Los textos de Gonçalo M. Tavares son complejos. A pesar de sus discretas longitudes y la asistencia de dibujitos, las ideas se apelotonan en su interior. Pertenece a esa especie de escritor que aún confía en la literatura para percibir (que no explicar) el mundo y busca cimentar en sólida filosofía lo que el lenguaje investiga por su cuenta. Sin una pizca de arrogancia y con la lógica por montera.
Gonçalo M. Tavares, por su actitud humilde y colaboradora, parece un recién llegado. Nada más lejos de la realidad. En Portugal, tiene cerca de veinte títulos publicados. Traducciones en Brasil, Suiza, Francia, Italia, India, Polonia… Mondadori trae dos de sus libros y planea más. Por un lado, ‘El señor Valéry’, breves relatos protagonizados por un formalísimo personaje-símbolo, basado lejanamente en el poeta francés. En su español trufado de palabras propias, nos explica: “Es, a mi modo de ver, un personaje con nombre de escritor, que toma prestados algunos rasgos del personaje real, sólo como idea. No se trata de una recreación, sino de una construcción de lector”. Valéry forma parte de “el Barrio”: “El plano total del barrio abarca muchos más personajes y no sólo escritores, hacerlos todos me va a llevar toda la vida”.
Tiene novelas, ensayo y poesía, tiene el premio Ler Millenium (2004) y el José Saramago (2005). Dado que cuenta treinta y siete años, su producción es digna de envidiar. “No soy tan prolífico. Es mi manera de trabajar, ceñirme a una disciplina estricta, porque en caso contrario, mi mente va saltando de un proyecto a otro. Lo cierto es que, desde los veinte a los treinta, me concentré en formarme y prácticamente todo lo que hice fue leer y escribir, leer y escribir”(y lo repite, recreándose en la pronunciación, como si “leer” y “escribir” fuesen sabores de un misterioso helado).
El señor Brecht, el señor Henri, el señor Juarroz, la señora Wolf… “El Barrio es una forma lúdica de acercarme a los autores, a mi modo de leer a estos autores”. Independientes unos de otros, en cada libro el estilo fundamenta al personaje. El señor Valéry frecuenta la lógica de una forma maniática: “He querido remarcar esa característica del poeta Valéry. En el personaje, la utilización del razonamiento y de la lógica lleva al extremo de generar situaciones propias del absurdo”. La inhabilidad para relacionarse con el mundo es directamente proporcional a la perfección formal de su pensamiento, con la consecuencia de una cada vez más honda soledad –y de un agrio humor. ¿Una alegoría del sino de escritor? “Sí, en lo esencial, es un solitario. En el barrio, los personajes tienen muy poco contacto. El señor Calvino ve, al fondo, una sola vez, al señor Henri. Es un poco lo que pasa con los escritores”.
El señor que piensa mucho
Por otro lado, la novela ‘Un hombre: Klaus Klump’sí posee una filiación con la realidad, y ésta es irremisiblemente pardusca. “En esta novela (y quedará más claro cuando salgan las siguientes) intento mostrar cómo el mal aparece por el borde. Es más duro, violento. Las novelas son respuestas de alguien que está observando el mundo”. La palabra “respuesta”, que yo retomo inocentemente para preguntarle “¿Es esa la función del escritor? ¿Entregar luz sobre la realidad?” le hace saltar del sillón, ponerse firme: “Luz sí, pero no una luz inequívoca. El escritor no tiene que presentar respuestas; las respuestas las presentan los dictadores. Pretendo introducir problemas y puntos de vista de esos problemas. El escritor tiene dos responsabilidades: una frente a la literatura y una frente al mundo. Si el escritor asume tener sólo la responsabilidad ante el mundo, probablemente también dejará de ser escritor. Porque un escritor tiene que responder a la literatura. El compromiso tiene que ser con la vida, con el mundo que acontece, y también con la literatura; mas no como el periodista, no es su misión responder a lo que está aconteciendo en este momento; el escritor debe comprender lo que está por detrás del presente”.
Como su personaje Valéry, piensa mucho, escribe poco. Hace recordar a Antonio Porchia, quien decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras. Sin llegar a tal extremo, Tavares declara: “Me planteo que la prosa sea geométrica; persigo la mejor frase, la que guarda menor distancia entre dos puntos: exactamente igual que una recta. La forma más depurada para decir algo siempre será la mejor forma”.
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