La penúltima luz de la tarde me está entrando en forma de rayo verde directamente a los ojos, desde la ventana que tengo frente a mi escritorio. Recupero mi espacio. Las bibliotecas me añorarán. Mi hija V juega a escribir palabras con números, sin saber que está escribiendo una nueva página de la semiótica. Una vieja canción suena en mis oídos, repitiendo su estribillo en francés y trayéndome antiguas imágenes de cuando mi juventud, la juventud de todos, no sabía lo que se le vendría encima. Mi hermana me manda mensajes cifrados de esperanza. Yo recojo mis bártulos intelectuales. Tengo dos docenas de libros recientes sobre la mesilla. Sé que hay amigos a los que no puedo importunar. Trabajar es lo único que sé hacer contra la melancolía. No contra, más bien sobre. Las preposiciones. El exilio forma parte de mí. Está dentro. Con. Vivir Madrid con consecuencia es vivir en exilio. No me pongo ante. Me pongo después. Yo siempre fui un después inconsecuente.
Pero sé que ahora todo es hacia.
Nos mudamos
Hace 11 años
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