Una de esas mañanas. Dispersión total. Trabajo en siete cosas, todas a la vez, y trabajo sobre todo en encontrar trabajo. Me asusto del mundo, pero estoy en
mi centro. Si uno sin conocerme revisa
mi curriculum, pensará que soy una estrella del periodismo cultural. Pero en esto no hay estrellas. Plumillas valorados peor que un señor que pegue ladrillos, que una señora que limpie escaleras. No estoy exagerando.
Uno detrás de esta pantalla se encuentra con solicitudes de personal del más alto descabello (un
redactor con varios años de experiencia, alemán e inglés, a jornada completa, por 12000 euros al año, ejemplo absolutamente cierto y visto esta mañana). Pero, claro, los jóvenes no pueden elegir. ¿Qué hay de los que no lo somos?
El caso es que lo hacemos con gusto. Y los que pagan -los que deberían pagar- se dicen aquello de
sarna con gusto no pica... Como en el medievo, se llevan las especies. Te quedas el disco que comentas y te das con un canto en los dientes. A veces, la especie es una entrada que a otros les ha costado 40 euros o una noche en una cola. No me siento privilegiada por ello, ni mejor pagada.
Por aquí se lleva darle los escasos presupuestos a los que tienen "firma", aunque periodistas no sean. Y los periodistas seguimos engrosando las colas del paro (aquí y
en todas partes). Puede que el paro no. Yo no me paro. Sólo he de seguir aceptando las reglas del juego. Donde cuatro ladrillos valían siete, ahora valen tres. Lo tomas o lo dejas.
Mientras tanto, la firma. Este fin de semana lo pasaré muy metida en un
festival protagonizado por aquellos que ya se han hecho una firma. Y pondrán muchas en los libros de sus fans.
Ayer tarde, la firma. A un escritor le pedían, en la fila de delante, que firmara su cuento. Uno de los doscientos que se presentaban como parte de
una antología de
microrrelatos. Casi 200 mini ficciones, en los que algunos de sus autores se quedan 3 o 4 de los textos.
En todas partes, la firma.
Iban Zaldua -uno de mis escritores favoritos- presenta su nuevo libro, que afortunadamente encuentra un hueco en la nueva encarnación de la editorial
Lengua de Trapo. (Será en el Hotel Kafka en Hortaleza, a las 19,30 h.).
Lo bueno de estas mañanas (que antes,
en otra época, podían sumirme en un abismo, que hoy también, pero que ya sé que del abismo se sube, tarde o temprano) es que las dejo estar. No lucho contra ellas. Ni contra este estado precario. Me adapto a la situación y braceo, pero sin desespero. Los hilos de los que puedo tirar para mover las circunstancias cuelgan a una distancia estratosférica y yo soy
Alicia después de haber ingerido el bebedizo empequeñecedor. Salto y corro nerviosa de un tema al siguiente, de una web a la otra, de un asunto al de más allá. Pero lo importante es
saltar y correr.
Alguien como yo tiene muchas maneras de suicidarse (metafóricamente). Por ejemplo, momificarse en un solo espacio mental, olvidarme de lo fácil que sería no tratar de reinventarme de cualquier forma posible, petrificarme. Que otro sea estatua de sal.
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