viernes, 6 de abril de 2007

La fantasía es hispanoamericana

El cuento fantástico en Hispanoamérica es un área muy fecunda y poco publicada.

Varios Autores
Penumbra. Antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX. Edición y prólogo de Lola López Martín
Lengua de Trapo

El crisol de nacionalidades que es América Latina ha dado de sí historias literarias dispares, aunque, a simple vuelo de pájaro, puede encontrarse en la fantasía un fecundo denominador común. Se identifica “literaturas hispanoamericanas” con una forma peculiar de lo fantástico y, por ende, con cuento, como vehículo perfecto para las colisiones entre planos de la realidad. Para, también, expandir el ámbito de lo que se puede contar. Obviamente, lo fantástico es un subconjunto de la literatura, pero hoy por hoy no podría entenderse la segunda sin lo primero. De esto, bien puede culparse a los románticos. Al haber empujado siempre hacia fuera, más y más lejos, los extremos de lo posible literario, hicieron que la literatura se tiñera para siempre de motivos físicamente/naturalmente bastardos. Este abrazo de lo natural con lo a-natural se fijó en el núcleo de las literaturas americanas, durante todo el siglo XX; y ese matrimonio (Hispanoamérica y fantasía) es iluminado en este libro: imprescindible para entender los antecedentes de los conejitos que vomitaba el protagonista de ‘Carta a una señorita en París’, entre otras muchas cosas. Entre los precursores, algunos presentes en todas las historias, como Rubén Darío o Leopoldo Lugones, y otros muchos obnubilados por el silencio de los legajos. Las otras, las grandes figuras que acuden a la mente, han hecho que la literatura hispanoamericana sea considerada (un conjunto de literaturas nacionales) de las más importantes del siglo XX. Desde Cuba hasta Argentina, algo hubo a las espaldas de Cortázar y Arreola, un poso y un fermento, y está en este libro.

El cuento fantástico, en Hispanoamérica y en el XIX, no es sólo abundante, sino que cuenta con un carisma peculiar. Recibiendo los avances estilísticos, prácticamente coetáneos, de las literaturas anglosajonas y europeas, fue desenmascarando progresivamente su carácter propio, incorporando elementos, extractos de leyendas indígenas e intrahistoria difícil de transmitir por otros medios. Por suerte, aquí no se pretende uniformizar sino “apuntar” los caracteres más señalados de un rinconcito de la literatura de estos países: cómo se inmiscuyen, tímidamente al principio, cómo se abren paso los temas fantásticos, se va resquebrajando la dictadura del naturalismo y se dejan cultivar extrañas flores en aquellas zonas a las que presta atención la literatura. Lo prodigioso está en todas partes, pero el proceso pasmoso es vislumbrar cómo sus creadores toman una suerte de conciencia nacional, un acuse de la propia identidad y lo vierten en sus literaturas. Somos testigos de cómo estas realidades/nacionalidades se van acostumbrando a ellas mismas, y es cuando dejan entrar en sus formulaciones elementos “anómalos”: la prologuista llama a esto “el umbral de la cultura”.

Como el trabajo que hizo Italo Calvino con los cuentos fantásticos, esta antología ilumina un sector primo-hermano, y se revela una de esas maravillas sin las que no sabíamos que no podíamos vivir; el mérito está en el trabajo de Lola López Martín, editora, que ha sabido sacar de su tesis doctoral un minucioso trabajo de rescate y selección. Cuento a cuento, autor por autor, presenta el material sin perder nunca de vista su idiosincrasia, aportando detalles que nos permiten entender los contextos de cada relato. Propone un recorrido del género que se va haciendo a sí mismo: desde la tímida aparición de los “fenómenos maravillosos” en los periódicos (el microrrelato ‘Raro ejemplo de un sonámbulo’, anónimo, es revelador, por cuanto su autor no sintió suficiente respaldo crítico para firmarlo con su nombre) a la apropiación de temas como la fuerza seductora y terrible de la Naturaleza (en ‘El puente de Icononzo’ de José María Ángel Gaitán o en su versión más bucólica, ‘Marina’ de Justo Sierra); lo diabólico asomando en ‘El número 111’ (Eduardo Blanco), el amor como energía capaz de transgredir lo real (‘La novia del muerto’ de Juana Manuela Gorriti o ‘La Granja Blanca’, Clemente Palma), brujería con sabor autóctono (‘La loba’, Francisco Gavidia). El muestrario es jugoso. Sorprende especialmente el tratamiento europeísta (sin dejar de ser argentino) a la prematura propagación de la tecnología (como en distopías mucho más recientes, ésta se vuelve en contra del hombre): en ‘Horacio Kalibang’, de Eduardo Ladislao Holmberg; y la línea argumental de “los monstruos de la razón” goyescos, que recorre quizá el más sorprendente de los cuentos: ‘Yzur’, de Leopoldo Lugones. El desierto crítico al respecto de esta literatura era tan vasto que toda agua, léase edición primorosa, es bienvenida.

//Esta reseña no ha sido publicada previamente. Una versión breve aquí.//

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