viernes, 31 de diciembre de 2010

Obrerxs

Imagen de la galería de Liberto Montecruz.

“La gente en ese cine parecía que no había visto un obrero en su puta vida”.

La situación que retrata esa frase la conozco bien. Esta crisis golpea no por igual a todo el mundo. Son unas pocas palabras sacadas a uno de los episodios de la parte central de El talento de los demás (Alberto Olmos) y supongo que se refiere, no lo sé, a la película En construcción de José Luis Guerin (2001). Lo mismo me da. Este va a ser el último post de 2010. Y acaba el año con muchísima debacle.

Me va a salir un post disperso y descentrado. Y sentimental. Vengo siendo just-a-working-girl desde hace mucho tiempo, pero hace menos meses lo convertí en... ¿cómo decirlo? Una marca. Cuando se me ocurrió, y me puse el burka ideológico, “parecía una buena idea”.

Durante el programa del lunes pasado, dimos en un hueso o callo o roca de granito al respecto de los derechos de autor, los copyright y los copyleft. Gratis no es lo mismo que libre. Pero libre quiere decir las más de las veces gratis. Cierro 2010 más pobre que una rata y, mientras en el Congreso (mal, en la Academia de cine) se reúne Álex de la Iglesia con “los representantes de los internautas” (mal, con representantes de la producción audiovisual y expertos contrarios a la "ley antidescargas") y te enteras de que hay una subvención millonaria para una película de la Ministra Ángeles González-Sinde (son dos hechos separados, pero no tanto), intento cobrar dos o tres facturas de hace ya varios meses (doscientos euros) para poder comprar algún regalo de Reyes Magos. Como vengo contando por aquí, trabajo del orden de catorce o dieciséis horas al día, y no veo el final del túnel nunca, ningún día.

El talento de los demás me hace entrar en una serie de cuestiones que ya me molestaban y obsesionaban hace tiempo, aunque este libro llega a ellas de otra manera. No dejo de tener trabajo y no dejo de tener una absoluta indisponibilidad financiera. Con lo cual quiero decir esto:

Versión dramatizada de mis ideas número 1

Escena 1
¿Se puede poner al teléfono el señor XXXX?
Lo siento mucho, está indispuesto.

Escena 2
¿Puede pagar usted esta factura atrasada?
Perdóneme, mi cuenta corriente está indispuesta.

Pero trabajo y trabajo y trabajo. Y a veces pienso que la mitad del trabajo que hago es una condena autoimpuesta. Leer a ésta, a aquél, a aquellos. Luego comentar, criticar, reseñar, luego preparar programas, hacerlos, publicarlos, distribuirlos. Termino el 2010 y mi aportación a la “Cultura libre”, la que no interesa a nadie, es absurdamente grande para lo pobre que soy:

- aquí podéis encontrar quince o veinte artículos publicados en notodo.com a lo largo del año
- aquí las veintitrés reseñas que he publicado en Estado Crítico en todo 2010
- aquí cuarenta y tantos programas, a medias con Elena Cabrera, de nuestro podcast
- aquí los artículos con los que los distribuimos en Periodismo Humano, donde empezamos a aparecer en abril.

Mi queridísimo primo Miguel Ángel me suele regañar porque no escribo nada. Porque no termino nada de lo que empiezo, más bien. En verdad, escribo todos los días, un par de posts, muchos apuntes, cuarenta anotaciones, artículos breves... Tengo otro buen amigo que me regaña de vez en cuando, y me dice que vale más un libro malo que cien artículos cojonudos. A él no le hago mucho caso. Escribiré, algún día, como escribía cuando tenía dieciocho y veintidós, pero no será un libro malo.

No puedo dejar de atravesar esta crisis pensando, y escribiendo, y ya veremos por dónde sale. El autor no vale un minúsculo comino, eso ya lo sabemos, pero algunos ya tenemos los suficientes años para cabrearnos por la estupidez que viene adjunta alrededor del mundo literario/editorial. Tanto, tanto nos cabreamos, que esta crisis actual significa que estoy empezando a desear no tener que leer ni reseñar nunca más a nadie. Que me dáis igual todos.

Que los desvelos y la falta de sueño que me gano por estar leyéndoos no me merecen la pena. Salvo, eso sí, por conocer a alguna gente muy válida. Estupenda. Pero yo no como gente. Mis hijas no comen gente. Yo soy una obrera. Yo tengo que tener un sueldo. Un sueldo inexistente, una quimera, la entelequia de conseguir un contrato laboral, que persigo desde hace casi ocho años, que no existe, que me esquiva, que se me hurta siempre en el último minuto.

Obrera. Sí, de las ideas. Sí, de lo más abstracto. Abstracto es el dinero, pero ése no viene a mí. Quisiera trabajar con las manos:

Versión dramatizada de mis ideas número 2

¡Anda! ¡Si trabajo con las manos! ¡Si todo lo que hago lo realizo tecleando en este ordenador!
No, no iba por ahí la cosa, ¿sabes instalar una puerta?
No
¿Has tenido que pagar por instalar una puerta?

¿Cuánto has pagado?
120 euros
¿Cuánto tardó en instalarla?
Una hora
¿Cuánto cobras por una reseña?
Entre 12 y 100 euros, dependiendo del medio.
¿Cuánto tardas en escribir una reseña?
Sin contar la lectura, entre dos y cuatro horas.
Qué obrera más triste eres.
Sí, ya lo sé. ¿Qué hago?
Buscarte la vida de otra cosa.
¿Qué da dinero?
¿La prostitución?

Hoy lo he dicho por muchos medios. Tiene que parar ahí. Tiene que parar ahí. Tiene que parar ahí. No podemos seguir aceptando ciertas barbaridades y atropellos. Tiene que parar ahí. Tiene que parar ahí.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Busco un centro de gravedad permanente

Desde hace diez días al menos, no puedo parar de ver este vídeo:



Como consecuencia natural, he escuchado casi ininterrumpidamente toda la discografía de Franco Battiato (la disponible en spotify) desde entonces, en random, encontrándome con grandísimas canciones ya conocidas (Nomadi, Bandiera Bianca) y otras muchísímas que no había escuchado nunca. Recuerdo haber tenido, en la época cassette, uno de esos recopilatorios de Battiato cantado en español (no sé si todo o en parte), porque hasta donde yo sé nadie hizo el menor caso a esta bestia parda en España hasta que le dio por grabar Nomadi en nuestro idioma y el vídeo fue pasado asiduamente en La bola de cristal.

Después, desconecté de Battiato, en la medida en que lo encasillé en una canción melódica vagamente transmediterránea; su hermosa voz y su nariz doblemente hermosa seguían siendo las mismas, pero se trataba, creo desde lo lejos, del tipo de artista que continúa viviendo de la fama ganada años atrás (hay una versión en directo, se puede ver en youtube, de Centro di gravità permanente, en la que duplica el tempo y carga las tintas con una sección orquestal de cuerda... too AOR).

Así que lo escuché mucho cuando tenía diez o doce años y paré. Ahora estoy descubriendo al Battiato que grabó discos desde ¡1965!, tiene pasajes de verdadera experimentación sonora, y era capaz de cantar cosas como Non sopporto cori russi / La musica finto rock la new wave italiana / Il free jazz punk inglese / Neanche la nera africana.

El vídeo de Centro di gravità permanente, que me mandó un amigo (desconocido, pero conocido desde los años flickeros), me ha hecho cambiar por completo mi visión de Battiato: histriónico en su seriedad, capaz de la autoparodia, bailarín de tremenda coreografía de vanguardia, ridículo y potente, hermoso, ¡joven! y sin gafas. Ahí donde mira frente a frente a cámara (jamás moviendo los labios en playback), parece querer decirnos: "soy una estrella del pop pero me estoy riendo de vosotros, de vuestras creencias y ambigüedades, de toda la bastarda falta de chispa crítica con la que asumís el mundo y os cambiáis de chaqueta día tras día"; ese gesto, ese rostro resumen una actitud desafiante, anticomplaciente, ácida y punk, que me parece hoy no necesaria, sino imprescindible.

Al mismo tiempo, todo esto entronca con la propia rabia que genero dentro, que no sé de dónde viene, y con la lectura compulsiva de Vida y opiniones de Lector Malherido, quien, se me antoja hoy, se encuentra bastante representado en la letra de Centro di gravità permanente. Yo no sé lo que es una opinión contundente. No estoy segura de nada, no me apego a ningún proyecto, no tengo la más mínima certeza, ni siquiera de estar aquí ahora mismo escribiendo esto frente a una pantalla de portátil, ni siquiera de estar escuchando en random la discografía completa de Battiato. Yo no busco un centro de gravedad permanente, aspiración que Battiato y yo sabemos que es una entelequia; me basta con poner en mi altarcito de dioses paganos la beligerancia humanística de Battiato, para siempre. Mis obsesiones dan para esto y no más.

lunes, 6 de diciembre de 2010

SCUM Revival Week


El lunes pasado publiqué una reseña en notodo.com sobre la novela Escuela de sueños, de Sara Stridsberg (451 Editores). En estos mismos días, apareció otra crítica del libro en el número 160 de Qué Leer. El miércoles 1 de diciembre colgué por primera vez mi firma en el suplemento cultural que más me gusta de todos los que salen en la prensa española (¿debería decir catalana?). Y el tema de esa pieza también estaba sacado de la misma novela, en la que la autora sueca reconstruye imaginativamente la vida de un personaje anómalo y fundamental del devenir feminista del siglo XX: Valerie Solanas. (Si alguien siente curiosidad, tiene el texto aquí y aquí para su lectura).

He de decir varias cosas: que tuve conocimiento de Escuela de sueños a través de Elisa G. McCausland (recomendación personalizada, no se equivocó); que Solanas y el Manifiesto SCUM estaban anotados entre mis intereses desde hace ya muchos años (no sé cómo llegué a él, a través de alguna disquisición de la época 1.0 de este blog, me parece); y que el título de la entrada me lo dio JC, quien es también el responsable de que hoy pueda tener una carpeta "Cultura/s" en los documentos de "Colaboraciones".

A riesgo de ser cansina, puedo continuar: buscaba "nuevos modelos masculinos" en el programa de hace dos semanas. Aquí el post en el blog del programa, aquí el texto en Periodismo Humano. Caprichosamente, tal vez, me interesaba indagar cómo se ven a sí mismos algunos "jóvenes" escritores, y qué modelos hacen encarnar a sus personajes masculinos en sus novelas. Una bonita bofetada conceptual me llega en ese espacio:

"A ver si va cuajando la idea de que somos ya muchos y muchas los que no vamos buscando “modelos”; ni masculinos, ni femeninos, ni todo lo contrario."
Comentario de Luis.

Si bien no hace mucho era de las que pensaba que las categorías femenino/masculino debían de estar superadas y que de poco nos iba a ayudar a la "normalización" la existencia del mayor dedo apuntador de todos, el reabsorbido Ministerio de Igualdad, hoy no soy de esa opinión, en absoluto. Me crecen los enanos del circo cada día, y el documento "La vida sin hombres" aumenta en longitud con referencias que debo constatar. Iremos tras ellas poco a poco, básicamente porque estamos llegando a un punto en el que las mujeres (de mi generación y más jóvenes) están olvidando lo que les corresponde, por puritito cansancio o por la muy postmoderna actitud de "estamos de vuelta"; yo no busco el feminismo por decreto en las aulas, sino aniquilar el adocenamiento.

Por un mundo sin categorías
El Manifiesto SCUM hay que leerlo y aplicarlo: no, no me refiero a aniquilar al sexo masculino. Quisiera, de veras, aniquilar el concepto, la categoría epistemológica. Si desaparece uno de los sexos, desaparecerán la lucha, la tensión, la desigualdad y el abuso. Algo de lo que digo en ese artículo del Cultura/s es que Solanas debería haber escrito el Manifiesto en formato de ficción: habría colado como con vaselina.

Que ni quiero ser hombre ni quiero ser mujer (por algo me coloco el burka de trabajadora), que quisiera dejar de saber el sexo del que ha escrito aquello, ha producido tal película, ha emitido tal barbaridad; que la última de las cosas que me importa en lo creativo es qué tiene entre las piernas su autor/a: es un hecho. Pero que en el mundo aún son categorías -puede que más que nunca- y etiquetas de mercadeo: son dos hechos.

A esto dedicaré otro post, otro día, con ideas y diálogos socráticos (sí, a veces, también de eso hay) que surgen espontáneamente en twitter. Os dejo una bonita anécdota de ayer mismo: mi hija de cinco años anda aprendiendo rudimentos gramaticales. Y me señalaba el género de las palabras que tenía en una ficha fotocopiada:

vaca: femenino; sol: culino.

Después de corregirle, me di cuenta de que le sucede con otras palabras (sobre ese magnífico plato italiano de láminas de pasta y salsa boloñesa, piensa que la primera sílaba es el artículo y dice "me encanta la saña"); y me di cuenta además de que -la etimología ahora no viene al caso- la palabra mas-culino lleva un aumentativo impropio, cargante e indecente. Y que es fea de cojones.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Dímelo delante de ella


Escrito al entrar: La idea de que Gabriela Wiener, la escritora y periodista que vive de contar en primera persona las más sucias gamberradas, siente pánico ante la idea de exponer sus intimidades de pareja ante la audiencia.

Eso mismo pensaba minutos antes de acceder a la Sala de Juntas del Círculo de Bellas Artes, el sábado del Festival Eñe, porque esos minutos se alargaban y unas cuarenta o cincuenta personas esperábamos en la antesala. Yo no sabía por qué.

Que escribir es un vicio pernicioso y, a veces, un solipsista método de desnudamiento, es algo que algunos de mis lectores saben. Que cualquier lector de blog “personal” sabe. Algunos conocerán a la simpar Gabriela Wiener (a la cual dediqué unos cuantos textos tras la lectura de Nueve Lunas), unos cuantos menos conocerán a Jaime Z. Rodríguez (quien, para mí, hasta hace bien poco no era nadie).

Hoy es el director de la revista Quimera, y he de decir que la revista me gustaba en su etapa anterior, pero que Jaime está invirtiendo y experimentando para que me atrape cada día más. Antes de ese hecho, desconozco a qué se dedicaba. Pues, al contrario que su pareja, no pasa buena parte de su jornada contando su vida al mundo.

No es un caso demasiado común éste: es ella la que tiene mayor visibilidad social (en lo literario), dos libros publicados y ampliamente comentados (Sexografías, el mentado Nueve lunas). En el Festival Eñe, fuimos citados por la pareja para una “acción” en la que nos contarían sus interioridades: Dímelo delante de ella.

JAIME: No somos actores. Yo dirijo una revista literaria

GABI: Yo trabajo en una revista que regala pelis porno.

Quería, necesitaba saber qué tramaban entre los dos: hasta hoy -salvo por algunas de las barbaridades gonzo a las que Gabi ha logrado arrastrar a su marido- no conocía experiencias literarias de la pareja. Y nos prometían desnudar sus chats íntimos.

Lo hicieron entre los dos, con cuatro manos, dos webcams, dos pantallas que proyectaban sus gestos y reacciones, un diálogo que estaba a medio camino entre el vodevil televisivo y la literatura epistolar amorosa. Con mesura y afán exhibicionista a partes iguales, nos hicieron llegar una selección de fragmentos de los cientos de chats que debe albergar, después de diez años de convivencia, la inmensa barriga (y engordando) de los respectivos gmails.

A través de diversos episodios, sin hilación cronológica, de su vida en común -incluyendo traslado a España, vida en Barcelona, pinitos literarios, primeras publicaciones de Gabriela, cambios de casa, nacimiento de Lena...-, nos contaron todo eso anclándose básicamente en su literatura común, con un emisor y un receptor únicos: ahora, de pronto, revelada. Ella nos tiene acostumbrados, él no tanto; pero en mi interior no pude sino asistir, cada minuto más tocada y violada íntimamente, al desnudamiento de los grotescos fenómenos que se dan al interior de cualquier pareja. Al interior de cualquier pareja que tiene, al menos uno de ellos, afanes literarios. Gabi, sin pudor, se enseñó como la mujer adicta a la admiración y fanática del piropo. Jaime, con pudor, mostró un poco de sus ambiciones poéticas y los sentimientos de frustración que, durante años, ha acumulado, por apuntalar el desarrollo creativo de ella.

“¿Quieres ser escritora? ¿Quieres ser escritora? Pues ¡escribe!”

Podría ser un diálogo de una sitcom o de uno de esos filmes muy dramáticos con patologías psiquiátricas diversas entre sus personajes. Lo cierto es que es parte de mi vida íntima y, a medida que se desarrollaba la charla/acción mutante de Gabriela y Jaime, más me gritaba en la cabeza, ésa y otras cosas que en otros tiempos tuve que escuchar.

Ese día, durante la escenificación de Jaime y Gabriela fue como si mi historia hubiese tenido una alternativa; un “si usted desea ser escritora, confíe en su pareja que le va a ayudar y pase a la página 205”.

Y siete años más tarde esa persona está un poco cabreada y frustrada por no haber podido hacer ninguno de sus saludables planes, pero tú has sido persistente y talentosa y trabajadora y tienes por ahí un par de libros con tu nombre en el lomo.

Y seguís juntos.

La idea de la acción, al parecer, se la dio Jorge Carrión a los dos. Aunque este territorio carnoso, sexual, fustigado por libidos enormes, abigarrado con pañales sucios, castrado por la apretura económica, asfixiado en frustraciones asombrosas y miserables, probablemente refleje a muchas parejas del orbe, pocas se me ocurren que podrían haber contado cosas tan rotundas. Sin parecer Pimpinela, aunque quisieran.

Hay una escena en su performance que (me) puso los pelos de punta. Ellos se pelean. De verdad. El ego de uno y la paciencia del otro. Demasiado real, demasiado humano, demasiado bien escrito porque son dos escritores como la copa de un pino. Demasiado vivido.

Pero desde un buen principio ellos nos lo advirtieron:

GABI Esto no va de literatura, va de amor.
JAIME: Esto es definitivamente un acto de amor

Probablemente, escribir no pueda ni deba ser otra cosa.

Escrito al salir: Esto que han hecho Gabriela Wiener y Jaime Z. Rodríguez ha sido sencillamente impresionante. Claro. Sucumbo a la lágrima o salgo corriendo a emborracharme. Lo segundo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Diviértenos, escritor

Joder, es que me gustaría ser invisible. Es que me gustaría mirar a la gente sin ser mirada” (escribía mientras alguien hacía click):

(foto de Julio César González)

Abro con un twitt. @elenac recibió el Festival Eñe escribiendo: “La fiesta de la literatura es una expresión tan sanguinolienta y capitalista como la fiesta de los toros.

Entre ir y no ir, preferimos ir. En mi caso porque podía. Es cierto que la idea misma de un festival de literatura es algo extraña. La literatura, y no deja de ser cierto este lugar tan común, es un proceso de intimidad absoluta. Este tipo de actos obligan a sus creadores a la verbalización, la puesta en escena, incluso la performance. Antes, durante y después del “festival”, le anduve dando vueltas a la idea de que no puede ser sencillo para muchos asumir este lado espectacular. El desarrollo del festival me fue confirmando algunas de mis sospechas. Encontré quienes se toman el lado performático de una manera bastante natural, incluso generando “shows” que corren paralelos a sus libros. Encontré también los que encaran este “pasaporte a la fama” como quien se encamina al matadero: suben a su estrado, leen una conferencia, no abren turno de preguntas con el público, se marchan.

Sobre el tema de los formatos, que a mi socia le viene preocupando desde hace mucho, también habría bastante que decir. No sólo tuvimos la altura del escenario (entre cuarenta centímetros y casi un metro en algunas salas del Círculo de Bellas Artes), más la altura de la mesa, ahora también tenemos la pantalla de los portátiles como tercera barrera entre el público y el escritor. (Que ponga escritor todo el tiempo en masculino tiene, también, su porqué). Quizá no se dan cuenta ellos, poco habituados a la escenificación, ni recala en el asunto la organización, porque conceptualizar un “festival de literatura” debe ser tan difícil como “bailar sobre arquitectura”, que diría Zappa. Esa tercera pared era (por ejemplo, en la Sala Valle Inclán) un obstáculo de frialdad casi insalvable. Se ha notado en esta edición, eso sí, una instrucción generalizada por incluir multimedia: o, lo que es lo mismo, apoyo de audiovisuales que se han quedado, en las conferencias a las que yo asistí, en “visuales”, a menudo un slide-show de fotos fijas.

Eso no es una performance. Al menos yo tampoco se las pedía.

La rockerización del escritor
Entré, tal como llegué, a escuchar a Max y su “La triple, súbita y radiante primera manifestación escrita de la eñe”. En el texto que leyó, redacción bastante tópica (“la maraña ensortijada”, creo recordar, de algún pelo) y dibujos, claro, para mi gusto con demasiados chistes fáciles. Él fue uno, creo, de los que no estaban a gusto en el papel de ventrílocuo.

Algo después, la conferencia de Guillermo Saccomano fue para mí el primer acierto: reflexionó con buen tino sobre las creaciones de H.G. Oesterheld y su figura de “escritor popular”. “Se debe nivelar hacia arriba”; “el cómic es un género mayor, porque tiene un público mayor”; “el héroe es siempre colectivo”. Fueron, pena que leídos, un buen montón de zas a la gloriosa alta cultura, que muy bien podría haberse apoyado en el reciente texto de su compatriota Tabarovsky. Tampoco le hizo falta. Su mención del personaje Ernie Pike me hizo reflexionar sobre la reciente moda de gonzorizar toda aportación propia a la narrativa, al periodismo y la autobiografía. Cuando esta práctica, la del periodismo autobiográfico, se hace omnipresente, primero, deja de parecernos novedosa, pierde nitidez su fulgor; y, segundo, se relativiza su aporte: no pueden ser más interesantes las vivencias de un periodista que lo que de verdad se ha ido a contar, no siempre. Al día siguiente, Julián Rodríguez dijo que su narrativa nace de un “cansancio del yo”, qué curioso.

Patricio Pron se hizo con el micrófono de las preguntas del público en esa conferencia; de lo que puedo recordar, se enzarzaron en un diálogo interesante, pero ya conocido, sobre la ambición editorial, el trabajo de medro social en pos de un libro, la apariencia de escritura antes que la escritura, etc. Escribiendo esto me viene a la cabeza la lectura que hacía un compatriota de los dos, César Aira, sobre el personaje Alejandra Pizarnik; según él, la joven poeta tuvo en todo momento tan claro su objetivo y la forma de conseguirlo, que pasaba más tiempo en los cafés y las tertulias que creando su obra. A toro pasado (leí ese libro en 2004) me parece que Aira hablaba de otras personas.

Saccomano dio, a mi parecer, con uno de los greatest hits del festival, al referirse a la proliferación de “novelas de escritores, siendo como es el oficio más aburrido del mundo”. La escritura no puede cerrarse sobre sí misma (y de eso estuvimos hablando hace algunas semanas con nuestro invitado Santiago Lorenzo sobre su debut, Los millones).

En algún momento de la tarde también me senté a escuchar a Patricio Pron con Marcos Giralt Torrente. Se hicieron preguntas entre ellos, uno asumiendo el rol de “abuelo”, otro el de (lo lleva dentro) escritor showman. Se enzarzaron en una bastante inútil diatriba entre antes/después, pronto/tarde; le señalaba Pron a Giralt Torrente que comenzó “tarde” a publicar (a los veintisiete). Pron debería dirigir, sin dudarlo, el remake de La fuga de Logan y exterminar a todo escritor que se acerque a la treintena.


Entre los showman del Festival más "integrados" cabe mencionar a Javier Calvo con su Suommenlina en directo: música y recitación, algo valiente desde el punto de vista literario; pero ya conocido -si lo vemos desde el aspecto musical y de performance- para quienes vimos en directo a Mar otra vez, Vamos a morir o 713avo Amor, que creo que a Calvo le habrían gustado mucho. También Eloy Fernández Porta: y aunque me gustó su acción, pienso que (pasa igual con Calvo) no funciona autónomamente. El discurso de Fernández Porta es cada día más sofisticado, la "escena" lo hace parecer menos. Sus cambios de sombrero me encantaron.

Este año no pensaba entrar en nada que a priori no me pareciera interesante. Por eso mi experiencia del Festival Eñe fue -ya lo digo- una experiencia muy sesgada, con pocas conferencias, sin estrés, y sin embargo con bastante decepción.


En busca de amor
En la conferencia de Juan Bonilla encontré quizá el primer caso de ponente que está a gusto con el tema que le han asignado, tiene bastante que decir, se abstiene de florituras multimediales, le honra la autoparodia (“ahora es cuando dejo de leer y comienzo a tartamudear”, en efecto), se comunicó en un nivel “igualitario” con su público (“sé mucho de los futuristas pero muy poco de las máquinas”) y nos dejó, sin ningún afán caricaturesco, alguna broma agridulce sobre los desmanes de los poetas acercándose al poder.

Habló de las aspiraciones de la poesía: "no hacer inmortal al poeta, sino hacer inmortal al lector". Me quedé con este mantra tan divino, que baja del parnaso al creador y pone el acento en la turba que lo alimenta. Porque también dijo Bonilla (de quien tengo su primer libro de cuentos, con ex libris de 1996) que “escribimos poesía para que nos quieran más”. Pocas declaraciones de impotencia y necesidad hay más entrañables que ese “...pero no sirve para que me quieran”, de la amiga Pizarnik. A quien nadie citó.

Van pasando las horas. Connolly, Piglia, Aria. Fresán, Salinas, Rimbaud. Cernuda, Clarín, Maiakovsky.


Mujeres de papel
“El autor”, “el autor y su novia”, “autor que publica y puede por tanto conseguir mujeres...”. Ellos no se dan cuenta.

Entro el sábado en el Círculo de Bellas Artes, me faltan quince minutos para no sé qué conferencia, voy a la segunda planta con idea de tomarme un café. El camarero tras la barra y el que está en las mesas bromean respecto a algo intrascendente; al medio, entre los dos, yo espero ser atendida, ellos se tratan con una familiaridad impropia de un sitio que te cobra 2,40 € por un café. En medio de la broma, el gañán número dos decide incluirme: “¿Qué va a pensar esta pobre mujer?”, y yo que rebrinco y contesto: “De pobre nada”.

Aunque probablemente él gane lo que yo no.

Hasta el sábado a las cinco y media de la tarde no vi una mujer en el estrado del conferenciante (porque, también es verdad, ni pensaba asomarme a lo de Almudena Grandes, y otras mujeres que estuvieron antes tuvieron horarios asesinos). Lástima que la primera conferencia con una mujer protagonista a la que entro, la de Elvira Navarro, le saliese tan atropellada, los nervios se le subiesen a la laringe y no acertase a desemarañar las ideas tan sugerentes sobre "ciudad y escritura" que sí supo apuntar. Navarro habló de la necesidad de “encontrar territorios narrativos propios, aunque esto suene petulante”. Eso lo dijo ella. Y no él.

Veo en todos lados -y algunas conferencias, como la de Juan Bonilla o la de Julián Rodríguez, son extremadamente nutridas en ellas- a mujeres. Yo diría que el público es femenino en un setenta por ciento. Y las veo en las filas para recoger dedicatorias. Y las veo en los pasillos. Y están maquilladas y arregladísimas. Y no se suben al estrado. Este año ha existido además un recorte sustancial en las posibilidades de subir/no subir. Básicamente, era necesario ser escritor ya editado en Mondadori/Anagrama/Seix Barral. Nada de indies. Nada, nada de voces conocidas exclusivamente por los sabihondillos de la prensa cultural.

Y siguen pasando las horas: Giusseppe Tomaso di Lampedusa, Julio Ribeyro, Borges, Bradbury, Murakami.

Entro más tarde en una charla bastante sugerente de Javier Montes al hilo de la película The Clock, de Christian Marclay.

Siguen citando. Manrique, Kipling, Gombrowicz, Perec, Baker, McCarthy. ¡Dora García! Por primera vez en mi experiencia de este festival, se cita a una mujer.

Tuvo que ser Gabriela Wiener la primera que pusiera el nombre de una escritora (insisto, en mi festival) a resonar en el aire: y fue Sylvia Plath. A Wiener y su "acción" junto a su marido Jaime Z. Rodríguez dedicaré otro texto.

“Es muy tía”, me dijo una amiga el día que se puso a leer los últimos libros publicados por Julián Rodríguez. “Literatura de la incertidumbre (y del fracaso)” comenzó diciendo él mismo al principio de esa entrevista/conferencia. Puede ser que su forma de entender el mundo sin aristas, sin agarraderas firmes, lleno de recovecos, de dobleces, sutilezas, lecturas jamás unidireccionales sea muy “femenina”. O desde luego es todo lo contrario de “masculina” y no es que me haya dado por leer todo de través desde los sexos. Que me importan un pucho, que diría mi querida mamá chilena. Puede ser que por eso me siento tan cómoda (dentro de la incomodidad) en su literatura. Lástima que llegasen a esa entrevista conceptos como los “exotismos” de los que, a mi parecer, Rodríguez no pone nada de nada; también le preguntaron por “la figura de la mujer”: en lo que he leído de este escritor la mujer es de todo menos “figura”.

De la entrevista a Rodríguez salí anímicamente hundida, sin motivo aparente, aunque yo sé dónde estaba. Como justo después tenía lugar la charla de Robert Juan-Cantavella con Curtis Garland, hice acopio de ánimos y entré. Para no arrepetirme, claro que no.


El SEO del escritor
Ya hubiese querido yo ver a muchos escritores escribir cinco y seis libros al mes”. De todos los momentos del Festival Eñe, me parece que el aplauso que se llevó Juan Gallardo (aka Curtis Garland y cien seudónimos más) fue el más cariñoso y entregado. En mi verborragia interior me dije: “Lo que queremos ver aquí no son bufones, son escritores”, por eso aplaudimos a este octogenario de gorra y sonrisa postiza (digo, dientes nuevos) absolutamente auténtica y agradecida por el calor que le otorgaban su partenaire y el público.

Esto es un coñazo. ¿Está interpretando al personaje desde entonces -la temporalidad inscrita en la serie- o es una exégesis? ¿¿Desde la autocrítica, desde la autoconmiseración, desde la autodeterminación?? Es hiperrepetitivo, no añade nada, no está haciendo ni lectura ni interpretación, y lo de “hijo de puta” lo ha repetido seis veces”.

Al crudo, estos son los apuntes que me inspiró cierta conferencia. Estaba tan cabreada que me levanté tan pronto terminó de leer y salí.

En la noche, mi socia le puso apellido a aquello: “Fatal”. Son cinco, de cientocuarenta caracteres, en los que resumió su viernes eñe.

Ahora me salgo del festival y me voy a otro tema. El Search Engine Optimization de la web se llama desde hoy, en literattura, Super Ego Optimizacion. No pienso dar ni nombres ni iniciales (*), pero nuestro escritor entra al trapo con su resumen resumidísimo en twitter y le contesta vía e-mail. Es correspondencia privada y no voy a reproducirla, pero como el asunto ha hecho crecer mi indignación (la del apunte en crudo), aún dura la resaca y la cuento; no como denuncia, sino como (mal) ejemplo.

Así que el adjetivo "Fatal" en ese mensaje público insta a nuestro escritor a "defenderse" por correo electrónico. Argumentos tales como que una periodista cultural no debería tomarse a la ligera el trabajo de horas y días para escribir esa conferencia. Esa "performance" que "no estuvo nada mal". El rocambolesco intercambio tiene más de un episodio. En el último de ellos, la altísima benevolencia de nuestro escritor decreta básicamente que "no entendimos" su intervención.

Del apergaminado cipotazo que nos da nuestro escritor, saco dos conclusiones: una, que estos escritores deberían pasar más hambre antes de llegar a los estrados de conferenciantes. Dos, que están atragantados con las nuevas tecnologías de la comunicación. Ahora me pongo el otro disfraz, el de comunicadora en medios sociales y doy una mini-conferencia gratuita (y Creative Commons): amigo escritor, una mala crítica (una palabra, cinco caracteres, en un twitt) no es una crisis de reputación online. Y, si lo fuera, contestar a ese comentario debería haber sido:

uno, público; denota que estás vigilando lo que dicen de ti, denota falta de seguridad en ti mismo;

dos, preguntando por qué mereció el adjetivo "fatal";

tres, no tratando de imponer tu interpretación: llamar "performance" a leer mientras proyectas fotos...;

cuatro, lo último es llamar a tu cliente (tu lector, en este caso) tonto, o tonto y medio, porque no supimos entender tu grandeza.

Que, perdónenme, fue una mierda. (**)

Estoy en medio de la lectura de un libro llamado No sufrir compañía: el silencio es el vehículo de la sabiduría y tanto como callo, aprendo. Así que me callo ya y cierro con un twitt: “Si lo que haces es o no calidad lo dirá el resto, aunque lo seas y deja de hablar de ti mismo como si fueses una multinacional.” @littlepollo

* Donde no pongo nombres es anti-SEO.
** Como podéis comprobar, mi productividad bloguera aumenta por 1000% los fines de semana en que me quedo sola.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El día trece


(tomada prestada de Irreverendos)

Lo de Just a working girl deviene de etiqueta y título de canción en mantra omnímodo. Voy a intentar no ser demasiado llorica en esta entrada y hacer, como hace a menudo mi socia Elena, periodismo desde las circunstancias privadas.

Trabajo desde las ocho de la mañana (hora en que salgo de la ducha) hasta las doce o una del día siguiente, todos los días, de lunes a viernes; sábados y domingo trabajo, con un horario un poco más relajado: comienzo a las diez y acabo a las tres. Pocos admitirán que lo que hago durante esas catorce o quince horas sea exclusivamente trabajar. Es lo que hago. Pongo desayunos, recojo la cocina, acompaño a mis hijas al colegio, me dedico a mis tareas profesionales, busco nuevas salidas, recojo a las niñas del colegio, pongo meriendas, me sigo dedicando a mis tareas profesionales, busco nuevas salidas, otra vez, leo y tomo notas durante la pausa del cigarrito, pongo lavadoras, las acompaño a sus clases extraescolares, paso la escoba por el suelo, paso el plumero por los muebles, pongo orden en su cuarto, pongo orden en mi mesa, voy a la compra, baño a mis hijas, contesto sus preguntas, les ayudo con los deberes, cocino algo para la cena...

Me obsesiona un tanto mi gestión del tiempo y sobre todo el aprovechamiento monetario del tiempo. De esas catorce o quince horas, apenas seis o siete son de trabajo remunerado diariamente. Dado que, además, mi sector está absolutamente por los suelos en tarifas profesionales, no me llega ni para pensar en contratar ayuda.

A mí esta situación no me incomoda, pero por mi forma de ser y mis enfoques no tengo más remedio que planteármela, a ser posible desde el punto de vista filosófico. Por ver si encuentro algo a lo que agarrarme. En el pasado, una mujer que se quedaba sola con sus hijos tenía a su alrededor una red -más extensa o más reducida- de conexiones y ligamentos familiares. Tampoco existía una presión social sobre la madre para ser, además de cuidadora y alimentadora total, compañera de juegos, amiga, cómplice. La madre autoridad, la madre alimento, la madre criada, la madre colchoneta.

Hoy hemos de ser todos esos roles del pasado, además de unos cuantos más del presente. Si la figura paterna desaparece, habitualmente -salvo en los casos críticos- deja una estela económica en forma de "pensión de alimentos". Sin embargo -y, otra vez, salvo en los casos de burguesía aguda- nunca esa pensión de alimentos permitirá una vida cómoda a una familia monoparental, no sin el trabajo de la parte femenina.

Y es normal que así sea.

Existe algo llamado “pensión compensatoria”, diseñada por las eminencias juristas para paliar en cierta forma la situación de deterioro económico en que queda la madre cuando ha abandonado durante cierto tiempo su labor profesional para atender la crianza de los hijos. Yo abandoné mis tareas durante, exactamente, cinco meses.

Estamos hablando, además en mi caso, de un ejemplo transparente de precarización de la clase media profesional. Cuando volví de Chile, hace ahora ocho años, no tenía ni idea de que el título que allí me había servido para obtener cierta consideración en el incipiente mercado laboral de las nuevas tecnologías, aquí me iba a servir como mantel individual para recoger las migas de pan -duro- de las cenas. Como, además, llegamos a Madrid en pleno alzamiento nacional de la santa Burbuja (yo espero que los del ladrillo sigan como Sísifo, eternamente, atados al vil material y descendiendo a los infiernos con su peso), tampoco pudimos optar nunca a una casa en propiedad. Matizando: no quisimos atarnos a ninguna propiedad por la cantidad de renuncias que implicaba. En el caso de haberlo hecho (hubo, en su momento, docenas de entidades bancarias que nos habrían prestado, amablemente, el triple del valor real de la vivienda cochambrosa a la que podíamos aspirar), tampoco tendríamos nada, salvo algunos intereses pagados, ocho años después.

Éste no es el tema. Tengo la custodia exclusiva de mis dos hijas, una pensión de alimentos y dos fines de semana (cuarenta y ocho horas cada quince días) en que ellas disfrutan de la compañía de su padre y yo de soledad. ¿Qué pensáis, buenas, nuevas, futuras, viejas madres? Porque tengo entendido que la mayoría de las mujeres que se divorcian hacen todo lo posible para alejar al padre de sus hijos. No es mi caso. ¿Qué pensáis, buenos, nuevos, futuros, viejos padres? Porque también me cuentan que la mayoría de los que se divorcian prefieren veinticinco años pasando dinero que ocuparse personalmente de las pequeñas minucias cotidianas, trabajosas y no remuneradas que implica criar a los hijos.

Por supuesto que existen circunstancias mucho más horribles. A una persona que conozco, su ex pareja le arrebató la custodia de su hija, aportando un diagnóstico no contrastado de enfermedad mental, con tal de no tener que pasarle pensión de alimentos a la madre. De su depresión ha nacido un despido, de su despido ha nacido una mujer en una situación aún más precaria que la mía, y obligada además a vivir sin su hija.

En mi trabajo/investigación/aúnnoséquées La vida sin hombres anoté estas dos direcciones con las que me he topado recientemente: ProJusticia parece ser una asociación medianamente organizada, que convoca actos periódicos en pos de la “custodia compartida”. Los descubrí con una pegatina llamando a la movilización en una señal de tráfico. Busqué su página. En primerísima línea de blog se puede leer: Custodia Compartida sí / Denuncias falsas no / Síndrome de Alienación Parental no / Derogación de las leyes de género (sic).

No me voy a detener en el análisis textual de lo que proponen pero se trata de una “asociación” de padres que busca promover la conciencia social en su causa. Si miro un poco en su interior -“la mayor maltratadora de niños, con enorme diferencia, es la madre. O mejor dicho, algunas madres”, matizan- me empieza a dar náusea. ¿Quieren estos señores la custodia compartida para no pagar una pensión de alimentos?

Pero nunca, nunca llueve a gusto de todos. Algunos jueces y algunas comunidades autónomas están amagando con imponer la custodia compartida cuando se separan los progenitores y surge: No a la custodia compartida impuesta. Estos otros (no sé si hombres, mujeres, o mixtos) también tienen datos, estudios de toda Europa y resto del mundo civilizado; ellos también ondean la bandera “por el bienestar de nuestros hijos”. Hacen manifestaciones y convocatorias. Sálvese quien pueda.

Yo cobro para mis hijas una pensión de alimentos, que no es poca cosa, pero nadie tiene ni la más remota idea -padres divorciados que tengan la custodia de sus hijos, cuéntenme qué equivocada estoy- de lo que es trabajar sin descanso desde las ocho de la mañana hasta la una de la madrugada. Cuando llega el día trece, el día previo a que el padre aparezca en el colegio para recogerlas, ellas no pueden más de echar de menos a su padre y yo no puedo más de trabajar quince horas al día. Quienes no me conocen, no pueden contradecirme. Quienes me conocen saben que no me ven jamás, entre otras cosas porque jamás estoy depilada ni presentable. Yo tengo que ganarme mi pan, él el suyo. Pero mis hijas no son campo de batalla.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Dispersión

Hay una droga (en un libro que leo) que se llama Sopa-S: destruye las mentes pero, antes, deja a sus consumidores vivir la felicidad de estar centrados, profunda y completamente, en una única idea/factor/elemento/sensación.

"La sociedad de la dispersión" podría llamarse el próximo poema de Eloy Fernández Porta (pero él está mucho más allá, para qué negarlo). Dispersarse, multiplicarse, reventar el cerebro y el procesador del ordenador con un millón de tareas simultáneas, es una enfermedad de este tiempo.

Me siento a escribir lo que tengo que escribir. Pero abro, además, otros cuatro documentos donde tengo que dejar anotadas ideas; la noche se presenta productiva y he de producir antes de asesinarla. Mientras, sueño con gente a la que nunca conoceré, con gente a la que que he conocido íntimamente y no quieren saben nada más de mí, con gente que no me importa un carajo y no me interesa conocer. Mientras, recuerdo viejas noticias absolutamente insustanciales sobre unos dispersos que creían que querer era algo divertido y lo llamaron poliamor.

La enfermedad de nuestro tiempo: no es falta de concentración, es falta de compromiso.

sábado, 13 de noviembre de 2010

(Thank you very much and a very) goodnight

viernes, 12 de noviembre de 2010

Tercera vía

"La destrución total del sistema basado en el trabajo y en el dinero, y no el logro de la igualdad económica en el seno del sistema masculino, liberará a la mujer del poder masculino"

Saco esto del SCUM Manifesto de Valerie Solanas y trazo un puente hasta Franziska von Reventlow y el artículo que le dediqué bajo esta etiqueta. (No iba yo tan desencaminada).

Lo que más risa me da es que tampoco está lejos de lo que se puede leer en los libros de Esther Vilar, pero eso ellas (dos) no lo saben (y otro día lo explicaré por aquí).

//Esto forma parte de apuntes en pos de algo. Los textos que publique al respecto caerán bajo la etiqueta "la vida sin hombres". La-vida-sin-hombres quiere decir la-vida-sin-la-noción-de-hombre, y que cada cual se rasque donde le pique.//

lunes, 8 de noviembre de 2010

Mi alma a cambio de un minuto de comedia


Inmersa en un libro que trata sobre las mutaciones de la comedia, lo que llama la Nueva Comedia -esto no es una reseña-, su lectura despierta en mí viejas cuestiones, porque hace tiempo me pregunto por qué todo lo que escribo resulta tan plúmbeo, tan abotargado, cargado, serio y empantanado. Como lectora/espectadora me gusta reírme, y como escritora sé que infinidad de mensajes llegarían mejor con un poco de risa (con esa píldora, aterradora, que Mary Poppins daba a sus pupilos, hay que joderse), pero ¿qué es la comicidad? Ya no la "Nueva Comedia, ¿dónde está la "vieja comedia", cómo se genera el humor, quién puede ser humorista, es necesario estar en risa constante con uno mismo, es necesario invalidarse como autor, tener ese alter ego cómico bien aceitado para poder seguir viviendo las pequeñas miserias de cada día? ¿Ser yo objeto de humor? Algunas cosas que me suceden en la realidad me dan muchísima tristeza, ¿cómo puedo pretender, por tanto, el efecto contrario en otros, qué puede haber de humorístico en mi biografía? Si pudiera explicar a otros el sinfín de causas de pavor que recorre mis horas en tono de comedia, ¿serviría? Si les explicase que caerme de culo frente a unos amigos al salir de un concierto quizá haya sido mi último -y muy celebrado- gag, ¿quién hoy, en 2010, puede reirse? Pero necesito el humor, quiero deshacerme de las piedras que me arroja la vida, ¿es el humor algo menos pesado que la seriedad? Entonces quiero sacarme de encima este rictus amargado, quiero empezar a tomarme a chiste, igual así habría menos arrugas en mis ojos... Me asalta la evidencia de lo contrario, la risa es ese gesto del que huyen las celebrities porque, dicen, crea profundas “arrugas de expresión”, el hieratismo como última moda. Bien, y del alma, ¿quién suaviza las marcas, cómo leches me desintegro este cálculo encabronado del corazón, con qué disolvente me arranco este tubérculo encostrado que me obliga a no ilusionarme jamás? Es probable que todo se resuma a encontrar un tema. El tema que cada uno lleva dentro. Y ¿cuál es el mío? Puede que la Nueva Comedia se ría de cosas menos graciosas o nos congele la risa en mitad del gesto, es cierto, y eso puede significar que, quizá, el contexto no me es tan adverso, puede que la mutación de la comedia incluya ese tema, mi tema, la melancolía. Caray, que tampoco es tan nuevo, ¿cuántos monólogos van de un tipo o tipa que no sabe cómo enfrentarse al mundo, cuántos diseccionan la inhabilidad del melancólico para las relaciones sociales, cuántos se recrean en la estulticia de su infatigable confrontación con el absurdo? Anda, si puede que no esté tan lejos. Y me acuerdo de más cosas, y es que la risa no me es tan ajena, que una buena parte de mi familia se ha dedicado y se dedica a hacer reir, en el circo, en la televisión, ¿qué tienen ellos que yo no tenga, qué? Un poco de experimentación sensata se impone, anacrónica, pero experimentación: practicar ser graciosa como una andaluza cualquiera -he aquí el chiste del día, andaluza soy-, inventariar al menos una situación cómica cada veinticuatro horas, escribir una minicomedia por día y... ¿después de quinientos días, podré tener el secreto de la risa? Prometo no escribir nunca más cosas desagradables, nunca más os contaré de la precariedad laboral que me acecha, de mi cuenta corriente esquilmada, de mi soledad, de mis tropezones o mis desnucamientos virtuales, nunca más, esta noche no. No esta noche, en que entregaría mi alma a cambio de un minuto de comedia, lo digo muy en serio.

jueves, 28 de octubre de 2010

Código fuente


Abrelatas es el maestro del código fuente. Lo conocí (él a mí no) en el Festival Zemos 98 del 2009. Cantaba con buena voz: "Código fueeeente... La remeeeezcla" y oficiaba de pastor del corta y pega. El festival se celebraba en Sevilla justo en el fin de semana en que yo viajaba a despedir a alguien muy querido. Otra persona querida estaba trabajando, casualmente, allí, y pasé algunas horas de aquel sábado en los actos del Zemos.

Esta mañana recibí un correo: me invitaban a enviar críticas quincenales a un diario sevillano. Sin ánimo oneroso y con honestidad, se decía en ese mail que aquellas colaboraciones serían "gratis, por supuesto".

Sin mentar al pecador, lo envié tal cual a twitter. El ejemplo, de tan extensivo, ya duele.

(Podría explicar aquí que mi primera colaboración periodística sucedió en el mismísimo periódico, hace ahora unos dieciocho años, y todavía estoy esperando cobrarla).

Abrelatas, Felipe, toma el entrecomillado y lo convierte en un microrrelato. En un #microrrelatos12. Esa etiqueta es una de sus muchas experiencias (de las muchas que desarrolla el equipo de Zemos 98) en twitter. Y es un microrrelato que, como le he dicho a él, lo tiene todo en tres palabras: amor, pasión, ambición, venganza.

Muy poquito a poco, estos muchachos salidos de mi misma facultad han ido penetrando el tejido cultural, no ya de la ciudad, sino de todas las redes. Trabajan codo con codo con otros muchos colectivos de creación, activismo y gestión cultural repartidos por el país y el mundo y crean cada año un concepto nuevo, un espacio de conversación e intercambio, que además se desarrolla durante todo el año con blogs, con publicaciones, con un programa de radio.

Estos chicos no paran quietos. El festival 2011, la décimotercera edición, ya tiene nombre y fechas. Deberías reservarte esa semana para pasarla en Sevilla y enterarte de qué es Zemos 98, aunque ni yo a estas alturas lo pueda explicar muy claramente. Es educación, es comunicación, es pasión por el intercambio y la reflexión, por la generación de narrativas para nuestras actividades, por la búsqueda de puntos de anclaje en la contemporaneidad distópica que nos ha tocado experimentar.

Es, en mi propia experiencia, un sueño de trabajo colaborativo. Tengo el honor de contarme hoy, tímidamente, entre las personas que forman parte de sus redes. Porque también he caído.

Y no voy a pedir derechos de autor. El microrrelato, cojonudo, es de Abrelatas.

domingo, 24 de octubre de 2010

Julián Rodríguez

Julián Rodríguez
Tríptico / Santos que yo te pinte
Errata Naturae

En un libro, tres narraciones. En otro, un único texto largo y denso como un río de barro entre maleza. Dos volúmenes aparecidos al mismo tiempo, en los que Rodríguez da luz a material reescrito durante una década. Cuatro historias conectadas de una sutil forma, ajustándose sin tensión. Si el primero se titula, sin engaño, “Tríptico”, contiene precisamente tres historias que hacen las veces, cada una, de planchas de un retablo; en cambio, el efecto que hacen éstas entre sí y con la cuarta quizá no fue premeditado: “Santos que yo te pinte” parece corresponderse con lo que está detrás del azogue en la parte trasera del cuadro, aquello que saldrá rascando la superficie turbia. En el primero, una apabullante condensación semántica, un lenguaje en apariencia poco elaborado, que arrastra fardos de sentido. En el segundo el discurso dispara un monólogo deslavazado, temerario y un punto desequilibrado. Inmerso en él, sin embargo, cualquier lector despierto, esté o no acostumbrado a la densa narrativa del autor, sabrá intuir que ni palabras ni comas están puestas al azar. Y el efecto creado en el imaginario, en la lectura de estos libros que se comunican y trasvasan, es el de una pequeña novela apretadísima sobre el gastado amor y la imposible comunicación. Ya conocemos su habilidad para transcribir el vacío, la zona neutra del lenguaje, la herrumbre existencial. Y en estos dos libritos, menores sólo en tamaño, lo vuelve hacer: bajo la superficie son titanes desmesurados.

//Editado en Go Magazine octubre 2010. Esta semana también ha visto la luz la entrevista que me otorgó Rodríguez para notodo.com, así como la crítica que he escrito para el blog Estado Crítico//

domingo, 10 de octubre de 2010

Puentes de otoño


Todo el tiempo los cruzamos y pocas veces son conscientes de su papel. Casi nunca serán puentes construidos por quienes escribieron esas páginas, en cambio aparecerán sólidos y transitables por quien los encuentra como lector. Mi primera deformación lectora significó no sólo leer un libro, sino recorrerlo preguntándome qué podría contar de él en una crítica. La segunda deformación vino al dedicarme a leer transversalmente, seleccionando qué me quedaba y qué no, qué se venía a vivir conmigo a mi maleta de apuntes, la que algún día crearía los pasajes a mis propias ficciones (y aquí, también podría contar, otro día, las deformaciones escritoras que he sufrido, que no creo que sean en absoluto particulares).

La tercera deformación lectora, la más reciente, ha tenido lugar desde que comenzamos con el programa. Leo los libros cruzándolos entre sí y, por poco que tengan que ver unos con otros, los puentes en mi mente se tienden solos. Se generan conexiones porque ya no sé leer sin pensar a todas horas en próximos guiones. De resultas, lo que leo ya nunca más es un libro aislado, ni se corresponde con la poética interna de un autor, ni siquiera con los temas que, sigilosos, frecuentan escritores de la misma generación... Leo en un libro todos los libros que alguna vez tuve en mis manos y todos los que alguna vez tendré.

Por cuenta de esta coyuntura, o por cuenta de la muy sugestiva entrada en la estación de las lluvias y los sueños barrocos, algunos de los enlaces que hallo son como las pepitas, diminutas, encontradas en el lecho del río, que por sí solas valen en apariencia poco pero señalan la existencia de nuevos cruces, certezas, aproximaciones, ¡yacimientos!, ¡engranajes! Quizá todo lo que trato de encontrar en esos pasajes es la belleza de sentir que no se está tan solo.

Porque íbamos a entrevistar a Isaac Rosa, me sumergí en sus novelas. El país del miedo es pausado, ambiguo y torturante. El personaje central es un varón de clase media y de mediana edad, el ejemplar idóneo para desarrollar toda una teoría del miedo en nuestras sociedades contemporáneas. Los capítulos que no cuentan la peripecia en sí van describiendo lenta y concienzudamente cada una de las zonas de la existencia abocada al miedo: “A menudo piensa en el dolor, pero le falta experiencia”. Es en las páginas 71-72 cuando llega esa enumeración, análisis quirúrgico, del miedo al dolor, y no hace falta ser muy sutil para asumir que como miedo es universal. “Eso le hace pensar en la importancia de la premeditación del dolor”, y nos dice que hay un espacio de la anticipación y la prevención, un trabajo cerebral que recrea el dolor incluso antes de haber recibido el más mínimo estímulo para ello. Recita, con la demora característica en todas las páginas de la novela, procesos psíquicos que acompañan a la tortura y se centra en un método concreto, “la cuchara”.

Regresé entonces a las páginas, recientemente recorridas, de El vano ayer, la segunda novela de Isaac Rosa. En ésta hay un pasaje que no está calcado del que menciono antes, es más bien su reverso. (Páginas 167 y siguientes, no lo tengo aquí para copiar): el narrador ocasional habla en primera persona de las torturas sufridas y en un momento se abstiene de seguir describiendo, “no se puede explicar en palabras...”, cuando llega al momento en que le aplican corriente eléctrica en diferentes partes del cuerpo -dedos de la mano, de los pies, lóbulos de las orejas, testículos-, para llegar a la comparación (cito de memoria, sin exactitud): “... como si una rata te atravesara el recto hasta salirte por la boca.

En general, el arranque del puente enciende luces de corto alcance, porque mi capacidad de asociación es más bien limitada y se puebla de diapositivas medio quemadas, destellos, fotogramas sueltos. Gritos callados en mi cabeza que lanzan sogas para enlazar ideas. Pero la referencia a la que quería llegar estaba aún caliente. En El jardín de los suplicios (Octave Mirbeau, editado a la vez por Impedimenta y Olivo Azul en este año), uno de los episodios más extensos, en formato de diálogo, explora lo que allí se llama la “tortura de la rata”:
- ¿Qué suplicio es ése de la rata?... - preguntó mi amiga- ¿Y cómo es que yo no lo conozco?
- Una obra maestra, milady... ¡Una verdadera obra maestra!... -afirmó con voz retumbante el hombretón, cuyo cuerpo fofo se aplastó más aún sobre la hierba.

(Y... no es de extrañar que sea éste uno de los pasajes que hicieron a su traductor, Lluis Maria Todó, levantarse, dejar la tarea y salir a tomar aire, tal como contó en la entrevista que nos dio con motivo del programa que dedicamos a Mirbeau).

Quise señalárselo a Rosa, pero este puente no llegó a ser cruzado en el directo. Por ello cuento aquí que la descripción de la tortura de la rata está, antes, en Sade (¿dónde no?).

Y todo esto sigue hirviendo a alta temperatura mientras avanzo con ansia por las páginas de El país del miedo. Leo ahora fuera de mis coordenadas espaciales: estoy en otra ciudad, sola y abismada, peripatética, he detenido mis pasos, he buscado huir de las franquicias hosteleras en general, refugiarme de la barbarie turística, y hago un alto en en un bar-cochambre, pero mis oídos no pueden permanecer ajenos al runrún publicitario de la radio encendida:

“Acabe con el dolor, cualquier tipo de dolor, la magnetoterapia le ayuda, si ud. se ha resignado a vivir con el dolor, sepa que hay otra vida... Magnofon le librará del dolor, cualquier tipo de dolor... Utilizada a diario, es un eficaz remedio. Llámenos ahora, sin compromiso, y recibirá dos estuches magnéticos, los émbolos y... ”

Pienso en los émbolos que forman parte de la picana. Recuerdo un libro, Tejas verdes, que compré la última vez que estuve en Chile, el testimonio directo de un escritor -Hernán Valdés- que sufrió detención, cárcel y tortura en el conocido campo de concentración con ese bucólico nombre.

Admito no pensar habitualmente en lo que me da miedo, por temor a la parálisis que de ello devendría. Sigo, por tanto, huyendo hacia adelante para ver si el siguiente pasaje, el próximo puente que sea capaz de construir me lleva a un lugar más seguro. Anoto el nombre de la empresa que vende la solución contra el dolor y un número de teléfono, quién sabe, algún día podría venirme bien, cuando deje de resignarme a vivir en el dolor, que también es vivir en la conciencia. Sabiendo que no hay remedio. Aceptando que la mentira estructurada y organizada de nuestro mundo me obliga a enfrentarme a una realidad absolutamente injusta que, mientras me promete calidad de vida, salvación y ocio moderado, me entrega minuto tras minuto nuevos grilletes para mi tiempo y mis pensamientos. “El mismo que quiere que tengas miedo es el que te protege”, le escuché, pocos días después, a Isaac Rosa.

Me hubiese gustado preguntarle también acerca de la injusticia. Este pasaje:

¿se da cuenta?, el delincuente siempre busca refugio en la casualidad, no en una sino en muchas casualidades encadenadas, y cada nuevo error descubierto es una nueva casualidad, pero que yo sepa nadie ha ido a la cárcel por una casualidad...” (pg. 287, El vano ayer)
me llevó hacia el libro Justicia poética, de Braulio García Jaén (también con él hicimos un programa). Tommouhi y Mounib -quince años uno, hasta que murió el otro-, en la cárcel, tan sólo por la casualidad de parecerse (y nunca tanto, y eso es lo que explica ese bello libro) a los verdaderos autores de una ristra de violaciones. De El vano ayer (hecho con una ingeniería interior que es por fuerza seductora para otros ingenieros de ideas) también podría contar sobre la confusión de personajes reales y de ficción, de cómo Rosa se esfuerza página tras página en recordarnos que lo que leemos es fábula, pero lo que está detrás y muy presente es sufrimiento, vileza, dolor, equívocos, injusticias y exilios de personas reales.

Y, claro, está ese otro programa, hace no demasiado, en que nos preguntamos ¿Dónde van los personajes cuando la novela se acaba? Si son personajes de películas de cine negro, preferentemente clásicas, seguro que están en Sospechosos de David Thomson (Roja y negra, Mondadori, 2010). La pista me la dio un chico de cuyo nombre debería acordarme, participante en el taller de Periodismo gonzo que sucedió durante una semana completa en el Espai Caja Madrid de Barcelona, al que me sumé sólo durante una tarde. Él nos contaba apasionadamente acerca de este libro y, si sé reproducir sus palabras, dijo que las biografías de los personajes de cine negro entraban en esa novela-enciclopedia, mayúscula, abarcadora, apretada, con la nueva historia-vida que el autor les inventaba en esas casi 500 páginas.

Y pocas horas antes, leía la última Qué Leer en una biblioteca. Milo J. Krmpotic entrevistaba a Samantha Schweblin (y no me habría fijado en este pequeño recuadro a no ser por el programa 51, en el que Marcelo Panozzo nos dio los cinco nombres de imprescindibles argentinos según su parecer):
“¿Y a qué le tienes miedo, concretamente?”
“A la muerte, en primerísimo lugar. También a la pérdida y al abandono, que son otras facetas de la misma muerte. En este sentido, siento a la literatura como una suerte de “avanzada”, como cuando en la guerra se enviaba al soldado a inspeccionar qué es lo que ocurría al frente antes de llegar ahí con el batallón completo. De alguna forma, la literatura me permite avanzar hacia todo lo que me aterra y horroriza, y regresar a casa lo más ilesa posible”
La novela más reciente de Rosa también funciona, a su modo, como un exorcismo confiado de los miedos, ciertos y perennes. Lo inquietante de ese libro es que señala todo aquello en lo que, por comodidad, por prisa, por falta de autoexigencia, no solemos pensar. Y recuerdo entonces a la protagonista de Diario de las especies de Claudia Apablaza, ese personaje en busca de pistas de su identidad, que se recluye, aísla y desvanece en los pasillos de “la Biblioteca”, entre otros lectores insomnes, entre otros que tampoco saben ni están preparados ni aciertan a conjurar el modo de enfrentar sus propios miedos.

martes, 5 de octubre de 2010

Soy español y estoy vivo


Yo no lo tengo nada nada claro, qué suerte para él (Miguel Noguera).

lunes, 27 de septiembre de 2010

El país de los hombres que no están


Me urge volver a mis rutinas de quebrar el/los sistema/s. El #mal se enseñorea y me usurpa incluso el tiempo necesario para el acoso y derribo.

Pronto, mucho más sobre La vida sin hombres y otros textos de malfollerío.

(imagen vía reinohueco)

domingo, 19 de septiembre de 2010

451 Quieres hacer el favor


Porque hay cultura que simplemente no lo es. Porque todos tenemos fobias y derecho a tenerlas. Porque las imposiciones y el todo vale están pasados de moda. Porque creemos en el espíritu crítico de todo lector -y sobre todo de nuestros oyentes- sin necesidad de que posea una tribuna decadentista en algún suplemento cultural. El prestigio de los libros está en entredicho, a base de avalanzarse sobre nosotros desde las mesas de novedades e insultarnos desde sus estantes en las grandes superficies. Porque no todo merece ser comprado, ni leído, ni conservado.

Nos han dicho que esto suena a 1933.

Lo que creemos de verdad es que basta ya de que muchos vivan a costa de las tragaderas inmensas de la lectura blanda, convertida en un intercambio acrítico de mercancías.

Que la cultura que nos sobra arda. Nosotras no mandamos, sólo proponemos. Es una propuesta lúdica, irónica y simbólica, esto es, un espectáculo más. Pero invitamos a un vinito.

//Edición 27 septiembre: esta noche en www.radiocarcoma.com 21 h. seguimos hablando de hacer arder lo que nos sobra y otras muchas cosas//.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Hay gente que no tiene sentido del humor

Y que no sabe leer entre líneas. O que no acepta las collejas. O que defiende una peligrosa, envenenadísima corrección política hasta cuando va a cagar. O que simplemente nunca jamás podría entender un rap.

Hay gente de ésa.

Por suerte, me tropiezo más con la otra: hasta el portero de mi edificio es de los otros. Hablamos a menudo, últimamente. De la vivienda, la desproporción del tema "libros de texto", y poco falta para que hablemos de a dónde van los personajes. Me entrega cada semana dos o tres lindos paquetes de libros. Cada lunes, sobre las siete, me ve salir cargada con el ordenador y me despide: "Que te salga bien el programa". No sé en qué momento le conté que los lunes hago un programa de radio.

Le invitaría a la fiesta de aniversario, y estoy segura de que entendería nuestra perversa propuesta. Pero hay gente que no.

Por ejemplo

Sin Esperanza (Aguirre)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El mal que nos ocupa

(La foto se la pido prestada a Gaelx)

Hace pocos días escribí que el #mal me había pagado, por fin, un proyecto (100 días de espera para ello). Si reflexiono sobre mis propias palabras, tengo que admitir que en un gran número de casos, es el mal el que me emplea.

Vivo de trabajos de todo tipo en el ámbito de la comunicación digital. Un poco menos, vivo de colaboraciones periodísticas. No formo parte del colectivo de periodistas en paro porque soy periodista de manera colateral -aunque orgullosa. Comencé a trabajar con dieciseis años y no ha parado hasta hoy (van veinte), pero si repaso el historial, realmente nunca he vivido del periodismo (ni cuando llevaba un programa de radio de dos horas diarias ni cuando era becaria en una redacción tipo “guía del ocio”). Quizá por eso esta “crisis del periodismo” (de los moldes económicos que lo sostienen, pero también de los cambios metodológicos y la aceleración desproporcionada en la producción de contenidos) me pilla un poco por fuera; soy espectadora, más que sufridora.

Quizá por eso no me afecta demasiado.

Todos trabajamos para el #mal: lo hacen los músicos que, en cuanto tienen cierto público, fichan por alguna discográfica; lo hacen los artistas que, nada más alcanzar algún renombre, aceptan encargos polémicos de empleadores turbios. Lo hace la empleada de hogar cuando entra a trabajar en casa de cualquiera y ese cualquiera la explota a ella y a doscientas inmigrantes sin papeles a las que obliga a trabajar en sus burdeles.

Todos trabajamos para el #mal y todos podemos seguir haciéndolo sin perder el norte, y aprovechar la más mínima oportunidad para instalar, ahí mismo, la maquinaria derribadora.

Con esto quiero entonar otro tipo de cantos. Como, por ejemplo, que no termino de entender a los cientos -o miles- de periodistas que se han quedado fuera de las redacciones, sin saber cómo reaccionar y tomar el toro por los cuernos (perdonen el lenguaje taurino, tan demodé).

El periodista, en un medio, también trabaja para el #mal.

Casi casi en todos los medios están más allá del "límite del bien". Cada cual dibuje su línea propia.

Cuando digo que me emplea el #mal quiero decir que quien me paga (malamente) las facturas son grandes corporaciones. Como, por supuesto, necesito que las pague alguien (no me puedo permitir el lujo de vivir de patrimonios inexistentes, como mi amiga Franziska von Reventlow), acepto todo tipo de trabajos. Y, tal como sé que mañana o pasado me he de morir, sé que en cualquier empresa que me dé trabajo, encontraré, sin necesidad de rascar:

- condiciones laborales de pena y explotación de su personal
- cero conciencia social
- delitos contra el medio ambiente o los derechos civiles, y muchas cosas más

Pero todos queremos trabajar. A ratos suspiro por un hueco en una redacción. Pero esto no lo tienen siquiera personas mucho más preparadas y curtidas en redacciones que yo. Stop del suspiro. Y sigo con mis proyectos.

Sé que trabajo para el #mal y sigo buscando el modo de hacer cosas para lo contrario. A costa de irme a dormir dos horas más tarde de lo que corresponde. Así que, sin ningún tipo de derecho, pero con el que me da ser de los vuestros, a vosotros, a los periodistas que sí estáis en una redacción, y a aquellos que perdieron su podio y engrosáis las filas del paro, como comunicadores sociales, creo que os puedo pedir algunas cosas:

- No comulgaremos con el #mal: una cosa es que pague las facturas, otra muy distinta que abanderemos su ideario

- Evitaremos en las redacciones escribir de lo que de verdad está pasando si lo que está pasando implica a personas físicas o jurídicas que pagan nuestro salario. Qué importa, tenemos otros medios para contar las historias verdaderas.

- Trabajaremos creyendo en lo que decimos, pero no por ello dejaremos de pensar lo que pensamos. Mantengamos la independencia necesaria para movernos como personas, periodistas que somos, al margen de la corporación, sus intereses y especulaciones, de la irrealidad que se nos pide alimentar.

- En los estrechos márgenes en los que nos podemos mover dentro del #mal, colaremos toda la información valiosa, socialmente importante, que se nos permita.

- Pero jugaremos fuera de esos márgenes y nos quitaremos horas de sueño para contar las cosas como merecen ser contadas.

- Inventaremos proyectos. Actuaremos con iniciativa. Dilapidaremos la herencia paterna en asuntos que eduquen al mundo. No esperaremos que la corporación nos cuide hasta el último día de nuestras vidas. Demasiadas veces hemos visto cómo un trabajador, que pensaba jubilarse tranquilamente en cierta empresa, es despedido sin contemplaciones. Haremos cosas gratis. Haremos cosas por nosotros mismos sin esperar retribución en dinero. ¡Nos autopublicaremos!

- Seremos generosos. Compartiremos lo que sabemos. Algún día la corporación, por esto o por aquello, no nos necesitará más. Ese día pondremos una tienda para coleccionistas de trenes antiguos o un hotel rural, y seguiremos contando lo que de verdad importa.

- El comunicador no puede esperar que ninguna empresa le ponga los medios para difundir su trabajo. El periodista debe esperar poder contar con una tribuna pública coherente y veraz, y hacer honor a ello. Pero si el medio de producción no es del periodista, el periodista no puede garantizar su independencia.

- Dejémosnos ocupar por el #mal, mientras éste resista. Que ya encontraremos otra forma de sobrevivir. Como escribe Milo J. Krmpotic' en Las tres balas de Boris Bardin: Siempre se conjunga en futuro, el verbo sobrevivir.



"Viva el mal, viva el capital", mira que nos lo repitió veces nuestra amiga...