre y yo de soledad. ¿Qué pensáis, buenas, nuevas, futuras, viejas madres? Porque tengo entendido que la mayoría de las mujeres que se divorcian hacen todo lo posible para alejar al padre de sus hijos. No es mi caso. ¿Qué pensáis, buenos, nuevos, futuros, viejos padres? Porque también me cuentan que la mayoría de los que se divorcian prefieren veinticinco años pasando dinero que ocuparse personalmente de las pequeñas minucias cotidianas, trabajosas y no remuneradas que implica criar a los hijos.

Por supuesto que existen circunstancias mucho más horribles. A una persona que conozco, su ex pareja le arrebató la custodia de su hija, aportando un diagnóstico no contrastado de enfermedad mental, con tal de no tener que pasarle pensión de alimentos a la madre. De su depresión ha nacido un despido, de su despido ha nacido una mujer en una situación aún más precaria que la mía, y obligada además a vivir sin su hija.

En mi trabajo/investigación/aúnnoséquées La vida sin hombres anoté estas dos direcciones con las que me he topado recientemente: ProJusticia parece ser una asociación medianamente organizada, que convoca actos periódicos en pos de la “custodia compartida”. Los descubrí con una pegatina llamando a la movilización en una señal de tráfico. Busqué su página. En primerísima línea de blog se puede leer: Custodia Compartida sí / Denuncias falsas no / Síndrome de Alienación Parental no / Derogación de las leyes de género (sic).

No me voy a detener en el análisis textual de lo que proponen pero se trata de una “asociación” de padres que busca promover la conciencia social en su causa. Si miro un poco en su interior -“la mayor maltratadora de niños, con enorme diferencia, es la madre. O mejor dicho, algunas madres”, matizan- me empieza a dar náusea. ¿Quieren estos señores la custodia compartida para no pagar una pensión de alimentos?

Pero nunca, nunca llueve a gusto de todos. Algunos jueces y algunas comunidades autónomas están amagando con imponer la custodia compartida cuando se separan los progenitores y surge: No a la custodia compartida impuesta. Estos otros (no sé si hombres, mujeres, o mixtos) también tienen datos, estudios de toda Europa y resto del mundo civilizado; ellos también ondean la bandera “por el bienestar de nuestros hijos”. Hacen manifestaciones y convocatorias. Sálvese quien pueda.

Yo cobro para mis hijas una pensión de alimentos, que no es poca cosa, pero nadie tiene ni la más remota idea -padres divorciados que tengan la custodia de sus hijos, cuéntenme qué equivocada estoy- de lo que es trabajar sin descanso desde las ocho de la mañana hasta la una de la madrugada. Cuando llega el día trece, el día previo a que el padre aparezca en el colegio para recogerlas, ellas no pueden más de echar de menos a su padre y yo no puedo más de trabajar quince horas al día. Quienes no me conocen, no pueden contradecirme. Quienes me conocen saben que no me ven jamás, entre otras cosas porque jamás estoy depilada ni presentable. Yo tengo que ganarme mi pan, él el suyo. Pero mis hijas no son campo de batalla.

5 comentarios:

Elisa McCausland dijo...

Olé, querida amiga.

Anónimo dijo...

olé con olé y olé, mamaíta...

Le paso la entrada a Enrique Bonet, que es amiguete; seguro que le hace ilusión.

( banda sonora: http://open.spotify.com/track/4ZuUizTUKcSdJvFdziP6IV Andaba escuchándolo mientras lo leía, y no queda mal...)

Anónimo dijo...

Ánimo, Carol. Si ya es duro el ámbito laboral en el que nos movemos, con hijas ya...

Anónimo dijo...

Yo, freelance y sin hijos, ya lo paso mal... Mucho ánimo y mi admiración.

Carolink dijo...

Casi nunca contesto a vuestros comentarios: sorry. Soy lo peor. Os quiero mucho. Besos. Abrazos. Hasta pronto. Buen viaje.