Esta mañana no he podido trabajar, esto es, atender a las labores que me dan, a duras penas, de comer. La agenda está repleta de tareas por hacer y la lista me reclama para que me ponga a hacer "ticks" sobre ellas. Hoy no.
Hay veces en que esta silla es tan acogedora como una tumba.
No estuve el domingo en la manifestación del 15 de mayo. Y me arrepiento mucho. Me acosté varias horas más tarde de lo razonable por simultanear el trabajo con el seguimiento de las concetraciones civiles, ciudadanas, humanas, que se desarrollaron en más de 50 ciudades españolas.
Cuando no tengo nada que decir, suelo callarme, y eso hago también en las redes sociales. Hasta que en el curso de estas casi cuarenta y ocho horas he seguido recibiendo y leyendo noticias, aproximaciones y análisis sobre qué han querido decir estas personas alrededor del lema Democracia Real Ya.
No esperéis un acercamiento frío y serio, porque estoy absolutamente enrabietada. No solamente por la desfachatez del poder político, también y sobre todo por el enfoque que se ha dado a las manifestaciones desde los medios. No son cuatro gatos y no son jóvenes "anti-sistema". Hubo en todas las ciudades muchos y muchas de todas las generaciones posibles, con historias personales de todo tipo y cero agresividad.
No hay nada blanco ni negro, que llevo ya casi cuatro décadas en el mundo. Lo que no puedo asimilar es que alguien que esté mínimamente en mi situación -cinco millones de parados y muchos millones de precarios, es decir, somos muchos-, que necesite expresar su frustración en la calle, sea llamado "radical". Radical de "raíz", vale. Radical de "basta", vale. Radical de "queremos pensar por nuestra cuenta", vale.
Y el movimiento que se expresó el domingo dijo esas cosas y más: Basta de mangoneos, de recortes de derechos y de políticas a espaldas del ciudadano. Basta de mentiras, de EREs multitudinarios y balances anuales sanos y gordos de las grandes corporaciones. Basta de desviar los recursos del país al banquero y a la sociedad anónima. Basta de hacernos pagar la crisis y no escucharnos. Basta.
Mi padre, de 63 años, se pregunta por qué ninguno de sus tres hijos, con estudios, carreras y experiencia laboral de sobra puede hoy vivir autónomamente, con más de treinta años cada uno.
Yo me pregunto qué clase de mundo le voy a dejar a mis hijas en el que un buen montón de jóvenes indignados no pueden realizar una protesta pacífica y pasiva, en la Puerta del Sol, sí, porque es el lugar más visible de toda la ciudad de Madrid y porque así lo han decidido. Y se les desaloja de madrugada, monos de uniforme y porras contra hombres y mujeres sentados, con nocturnidad y alevosía.
Claro que podría estar allí: de hecho estoy deseando levantarme de esta silla e irme a Sol, a la concentración de las 20 h. Tengo dos hijas. Tengo responsabilidades. Y no tengo futuro. Esta mañana me la he pasado tarareando con mucha rabia "Volver a los 17", porque su mensaje encaja de perlas en el tipo de sentimiento de impotencia y asco que me tiene paralizada. Violeta, en principio, habla del amor, pero hoy leo su letra como un resumen de la furia y la lealtad al ideal (ideal, sí, digo la palabra con todas sus consecuencias, debemos volver a responsabilizarnos por las palabras, debemos dejar de permitir que nos mangoneen, también, las palabras) que tuvimos, que sentimos, que hoy deberíamos estar actualizando en su potencia.
Quisiera ser "frágil como un segundo" pero roja y violenta como una amapola de mayo, y pasarme la noche allí con esxs muchachxs indignadxs. Volver a los 17, pero con mi conciencia política de hoy.
Todavía más, hoy también me aferro a otra canción de Violeta Parra, "Qué vamos a hacer": "Qué vamos a hacer con tantos y tantos predicadores"... Cambiemos por un momento el verso para que encaje "ladrones" o "políticos". Están intentando beneficiarse de un movimiento civil, autónomo, independiente, espontáneo e inmanejable de indignación y hartazgo. Qué vamos a hacer con todos esos "medios de comunicación" que nos niegan la esencia, el relato y la narrativa desde el lado de los que no tenemos ni donde caernos muertos. O como dice mi madre en uno de sus Versos clandestinos, "donde caerme viva".
"Qué vamos a hacer con tanta mentira desparramada..."
Nada hay más tonto que un pobre de derechas; pero nada hay más tonto también que uno de izquierdas que se llena el bolsillo mientras masculla mierda contra el sistema que lo alimenta. Este movimiento no es de un signo ni de otro: es de personas que, como yo misma, ya no pueden más.
La sangre de horchata de este país es absolutamente demencial, lo vimos el #29S. Y estos hombres y mujeres que pasaron del 15 al 17 de mayo de 2011 en la calle (no sólo en Madrid, en muchos otros lugares) están sentando precedentes para algo muy gordo.
Se puede no tener/sentir militancia, pero no se puede no tener/sentir conciencia.
Actualizo 18/05/2011: Esta mujer, Cristina, 46 años, llama a la tertulia de RNE y pone las cosas en su sitio. Por teléfono, de viva voz, dice mucho más de lo que yo he sabido decir en estos párrafos. Por favor, escúchenlo.
//Si enlazo a los artículos de Periodismo Humano es porque, primero, respeto mucho su línea de trabajo habitual; segundo, son de los pocos que han hecho un seguimiento in situ de estas movilizaciones//
Trabajo. Todo es trabajo.
"Como si me esperara una tarea casi infinita. Así mi relación temporal con la gente y con mis trabajos. ¿Qué trabajos? En cierto modo no hago nada y por otra parte trabajo más que ningún condenado a trabajos forzados. Es siempre una cuestión filológica. Llamo "trabajo" a todo: aun a los paseos, a las lecturas, a los encuentros con amigos y conocidos..."
"En cuanto al escribir, sé que escribo bien, y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran."
Alejandra Pizarnik. Diario.
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