martes, 3 de marzo de 2009

Sal gruesa (una antirreseña)

Me enfrenté a Sal -Manuel García Rubio, Lengua de Trapo, 2008- sin saber nada de su autor, quien sin embargo ya tenía siete novelas publicadas, amén de algún libro de relatos. En esta pseudo profesión que he elegido, el tiempo es un bien escaso y las páginas por leer un montón. He de confesar que Sal habría quedado por ahora en la estantería, arrollada bajo otro puñado de novedades que se van depositando, de no ser porque tuve que sacarlo para hacerme cargo de una reseña. La reseña contuvo aquello que, como lectora, creo que debo a otros lectores. Esta es la antirreseña, aquello que se me queda a mí, y sólo a mí, dentro.

Me preparé con ahínco y revisé -porque no he leído- algunos de sus libros en la biblioteca. Todos ellos -en especial el que se titula El efecto devastador de la melancolía- me apetecen mucho, y sospecho que se esconden muchas lecciones en ellos. Sal es una novela gruesa, abundante en hojas, de las que, según a qué lectores, puede minar la confianza necesaria para ser abierta. Y para pasar la primera página, y la segunda. A pesar de su extremada longitud, es una novela de pequeñeces que, con paciencia y mucho meandro narrativo, encuentra su verdadera dimensión poco a poco.

Y muchas otras veces debería ser así, porque las novelas de eficiencia total, las que parecen estar hechas con pespunte invisible del que tanto gustaba a mi abuela, me dan para sospechar. Me gusta de ella su situación comunicativa: la primera persona, el hombre común casi en desespero por hacer algo con su vida, la redacción de una novela que comienza como ejercicio de taller literario y se convierte en el colofón vital de alguien sin muchas cartas para ganar la partida. Esto es, una situación plausible, una escuadra de la vida que demanda literatura. Muchos de mis cuentos están construidos desde ese tipo de situaciones, unas más exitosas que otras, pero es algo que siempre me ha parecido crucial y que la tercera persona no permite.

Sin embargo, la mezcla de recursos del guión cinematográfico -la primera vocación del personaje-narrador es la de guionista- me deja bastante fría. No está de más, es coherente, pero de mi formación académica "audiovisual" he pasado a rechazar la literatura que no se contente con la literatura. Soy una pedante, lo sé. Sin embargo, si el personaje fuera un abogado frustrado, aceptaría que escribiese con el estilo de un recurso de alegato. Así, Urbano explica sus escenas como secuencias y, sobre todo, desarrolla los diálogos al modo del guión. Pero es, al mismo tiempo, un aprendiz de escritor, y ahí se genera un precioso juego de códigos.

Otra cosa que me gusta: Manuel García Rubio ha dedicado, en su bonito blog de "apostillas", varias entradas a explicar el porqué de los nombres que sus personajes, así que yo me limito a la piel, a mi piel. Me quedo con el nombre del personaje central, Urbano. Es un nombre de mi familia, de la familia que primero te arrebatan, y está cargado de emociones como todos esos nombres asociados a mi infancia, equiparados a cierta mitología no urbana, muy rural, de mis difuminadas vacaciones "en el pueblo".

Entre titubeos de principiante -de la ficción- y delicatessen de gran escritor -de la realidad-, en esta novela se esconden varias novelas. Urbano quiere contar su historia, y comienza por sus orígenes, que es un padre desconocedor de su propia base. También está su lucha personal por no fracasar -no puede llamarse una lucha por el éxito precisamente-, o por no ser arrollado por las circunstancias que le han tocado. Ésa es la que más me interesa a mí, la novela del don nadie, del "hombre común" anegado de extravagancias, que sabe que puede, que trata de anclarse en su pasado para arrancar un bocado al futuro, cualquiera que éste sea, que tiene que aprender a vivir consigo mismo, y que tiene que contarlo.

De otra manera, lo he dejado en la "crítica": es una actitud de riesgo darle voz durante quinientas páginas a un ser humano cualquiera: un tipo corriente, con ambiciones de pobre, pequeñas y sensatas, con complejos y ningún regalo de nacimiento. Es un trabajo de artesanía primorosa lograr captar y mantener la atención y, a pesar de la pseudo novela de intriga que se entremete en la segunda mitad -o gracias a ella-, hacer que el lector quiera correr por las páginas en pos de ese sentido, inútil y fatal pero necesario sentido, que es el premio último. Para el personaje, Urbano, y para el que lo acompañó.

//La reseña de Sal ha aparecido en el número 141 -marzo- de Qué Leer. A mí me gusta así. Este mes es mi cumpleaños. Casi culmino mi libro. Estoy feliz, casi, como Urbano, que logra todo en el último minuto.//

4 comentarios:

Miguel Ángel Maya dijo...

...Me ha encantado esta anti-reseña: justo en estos días me había llevado de Lengua de Trapo esa "Sal" que venía envuelta en Clase Bussiness, porque andaban medio alborotados con ella, y he empezado a leerla con lentitud, entre capítulo y capítulo de las "Historias de Nueva York" de Enric González, antes de que me venciera el sueño por las noches, y sí, parece que promete...
...Después de leer tu reseña creo que no empezaré las "Historias de Londres" hasta que haya terminado con el último granito de sal...
...Beso...

Miguel Ángel Maya dijo...

...Y felicidades por "casi culminar" tu libro (yo ando enfrascado con mi "cabaret" y...)

Carolink dijo...

Hala, a "cabaretear". A ver si nos vemos pronto, primo. Besos.

Anónimo dijo...

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