No sabía muy bien a lo que iba. Había escuchado música de algunos de ellos, de Nico Muhly sobre todo, al que considero un compositor contemporáneo con una gran intuición pop. Una estrellita por nacer. Un nuevo Michael Nyman sin la ampulosidad ni el recargo. Fresco, insidioso, directo.
También había escuchado lo que Ben Frost regala en las redes sociales y lo que publica en su myspace. Artista sonoro, dicen de él. Creo que le aciertan de lado a lado, su trabajo se enfoca a la generación orgánica (electrónica, por sus fuentes, pero de resultados muy físicos) de ruido.
Después estaba el más conocido, y quizá aplaudido, Sam Amidon, un cantante de neo-folk norteamericano. Y un productor y compositor islandés, Valgeir Sigurðsson, que suena, entre otras cosas... islandés.
Era la noche, esta noche, del Whale Watching Tour en Madrid (que recala mañana en Sevilla) y, si bien sus productos por separado me parecían todos personales e interesantes, no podía esperarme que el concierto de los cuatro fuese tan, pero tan grande.
Nico, portavoz, arreglista de muchos de los temas de los otros, se lo ha pasado en grande. Nos ha explicado una y otra vez que "no vendemos los cds, que no podéis comprar los cds", riéndose posiblemente de alguna prohibición por parte de la organización. Sam, delicado, tímido, el que llegó al primer tema con más nervios, en la tercera entrega se soltó: nos contó que habían estado en el Prado, viendo los Goya. Estaba impresionado.
Ben es distinto. Quizá hiperactivo. Quizá un poco borracho. Lo acompañaba una botella de Alcorta que entraba y salía con él del escenario y en cada ocasión volvía más vacía. También regaló cierta anécota que alguien le contó en una anterior visita a Madrid, sobre Dalí esta vez.
En la música, nada era ni regalado ni obvio. Lo único que podía entrar medianamente bien en las orejas de un público acostumbrado a lo popular son las canciones dulces y agrias de Sam Amidon. En lo demás, experimentación, compases truncados, violas y violines con tratamientos de shock, electrónica, giros cabareteros, graves retumbantes y zumbidos desasosegadores. Pero al cabo tuve que rendirme a la evidencia: las seiscientas (a ojo) personas que llenaron la Casa Encendida esperaban exactamente eso. Quizá estamos mucho más preparados de lo que algunos piensan.
A Nico le molestó una chica con aspiraciones de fotógrafa y le dio una regañina en público. Alguien llevaba un niño y Valgeir se acercó a saludarlo. Se fueron desgranando bromas y canciones y la botella de vino iba mostrando su verdadera esencia. Alguien se acercó, a la hora y cuarenta minutos de actuación y avisó de que ya estaban fuera de horario. Decidieron tocar una más.
Con el trombonista acompañante haciendo de voz solista, se marcaron un desarrollo teatral de quince minutos largos, Nico al piano, Valgeir con una maza, un bombo y sus ordenadores. Terminaron, salió el resto de la troupe que había bajado del escenario, saludaron, Frost decía con los dedos y los morros "una más, prometemos una más", y descendieron nuevamente.
Supongo que cada cual entre el público tendría sus motivos para pedir una más, después de dos horas. Ni dos minutos después, Ben, Valgeir, Sam y los músicos acompañantes ocuparon sus puestos, se colgaron los instrumentos. Pero Nico tuvo que poner orden en el asunto: "Alguien parece ser que se va a poner muy muy triste si tocamos una sola canción más".
Ninguno quería abandonar el escenario. Frost, él solito, se quedó con cara de "no me la dan con queso", sentado, con la guitarra sobre las rodillas, creyendo que todavía él podría remontar el concierto contra las normas y la burocracia. Lo hicieron salir.
Whale Watching Tour es una de las cosas más hermosas, desquiciadas, cálidas, fuera de norma, ofrecidas con sencillez y profesionalidad y buen humor que he visto en mi vida. Aún ocuparon el escenario durante cinco minutos sólo recibiendo aplausos. Y recordando que, en la esquina, estaba el chico de los discos "que nadie podía comprar".
//Pasó el 6 de noviembre en La Casa Encendida de Madrid, Whale Watching Tour en concierto//
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