sábado, 6 de octubre de 2007

Ten cuidado con lo que deseas

La realidad tiene muchos reclamos a diario. Los editores de los medios de comunicación del mundo entero tienen sobre sus cabezas, de una manera natural-prestada-engorrosa (la misma en que dejamos que los dirigentes nos dirijan, que los empresarios nos emprendan), la responsabilidad de fabricar esos universos simbólicos, efímeros y circunstanciales, día tras día; de hacer digerible, colonizable, el pandemonium del mundo.

De la infinita marea informativa, sólo unos pocos pedazos de realidad alcanzan nuestro cerebro con una virtud cualitativa que los hace diferentes. No tiene que ver con los esfuerzos de los editores de los medios de comunicación del mundo entero. No tiene que ver con las circunstancias, ni con lo contingente, ni con lo noticioso. Estímulos que de verdad puedan perdurar. Estímulos cargados como una pistola. Entonces, y así es como funciona para mí, el mundo empieza a girar alrededor de esos fragmentos. No es una portada de diario, es un vórtice de huracán. Organizo todo lo demás utilizando ese centro, que da sentido al magma incomprensible, y lo convierto en una obsesión.

Para que eso revierta en mi trabajo (en esa palabra fetiche a la que regreso una y otra vez), ideo formas de hacer que esa obsesión, ese fragmento de la realidad que sólo me importa a mí, se convierta en alimento espiritual, material de pensamiento y fruición estética para los que me rodean. Imprimo, copio, muestro, reproduzco y adjunto. Siembro y siembro, sin descanso, la semilla del azote, busco extender el torbellino a mi alrededor. En el otro lado del mensaje, en el papel del receptor, están muchos de mis amigos que se dejan, y están mis editores. Busco, rebusco, insisto hasta el hartazgo: ese pedazo de realidad merece ponerse en letras de molde, mire usté.

Lo pretendo tanto, lo vendo tanto, que me seco.
Siento que mis semejantes y yo no compartimos referentes más que el cambio de la peseta al euro y las tablas de multiplicar.
Creo que nadie me comprende.
Rompo cosas.
Pero un día, con el remolino apaciguado ya, alguien deja caer, al fin, una respuesta: ese contenido me interesa.

Échate a temblar pues, ya que, en ese instante, otro tipo de responsabilidad acecha. La realidad se configura cara a cara contigo: habrás de enfrentarte a una entrevista, a un verdadero artículo, a las letras de molde que tanto has solicitado. Habrás de contarle a muchos, a todos, a los desconocidos, para qué carajo han de incorporar ese fragmento (ese libro, ese disco, ese autor, esa obra, ese escupitajo individualista) al universo de sus apropiaciones simbólicas. E importa, todo importa.

So far

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