viernes, 30 de enero de 2009

Del Brazo de la Locura (II)

¿Cómo se llamaba, pues, cantaor?
Yo, Hilario Mejías, pa servirlo a usted. El rufián ese, ah, dijo que se llamaba Dutoux, que venía caminando cual peregrino desde la zona más despoblada de Francia, y yo le dije que se había desviado mucho del camino de los santos. Como verlo, no lo veía, a lo mejor se estuvo riendo de mí. Pero había muchas risas en aquel sitio, y habría muchas más, hasta que dejó de haberlas. Chiquillos por aquí, chiquillos por allá. Los mismos mocosos que me tiran los huevos podridos de sus corrales se comportaban como las luciérnagas en torno a la luz cuando el francés estaba cerca. Flautista de Jamelís, le puse. ¿Encanto? ¿Belleza? A otro con ésas. Por el dios del cante os juro que ése tenía más años que mis abuelitos si vivieran hoy. Un bicho malo, como esas termitas que se comen mis banquetas desde que el mundo es mundo.

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Mientras me decido a dedicarle las horas necesarias para terminarlo, Del brazo de la locura es, cómo no, mi mejor cuento hasta ahora. Y éste uno de sus fragmentos que más me divirtió escribir.

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