Estoy empezando a sentir rechazo por contar qué tengo entre manos cada vez.
Es que soy lenta. Soy dispersa. Me desaparezco de mi proyecto más que el Guadiana del paisaje.
No tengo editor, ¿lo he dicho?
Y a este paso no podré presentarlo a ningún concurso de jóvenes promesas, porque estoy quedando un poco descatalogada.
Tratando de entregarme a un nuevo relato que está resultando tan difícil como divertido (¡si! ¡soy capaz de escribir cosas y reírme mientras! Otra cosa será que se rían los demás al leerlo).
Del Brazo de la Locura es mi relato número 10. Invito a adivinar dónde encontré ese precioso título. No diré nada más de él. Salvo que, si voy por donde voy, quizá alcance las veintitantas páginas. ¿Veis? Mi escritura no es apta para la impaciencia del lector de hoy.
Pero me descubro destapando nuevos destinos para mis desatinados argumentos. Cuanto más me meto a palpar las situaciones que quiero describir -y todas parten de sentencias completamente abstractas como: "este personaje es un lazarillo moderno, simpático, resbaladizo y contento"- más me entra la risa y la excitación con esto que hago, ficción, que a ratos me resulta tan absurdo y complaciente.
Ahora sé hacer esto. Bueno, saber, saber, más bien lo intento. Mañana... como dice mi querida Juana Molina:
¡Un día voy a ser otra distinta, voy a hacer cosas que no hice jamás!
Nos mudamos
Hace 11 años
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