lunes, 30 de abril de 2007
Alejandra Pizarnik
Sentía demasiado respeto ante la idea de escribir acerca de Alejandra Pizarnik, para otros. Una atracción agridulce. Me preocupaba, entre otras cosas, caer en el panegírico pseudo-místico de la poetisa maldita y atormentada, articular a-críticamente esa imagen de mártir de la poesía que nos transmiten algunos de sus exégetas. He intentado huir de eso como de la peste.
En este mes de mayo (número 121) aparece un artículo titulado Alejandra Pizarnik: La poesía o la vida, en la revista Qué Leer . Aprovecho de agradecer aquí, por su ayuda y por todo, a Milo Krmpotic.
domingo, 29 de abril de 2007
De clisés y estrafalarios
Scissor Sisters en La Riviera fue contado así para MTV.es.
miércoles, 25 de abril de 2007
Una vida menos vivida
No se enfatiza como se debería, en los análisis de la cultura, el papel del tedio como afección fundamental.
Lars Svendsen
Filosofía del Tedio
Traducción de Carmen Montes Cano
Tusquets
Probablemente no sea casualidad que una reflexión sobre la importancia del tedio en nuestra cultura llegue desde Noruega, uno de los países más ricos del mundo: la tesis sobre la que pivota este ensayo es que nuestras sociedades, que producen abundancia de bienes, proveen también aburrimiento en dosis descomunales. ¿Por qué el tedio? Svendsen no pretende explicarlo de una manera universal, sino que adscribe el fenómeno en un contexto filosófico y cultural: Occidente y la tradición de pensamiento posterior al Romanticismo. La “conciencia de pérdida” sobre la que se asienta la filosofía contemporánea parte de ese momento. El enfoque es restringido, pero admite así menor margen de error.
Por eso trata del tedio, y no de la melancolía (barroca) o de la acedia (medieval y privilegio de religiosos). De las muchas formas de aburrirse del hombre contemporáneo, desde el bostezo provocado por una historia mal contada hasta la parálisis que sucede cuando el tedio se convierte en un filtro que interrumpe la recepción de estímulos. El absolutismo del individuo que trajo la muerte de Dios y otros sucedáneos dejó al hombre en la tesitura de establecer él mismo sus límites, y este individuo sin asideros buscó desplazarlos siempre un poco más allá, en busca de un contenido propio para la individualidad. Eso hace el libro, recorrer esos límites.
El viaje, aunque algo tramposo, repasa formulaciones literarias y culturales, desde la poco conocida ‘William Lovell’ (la “novela clásica sobre el tedio”), hasta su paralelo post-moderno, ‘American Psycho’. Se detiene a analizar qué creaba el aburrimiento existencial de los inquietantes personajes de ‘Crash’ (en la novela y en la película de Cronenberg), así como de los personajes de Beckett, que parecen haber renunciado definitivamente a darse sentido. Y vamos adentrándonos, de la mano de Pascal y de Pessoa, de Cioran y de Warhol, en esa “borrachera de no ser nada”, esa “no-vida” que tan bien sabrían retratar los grupos goth de los primeros años 80 (véase ‘In the flat field’ de Bauhaus).
Puesto que el aburrimiento es una afección universal, el viaje contiene estaciones aptas para todos. Pero se ha de estar preparado para la descripción de algo que, más allá del aburrimiento situacional –producido por las circunstancias-, es capaz de tomar por asalto al individuo, toda su vida y su visión del mundo; es lo que llama, siguiendo a Heidegger, “tedio profundo”. Y todas las estrategias posibles (para combatirlo, obviarlo o superarlo) se revelan inútiles. Desde plantarle cara mediante el trabajo (Nietzsche) hasta la vía del esteticismo extremo (Schopenhauer), pasando por la respuesta decadente (lo nuevo) o la post-romántica: la transgresión. El tedio existencial, el tedio profundo, no sólo no tiene rival, sino que es una puerta a una forma de conocimiento “superior”, a una responsabilidad esencial con el yo. La afección es, en última instancia, una invitación a la filosofía.
Esta es, quizá, la conclusión de mayor peso que contiene el libro, donde toda la argumentación, sostenida sobre “autoridades”, es de un pragmatismo preocupante. Las experiencias descritas se yuxtaponen para demostrar que el tedio es un producto de nuestros tiempos, contra el que poco podemos hacer, y la “salida” que se nos ofrece como plausible es investigar en la afección, reconocerla, como haría un enfermo crónico con su enfermedad. Aprender, al cabo, de ella. Cuando la revolución del Romanticismo nos ha abocado a un callejón sin salida; cuando el individuo se encuentra en la encrucijada de procurarse a sí mismo sentido, encerrado en una sola vida que le demanda que se comporte como consumidor, que se adscriba a modas, que suscriba credos o que practique el fanatismo… Cuando hace presa el aburrimiento, sobreviene la gran indiferencia y acecha el relativismo, la propuesta de Svendsen es la filosofía. El popurrí bien dirigido (y digerido) de referentes intelectuales que es este libro se revela una útil herramienta para verle las orejas al lobo.
//Esta reseña no ha sido publicada previamente. Una versión breve aquí.//
lunes, 23 de abril de 2007
Filosofía del tedio (reseña)
“Filosofía del tedio”
Lars Svendsen
Tusquets
Esta es (¿verdad que sí?) la mejor época para enfrascarse en un delicioso ensayo llegado desde la fría Noruega, uno de esos países que, de tan avanzados, ofrecen una vida plena de posibilidades de tedio a sus habitantes. El tedio, más que un sinónimo de aburrimiento, y sin contar con la buena prensa de la melancolía, determina rotundamente nuestra época; constituye una de las afecciones privativas del ser contemporáneo y caracteriza a la cultura nacida a partir del Romanticismo. Eso intenta demostrarnos Lars Svendsen en este libro, que recoge y analiza de forma exhaustiva la tradición filosófica y la mucha literatura que el tedio ha suscitado. Cómo la desaparición de la colchoneta de la espiritualidad que nos sustentaba abocó a los románticos a centrarse en su individualidad, y cómo esa individualidad se reveló incapaz de darse sentido a sí misma; la creación incesante de necesidades artificiales y la satisfacción sin pausa de esas necesidades; la nada que nos erosiona la sensibilidad (a decir de Cioran) o la nada sin cualidad alguna (en el Bernardo Soares de Pessoa), el tedio es el maligno fundador de nuestra forma de entender el mundo y de algunos de los mitos más importantes de la contemporaneidad. Desde Thomas Mann a Andy Warhol, desde Beckett a Bret Easton Ellis, pasando por Kierkegaard y Handke, y hasta la objetivación del vacío que expresó Ballard en ‘Crash’. Cuando, entre polvorón y polvorón, los bordes del mundo se te difuminen, harás bien en acordarte de este libro.
domingo, 22 de abril de 2007
Representar lo irrepresentable
Pat Barker hace lidiar a sus personajes con la violencia y el problema de su representación en el arte.
Pat Barker
Traducción de Ana María de
Salamandra
La doble mirada parece pertenecer a ese tipo de narrativa actual de apariencia amable, con una historia sencilla y digerible, agradable ambiente extra-urbano, y personajes sensibles e inteligentes; dotados de complejidad, pero no raros. Anécdotas y tipos humanos que le sirvan al lector de fórmula de escapismo, que lo lleven a espacios alejados de las archisaturadas ciudades y aún así no pierda la facultad de reconocerse en ellos. Parece ser ese tipo de narrativa pero, afortunadamente, hay más. Se sobreentiende, en todo caso, de una autora que tiene entre otros el premio Booker. En la novela, acompañamos a una escultora, ya madura, que ha perdido a su marido; se recupera de un accidente automovilístico mientras tiene que acometer la creación de un Cristo desnudo de gran tamaño. Un hombre, periodista en corresponsalías de guerra hasta hace bien poco, abandona los campos de batalla mientras su matrimonio lo abandona a él; se refugia en la campiña del Norte de Inglaterra para escribir. Allí se conocen Stephen y Kate, en una trama de esas que no ponen sobre el tapete grandes acontecimientos, sino leves y sinuosos movimientos internos, vitales; el paralelismo de los dos protagonistas es una muletilla, una cortina de humo, que dejará las opciones obvias al margen. Nada es lo que parece, a simple vista, en esta novela.
Entre ambos, encallado, Ben, el marido de Kate y ex compañero de fatigas del periodista, fotógrafo que ha muerto víctima de la violencia que se obligaba a capturar en sus imágenes. Porque, en la presencia-ausencia de Ben y en su legado, que los dos alimentan a su manera, reside uno de los temas centrales. La apariencia versus lo que hay más allá, la cantidad de capas que se interpone entre lo real y nuestra percepción, la representación ocupando el sitio de lo real. Stephen encarna la cara “grandilocuente” del asunto, queriendo reflexionar en su libro acerca de cómo son representadas las guerras en los medios de comunicación (con la muerte de su amigo como sarcástico hilo argumental); pero el tema de fondo recorre cada pliegue de la trama: cuánto juzgamos a las personas por sus apariencias, cuánto de lugar común y formulismo hay en nuestras relaciones, cuánta responsabilidad llevamos en el fracaso de éstas, ofuscados por “lo aprendido”, “lo aceptable” o “lo cómodo”… La escasez de acontecimientos sólo esconde, a la vista directa, la capa subterránea de maldad, el avasallamiento de la crueldad; que está, parece decirnos Barker, tanto en lo que hacemos como en lo que dejamos de hacer.
El gran problema ético y estético que se encuentra en la cita de Goya (“No se puede mirar. Yo lo vi. Esto es lo verdadero.”) habla de la difusa línea divisoria aplicable a la representación de lo atroz, lo horrible o lo cruel; pero, del layer del arte, la autora nos conduce a otro nivel, a la siempre injustificada irrupción de la violencia en nuestras vidas, a la forma en que ésta borra de un plumazo lo que creíamos cierto y mancha en adelante las experiencias. Con un pulso narrativo firme y ágil, sin abusar del suspense innecesario o del golpe de efecto, sucede que, a ratos, la acción se recarga de una discursividad que hace escaso favor al avance, los razonamientos de cada personaje ralentizando la narración. Es así que los bordes entre las situaciones dispuestas y las tesis que nos quieren transmitir se difuminan. Junto al gran sustantivo, los pequeños detalles, y el contraste produce una sensación anómala. Pero aquí, otra vez, las apariencias poniéndose a la altura de lo real, y jugosos momentos de clímax y anticlímax para aplacar las iras. El lector vivirá en un perpetuo desplazamiento “moral”, pero en especial sufrirá esa confusión respecto al personaje de Peter Wingrave, un misterioso exconvicto del que nadie parece saberlo todo: de él se espera, por principio, que gatille cierta acción. Sin embargo, todo está en suspenso, y la media docena de brillantes secundarios nos llevan a lomos de la incertidumbre y el desamparo. En La doble mirada hay que mirar, ciertamente, dos veces, para obtener una impresión menos engañosa, aunque nunca verdadera.
//Esta reseña no fue publicada previamente. Una versión breve aquí. //
jueves, 19 de abril de 2007
La doble mirada (reseña)
“La doble mirada”
Pat Barker
Salamandra
“La doble mirada” parece pertenecer a ese tipo de narrativa amable, construida sobre una sencilla anécdota, agradable ambiente no urbano y personajes sensibles e inteligentes; complejos, pero no raros. Narrativa que sirve al lector como vía de escape, pero en la que no deja de reconocerse. La autora de “Línea difusa” pone en bandeja algo de apariencia “light”, para colar por debajo mucho más. Afortunadamente.
Kate es una escultora que debe sobreponerse a la pérdida de su marido; se recupera de un accidente automovilístico mientras acomete la creación de un Cristo desnudo y majestuoso. Stephen, corresponsal en el extranjero, abandona los escenarios de guerra a la vez que su matrimonio lo abandona a él. Hasta la campiña de los alrededores de Newcastle lo persiguen los fantasmas de víctimas a las que ha visto morir en todas partes del mundo. Busca un reencuentro con la realidad, pero choca contra los prejuicios. El verdadero envés de la novela es la hegemonía de la representación como sustituto de lo real. Entre Stephen y Kate, media docena de personajes, portadores de dramas como la posibilidad de reinserción de un delincuente, la pérdida de la fe, los dilemas morales de la experimentación con embriones o la lucha diaria que supone acarrear ternura-oxígeno a un matrimonio. Entre ambos, también, Ben, el marido muerto, encarnando en su absurda caída la catastrófica irrupción de la violencia que lo altera todo, en un solo segundo.
jueves, 12 de abril de 2007
La menor distancia entre dos puntos
Los textos de Gonçalo M. Tavares son complejos. A pesar de sus discretas longitudes y la asistencia de dibujitos, las ideas se apelotonan en su interior. Pertenece a esa especie de escritor que aún confía en la literatura para percibir (que no explicar) el mundo y busca cimentar en sólida filosofía lo que el lenguaje investiga por su cuenta. Sin una pizca de arrogancia y con la lógica por montera.
Gonçalo M. Tavares, por su actitud humilde y colaboradora, parece un recién llegado. Nada más lejos de la realidad. En Portugal, tiene cerca de veinte títulos publicados. Traducciones en Brasil, Suiza, Francia, Italia, India, Polonia… Mondadori trae dos de sus libros y planea más. Por un lado, ‘El señor Valéry’, breves relatos protagonizados por un formalísimo personaje-símbolo, basado lejanamente en el poeta francés. En su español trufado de palabras propias, nos explica: “Es, a mi modo de ver, un personaje con nombre de escritor, que toma prestados algunos rasgos del personaje real, sólo como idea. No se trata de una recreación, sino de una construcción de lector”. Valéry forma parte de “el Barrio”: “El plano total del barrio abarca muchos más personajes y no sólo escritores, hacerlos todos me va a llevar toda la vida”.
Tiene novelas, ensayo y poesía, tiene el premio Ler Millenium (2004) y el José Saramago (2005). Dado que cuenta treinta y siete años, su producción es digna de envidiar. “No soy tan prolífico. Es mi manera de trabajar, ceñirme a una disciplina estricta, porque en caso contrario, mi mente va saltando de un proyecto a otro. Lo cierto es que, desde los veinte a los treinta, me concentré en formarme y prácticamente todo lo que hice fue leer y escribir, leer y escribir”(y lo repite, recreándose en la pronunciación, como si “leer” y “escribir” fuesen sabores de un misterioso helado).
El señor Brecht, el señor Henri, el señor Juarroz, la señora Wolf… “El Barrio es una forma lúdica de acercarme a los autores, a mi modo de leer a estos autores”. Independientes unos de otros, en cada libro el estilo fundamenta al personaje. El señor Valéry frecuenta la lógica de una forma maniática: “He querido remarcar esa característica del poeta Valéry. En el personaje, la utilización del razonamiento y de la lógica lleva al extremo de generar situaciones propias del absurdo”. La inhabilidad para relacionarse con el mundo es directamente proporcional a la perfección formal de su pensamiento, con la consecuencia de una cada vez más honda soledad –y de un agrio humor. ¿Una alegoría del sino de escritor? “Sí, en lo esencial, es un solitario. En el barrio, los personajes tienen muy poco contacto. El señor Calvino ve, al fondo, una sola vez, al señor Henri. Es un poco lo que pasa con los escritores”.
El señor que piensa mucho
Por otro lado, la novela ‘Un hombre: Klaus Klump’sí posee una filiación con la realidad, y ésta es irremisiblemente pardusca. “En esta novela (y quedará más claro cuando salgan las siguientes) intento mostrar cómo el mal aparece por el borde. Es más duro, violento. Las novelas son respuestas de alguien que está observando el mundo”. La palabra “respuesta”, que yo retomo inocentemente para preguntarle “¿Es esa la función del escritor? ¿Entregar luz sobre la realidad?” le hace saltar del sillón, ponerse firme: “Luz sí, pero no una luz inequívoca. El escritor no tiene que presentar respuestas; las respuestas las presentan los dictadores. Pretendo introducir problemas y puntos de vista de esos problemas. El escritor tiene dos responsabilidades: una frente a la literatura y una frente al mundo. Si el escritor asume tener sólo la responsabilidad ante el mundo, probablemente también dejará de ser escritor. Porque un escritor tiene que responder a la literatura. El compromiso tiene que ser con la vida, con el mundo que acontece, y también con la literatura; mas no como el periodista, no es su misión responder a lo que está aconteciendo en este momento; el escritor debe comprender lo que está por detrás del presente”.
Como su personaje Valéry, piensa mucho, escribe poco. Hace recordar a Antonio Porchia, quien decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras. Sin llegar a tal extremo, Tavares declara: “Me planteo que la prosa sea geométrica; persigo la mejor frase, la que guarda menor distancia entre dos puntos: exactamente igual que una recta. La forma más depurada para decir algo siempre será la mejor forma”.
miércoles, 11 de abril de 2007
Un hombre: Klaus Klump (reseña)
Reseña publicada en Clone, enero-febrero 2007.
Un hombre: Klaus Klump
Gonçalo M. Tavares
Mondadori
Qué le sucede a un hombre fuerte en un contexto de guerra. El portugués Gonçalo M. Tavares –autor aún por descubrir aquí- se propuso esta cuestión como fondo en la primera novela que le han traducido al español (lleva cuatro años publicando sin pausa en su país). Este libro debe, por tanto, tomarse como aperitivo, como una degustación (breve e intensa) de lo que está por llegar. Con “Un hombre: Klaus Klump” (perteneciente al ciclo llamado de “novelas negras”) el autor investiga en la materia ausente de la naturaleza, en la violencia que produce la guerra sobre los hombres, en la forma maleable de las conciencias y el tejido social. La lectura de esta novela es de una intensidad no apta para cómodos. Hay algo de destilado en esta prosa, una cualidad de decantación que la hace espesa y consistente, y mucho más compleja de lo que podría uno esperarse. Se trata de una literatura –alta, por las miras, por la ambición - que apuesta por concentrarse en las cosas, por usar lo material del mundo (perros, ruidos, olores, manos, pelos, llagas, cuchillos y balas), al tiempo que fomenta el pensamiento. Con una cualidad analítica propia de la filosofía, con fervorosa confianza en la palabra, pero al mismo tiempo, desde la humildad, evitando como la peste entregar respuestas cerradas, Tavares se sitúa en la mejor tradición europea que hace hermanas a la narrativa y la ética. Pocos se atreven hoy por hoy a abrir con el bisturí del lenguaje la sustancia moral de los tiempos y de los hombres.
viernes, 6 de abril de 2007
La fantasía es hispanoamericana
El cuento fantástico en Hispanoamérica es un área muy fecunda y poco publicada.
Varios Autores
Penumbra. Antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX. Edición y prólogo de Lola López Martín
Lengua de Trapo
El crisol de nacionalidades que es América Latina ha dado de sí historias literarias dispares, aunque, a simple vuelo de pájaro, puede encontrarse en la fantasía un fecundo denominador común. Se identifica “literaturas hispanoamericanas” con una forma peculiar de lo fantástico y, por ende, con cuento, como vehículo perfecto para las colisiones entre planos de la realidad. Para, también, expandir el ámbito de lo que se puede contar. Obviamente, lo fantástico es un subconjunto de la literatura, pero hoy por hoy no podría entenderse la segunda sin lo primero. De esto, bien puede culparse a los románticos. Al haber empujado siempre hacia fuera, más y más lejos, los extremos de lo posible literario, hicieron que la literatura se tiñera para siempre de motivos físicamente/naturalmente bastardos. Este abrazo de lo natural con lo a-natural se fijó en el núcleo de las literaturas americanas, durante todo el siglo XX; y ese matrimonio (Hispanoamérica y fantasía) es iluminado en este libro: imprescindible para entender los antecedentes de los conejitos que vomitaba el protagonista de ‘Carta a una señorita en París’, entre otras muchas cosas. Entre los precursores, algunos presentes en todas las historias, como Rubén Darío o Leopoldo Lugones, y otros muchos obnubilados por el silencio de los legajos. Las otras, las grandes figuras que acuden a la mente, han hecho que la literatura hispanoamericana sea considerada (un conjunto de literaturas nacionales) de las más importantes del siglo XX. Desde Cuba hasta Argentina, algo hubo a las espaldas de Cortázar y Arreola, un poso y un fermento, y está en este libro.
El cuento fantástico, en Hispanoamérica y en el XIX, no es sólo abundante, sino que cuenta con un carisma peculiar. Recibiendo los avances estilísticos, prácticamente coetáneos, de las literaturas anglosajonas y europeas, fue desenmascarando progresivamente su carácter propio, incorporando elementos, extractos de leyendas indígenas e intrahistoria difícil de transmitir por otros medios. Por suerte, aquí no se pretende uniformizar sino “apuntar” los caracteres más señalados de un rinconcito de la literatura de estos países: cómo se inmiscuyen, tímidamente al principio, cómo se abren paso los temas fantásticos, se va resquebrajando la dictadura del naturalismo y se dejan cultivar extrañas flores en aquellas zonas a las que presta atención la literatura. Lo prodigioso está en todas partes, pero el proceso pasmoso es vislumbrar cómo sus creadores toman una suerte de conciencia nacional, un acuse de la propia identidad y lo vierten en sus literaturas. Somos testigos de cómo estas realidades/nacionalidades se van acostumbrando a ellas mismas, y es cuando dejan entrar en sus formulaciones elementos “anómalos”: la prologuista llama a esto “el umbral de la cultura”.
Como el trabajo que hizo Italo Calvino con los cuentos fantásticos, esta antología ilumina un sector primo-hermano, y se revela una de esas maravillas sin las que no sabíamos que no podíamos vivir; el mérito está en el trabajo de Lola López Martín, editora, que ha sabido sacar de su tesis doctoral un minucioso trabajo de rescate y selección. Cuento a cuento, autor por autor, presenta el material sin perder nunca de vista su idiosincrasia, aportando detalles que nos permiten entender los contextos de cada relato. Propone un recorrido del género que se va haciendo a sí mismo: desde la tímida aparición de los “fenómenos maravillosos” en los periódicos (el microrrelato ‘Raro ejemplo de un sonámbulo’, anónimo, es revelador, por cuanto su autor no sintió suficiente respaldo crítico para firmarlo con su nombre) a la apropiación de temas como la fuerza seductora y terrible de
//Esta reseña no ha sido publicada previamente. Una versión breve aquí.//
martes, 3 de abril de 2007
Penumbra (reseña)
“Penumbra. Antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX”
Varios Autores
Lola López Martín, edición y prólogo
Lengua de Trapo
Quedan verdaderamente pocas áreas de la literatura universal donde el marketing editorial no haya metido las zarpas, y por eso este “rescatado” es verdaderamente un acierto. Si la literatura fantástica nos ha llegado dictada por los góticos de procedencia anglosajona y alguna, escasa, avanzadilla francesa, en el siglo XX la mayor revolución fantasioso-maravillosa es la protagonizada por los hispanoamericanos, qué duda cabe. Aquí no están los conocidos, sino sus predecesores. En este libro hay una puerta, un aleph que invita a penetrar en un fantástico mundo de referencias, aquellas que nos faltaban para acceder por completo a los hallazgos imaginarios de Arreola, Borges, Lispector o Cortázar. La recopilación, producida con el mayor cuidado crítico, contiene relatos extraídos de todas las literaturas nacionales de cierto peso, desde Cuba hasta Argentina, y a través de todo el XIX: espiritismo, amores más allá de la muerte, hipnosis, cábala, fenómenos inexplicables, la naturaleza animada, döppelganger y automatismo, brujería... En el siglo del positivismo, se impone la mirada curiosa, maravillada, de autores como Rubén Darío, Eduardo Blanco, Leopoldo Lugones o Juana Manuela Gorriti. La sucesión impuesta, atenta a la cronología, y las copiosas explicaciones de la editora, ponen en evidencia cómo la fantasía se introduce en los temarios, primero tímida, al poco arrolladora, y siempre con un carácter único, genuino y pintoresco, inencontrable en ninguna otra tradición fantástica.
lunes, 2 de abril de 2007
Curriculum improvisado
Mi (nada) humilde testimonio. Llevo en esto (programas de radio, revistas musicales, fanzines, blogs, entrevistas, cubrir conciertos, fotografiar músicos, y no cobrar na más que las gracias) desde que tenía dieciséis años (hace otros dieciséis, por cierto). Nunca, nunca, nunca, he sentido que se me "contratara" por ser mujer, o se me dejara de contratar por esa razón. Al igual que mi hermana que tenía un grupo de indiepop, como tú lo llamas. Quisimos hacer e hicimos. No creo que haya luchado más que... por ejemplo... (ponga usted aquí el nombre de su crítico musical favorito), para publicar en revistas. Afortunadamente. Nadie nos puso un pie en la nuca para guardarnos nuestra opinión. Algunos nos verían como bichos raros, pero tuvieron la decencia de no comunicárnoslo. Eso sí, paciencia, la de una santa, porque querer hacer crítica musical es renunciar a que te paguen por ello: ya tienes el disco promocional y date con un canto en los dientes. Por cierto: la primera revista que me abrió su redacción fue la mentada Ruta 66. Moraleja: dejemos de quejarnos y hagamos.