martes, 6 de abril de 2010

Escrito a mano


Si mi madre supiera...

Domingo 4 abril 2010
Ciudad Aljarafe

¿Tengo una historia con N.? ¿Tengo una historia con B.? Lo que definitivamente sí tengo es una historia con Mario Levrero. A veces me identifico con la bruja de su mujer, pero la mayor parte de las veces soy él. ¿Qué significa ser él? Tener las mismas (similares) angustias en relación a la gestión del tiempo, a los procesos interiores y a la pérdida de escucha de la voz que nos habla y que nos hace nosotros mismos -esa pérdida de contacto de la que vengo hablando (*), esa falta de temas que es, también, una muerte de la imaginación (**). Él habla de la memoria (ML) como única fuente de sus fantasías, y quizá así deba ser. Yo hablo de que ninguna historia parece canalizar los temas que me importan, si es que están en alguna parte. Él (ML) está profundamente preocupado por el dibujo de su letra y yo escribo amanuensemente desde hace un siglo y no creo que eso haya hecho que sea mejor persona en ningún sentido -a pesar de mi defensa, hace unas horas, de la escritura a mano, y la caligrafía, como herramienta de un proceso mental más fino, acotado, certero, vertebrado y verdadero. Para escribir a mano, necesito las ideas de antemano, necesito su arquitectura dibujada en mi cabeza, necesito que existan esas ideas y se dispongan delante de mí, inmanentes, independientes, absolutas, para que mi mano las transe por palabras. Sé que, en cierta medida, esto es diametralmente opuesto a lo que defiende (pero imposible hablar de algo parecido a defensa en relación a este libro) ML -El discurso vacío-, en el que la creación del discurso es un fin para el que el medio es la prosa, la escritura.

Pero yo, que escribo a mano desde que era niña, y que he redescubierto escribir a mano, persigo otra cosa: que el discurso aparezca, exista-en-sí a la vez que mi mano lo descubre; que se haga en acto a través del pensamiento, que necesita de un tiempo y un ritmo concretos, desacelerados, y que la palabra pierda en velocidad al mismo tiempo que gana en demasía. "Doña Mencía, sepa usted que es dueña de mi corazón", declamaba aquel infame actor de la representación -visita guiada- al Castillo de Cuéllar. La palabra escrita tiene que conservar la candidez del habla y servirse del flujo de pensamiento que posibilita a aquélla. Por eso creo que no hay nada más pervertido que domesticarla con la posibilidad de la edición absoluta, de la re-edición omnipresente, y que las ideas que no saben ser desarrolladas con el golpe de la tinta sobre el papel no merecen ser consideradas. (***)

(*) No aquí, en mis propios apuntes, y mis apuntes son los depositarios de la escritura a mano, d´habitué.
(**) De la muerte de la imaginación hablaba in extenso Catherine Millet en Celos, y quizá sea lo más rescatable del libro.
(***) Este texto está transcrito tal cual del original a mano, no he cambiado ni una coma. Como le dije a un amigo hace pocos días, creo que sólo a mano se escribe de verdad. Y el libro del que hablo se llama El discurso vacío, Mario Levrero, Caballo de Troya 2007.
(y) escribo esta entrada escuchando obsesivamente una canción.

2 comentarios:

Julio dijo...

Qué bien escrito el texto. No me queda claro si es todo ficción, parcial, o una copia del libro de ML. En fin, un poco borgiano.

¡Un besote! ^_^

Carolink dijo...

:)
Cuánto piropazo.
No es ficción ni una coma. O, si quieres, lo es entero. No es copia de ML, pero obviamente me influyó. Gracias por pasarte!