jueves, 1 de noviembre de 2007

Hombres en traje negro

A mi abuela que, como yo, nunca pudo decir en qué trabajaba.


Las mejores cosas, probablemente, son las que tardan en afirmarse. Las que se cuelan despacio, reptan por las esquinas del cerebro y se instalan, a la chita callando y sin escándalo alguno. Puede que los flechazos se lleven todos los hurras y la literatura laudatoria, pero yo aquí he venido a hablar de esas otras cosas. De lo más normal y cotidiano: el amor que nace con el roce y la constancia. Me quedo con eso: esa forma discreta e imponente en la que llegó a la vida del hospital psiquiátrico (la Argentina deprimida y neurótica de los ochenta) el bien llamado Ramsés en aquella imperecedera película “Hombre mirando al sudeste”. O la manera en que se esparce cualquiera de las infecciones muy viscosas y plásticas puestas en circulación en una película de Cronenberg (“Vinieron de dentro de…”). Así se ha diseminado dentro la enfermedad que llevo, la Enfermedad Nacional. Síntomas a detectar:

No podrás ver un grupo de cinco hombres en trajes negros sin sentir un muy poco discreto temblor y una humedad inapropiada en las palmas de las manos y otros lugares menos nombrables.

Taconearás a ritmo de 2x4 en cualquier circunstancia.

Querrás impostar la voz cavernosa, profunda y parca en melodía.

Sentirás un poderoso impulso por bailar un vals a la visión de un piano en un bar.

The National. Boxer. El boxeador del que hablan no viene a arrasar como un congresista republicano. Más bien se detiene a colonizar, a ritmo de vals, el cuerpo a rendir. Este es el boxeador nacional, pequeño, miniatura cual soldadito de plomo, parásito de aproximadamente dos pulgadas, recorriendo los conductos internos, vasos, venas, corazón, vuelta a salir, collejeando a diestro y siniestro, golpeteando sin dañar en absoluto, en todas aquellas fibras sensibles y extraordinariamente endebles que tenemos dentro.

Mi lenguaje metafórico se vuelve gachas sueltas a la hora de describir por qué soy fan rendida de este disco: ése es otro síntoma de haberse enamorado así, despacio, a la chita callando. Ya no se discurre. Hay que escuchar ese piano discreto con el que inauguran, hay que dejarse acunar por esa voz (Matt Berninger, ya hay nombre para bordar en las vueltas de las sábanas, desde que Stuart Staples se lo tiene tan creído) que parece no querer cantar, no querer decir lo que dice. Hay que recorrer pulgada a pulgada la devastación emocional de estas miniaturizadas, pero sólidas cual plum cake, canciones, doce, que hacen “Boxer”. Es lo que pasa cuando llevas siete u ocho años componiendo, creyentes, enamorados silenciosos de la canción, buscando la esencia del mejor decir, del decir más, del utilizar menos. Sale "Boxer". Y esto es lo que pasa, cuando quieres despacito y sin darte cuenta: ahora necesitas bailar y bailar y bailar, con estos cinco hombres en traje negro. “You know I dreamed about you / for twenty-nine years before I saw you”.

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Coda, en 2x4: los hombres en traje negro se pueden ver aquí, por ejemplo. No pude dejar de enlazar el ambiente y la historia de este vídeo con el de este otro vídeo: otro hombre en traje negro, de estilo internacional. Ten cuidado cuando te tiemblen las manos.

2 comentarios:

Vinué dijo...

Gran grupo y gran disco, querida. Como ya le comenté chateando, me quedo con "Alligator", pero este "Boxer" también es una maravilla. Y qué tendrán una voz grave, unos hombres trajeados de negro, unos tacones rojos, que siguen tocándonos las fibras sensibles, ¿verdad? Besos.

Carolink dijo...

Creo que Alligator es más directo y Boxer es como una enfermedad, una lepra lenta. Gusta más... gusta más... Qué babosa me pongo.