martes, 29 de mayo de 2007
El milagro
Clarice Lispector en "Cuerpo y alma" (texto incluído en Para no olvidar, Siruela, 2007) holgazanea describiendo una palabra (ese loop imposible), "milagro", en distintos idiomas. Mi fragmento preferido: "The miracle tiene puntas duras de estrella y mucha plata espinosa. Para pasar de palabra a su sentido se destruye en añicos, así como los fuegos artificiales son opacos hasta ser fulgor en el aire de su propia muerte".
No puedo evitar sentir la punzada. Esa forma de poner en el mismo sintagma formas sensibles y abstracciones pseudofilosóficas me suena.
viernes, 25 de mayo de 2007
A lo que yo llamo trabajo
Cuando dejé de "trabajar" para quedarme a cuidar de mis hijas, hube de redefinir -a efectos personales, espirituales o psicológicos- lo que yo llamo trabajo. Una redefinición lenta, trabajosa y no siempre obvia. Escribir es lo que he hecho siempre. Aunque jamás he podido plantearme dedicarme a ello. Ganar por ello. Entonces, ¿escribes o no? ¿Eres escritora? Cómo mola.
Documentándome para el artículo de Alejandra Pizarnik (recientemente publicado en Qué Leer), encontré esa maravillosa cita que he añadido a mi perfil. Alejandra renunció, con asco de esteta, a trabajar para otros (y sólo lo hizo cuando no tuvo más remedio). Su trabajo fue siempre su obra. No tenía horario, no tenía editor, ni tenía contrato, ni tenía prisa, ni tenía máquina de escribir. Sólo el impulso clarividente. Esa clarividencia me queda lejos.
Pero yo tenía un bebé y una niña. Quería escribir y no encontraba las horas. Quería publicar y trataba de diseñar artículos a mis editores. Estaba a cargo de este buque de forma práctica, pero lo práctico es lo último que me llena la cabeza. Definí, bosquejé más bien, una serie de proyectos, con títulos muy sonoros. Mientras me equilibraba hormonalmente, mientras luchaba con un bebé insaciable, mientras me acostumbraba a no ganar dinero... buscaba mi propia definición de trabajo, mi propia rutina, mi horario laboral, mi espacio.
Empecé a utilizar, extensivamente, las mañanas, cuando el silencio se conseguía más fácilmente entre estas paredes. Puse un corcho junto al escritorio y fue poblado de recortes (amén de dibujos de mi hija). Nunca pude obviar -aún no puedo, no creo que nunca pueda- la necesidad de ver mis cosas publicadas y ganar dinero. A pesar de todos los menoscabos, no se ha dado mal. Pero escribir, escribo a todas horas. He intentado hacer evolucionar esos proyectos, a los que quería prestar la misma atención, al mismo tiempo, y deberé aprender en un futuro próximo a poner en fila. ¿Trabajas? Pues no, la verdad, pero trabajo más que nunca en mi vida.
martes, 22 de mayo de 2007
Belleza americana
Kristin Hersh es una estrella. Despide una intensa luz genuinamente americana, hecha de alma oscura e historias agridulces. Escribe e interpreta. Hace aquello que sabe hacer. Siete discos en solitario y una decena a lomos de grupos. En la música desde los catorce. Hoy tiene cuarenta y su nombre forma parte de uno de los capítulos más memorables del indie-rock. Ha pasado por todos los estados de la lucha, hasta afianzarse en el firmamento. Ella puede enseñarte a cantar como una estrella.
¿Alguien duda hoy día de que Throwing Muses fueron tan importantes como los Pixies? Banda aparte en el indie, de fuerte personalidad, el grupo escribió un capítulo fundamental al hermanar new wave y punk con el country-folk y al tener, todo sea dicho, a dos mujeres al frente, cuando eso era todavía curiosidad de museo. Tanya Donelly y Kristin Hersh destaparon sucesivas cajas de Pandora desde 1983 hasta que, en 1991, tras ‘The Real Ramona’, se separaron. Kristin se aferró al grupo mientras fue humanamente posible, secundada por el fiel David Narcizo. Throwing Muses era para ella, hasta entonces, su vida. Bajo su manto se hizo adulta, sufrió decepciones, se recolectó de nuevo.
Pero hubo de disolver la banda, aduciendo que ya no podía perder más dinero. Toda pasión tiene un precio. Tiempo antes, y sin creérselo, había hecho su debut en solitario: ‘Sé que llevo veinte años haciendo discos, pero mi carrera solista me fue impuesta, nunca me la plantée realmente. Hice unas canciones para mi marido y él las envió a Warner Brothers: eso es mi primer disco. Entonces pensé “¡¡no!!”. He estado siempre escondida detrás de Throwing Muses, yo sería chica-en-una-banda para siempre; y, de pronto, ponen mi nombre en un disco.’
Así sucedió ‘Hips and Makers’ (Sire/4AD, 1994), disco largamente celebrado que vendió más que cualquiera de los álbumes de su banda. Desde entonces, a veces abrazó sonidos de apariencia llena o luminosa (‘Sky Motel’, 1999), otras desnudaba su guitarra en ambientes fantasmales (‘The Grotto’, 2003). Pero es ahora, en ‘Learn to Sing Like a Star’ (Yep Roc, 2007), donde se la oye pisar todo lo fuerte que se puede con una Collings. ‘He tenido que aprender a sentirme afortunada, en lugar de estar con el corazón roto por Throwing Muses. He debido darme cuenta de que éste es mi trabajo y dejarme de pamplinas. Ahora mismo lo que hago involucra a cinco personas en el escenario y eso es maravilloso. Realmente soy muy tímida, no tengo el gen del “artista”, del “espectáculo”. Me siento muy afortunada, porque me dejan fingirlo y hacer mi trabajo’.
Y ahora una protesta: basta ya con el discurso de “mira, es una mami rockera”. Como la mitad (estadísticamente y sin comprobación alguna) de sus pares hombres, tiene familia a la que atender y facturas que pagar. Pero es cómodo no recordar eso cuando se repasan las carreras de Michael Stipe, Bob Mould o Andrew Bird -músicos que la han acompañado alguna vez. Es su “curro”, así lo llama ella, pero también: ‘Es droga. Lo he intentado dejar, sí, porque soy madre y no debería estar haciendo esto. Pero ni siquiera puedo vivir sin escuchar a otros haciéndolo. Cuando parece que estoy cansada… no, no… estoy a la espera de ese subidón, una y otra vez. Es como una terrible misión, y sé que esta vida me llega a enfermar... Soy muy feliz cuando veo a Vic Chesnutt o Howe Gelb haciéndolo, y sé que siguen adelante, son mis mejores amigos, así que también yo puedo’.
//Artículo aparecido en la revista Clone -número 26 mayo-junio 2007 //miércoles, 16 de mayo de 2007
Mi madre, mi mentor y yo (reseña)
Mi madre, mi mentor y yo
Paul Collins
Gamuza Azul
Unos pocos recordarán a The Nerves y The Beat, epígonos del power-pop de cierto calado, pero rara vez en listas nostálgicas. Más tarde, una carrera en solitario con más desapariciones que el río Guadiana… ¿Qué éxito ha alcanzado Paul Collins para imaginar que nos interesa su autobiografía? Precisamente, es su cualidad de “eterno aspirante”, de “casi famoso”, la que aporta a este pequeño libro un carisma único y un distintivo válido. Paul Collins, al borde de la cincuentena, cambia la guitarra por el bolígrafo y se enfrenta a sus recuerdos. No siendo escritor, se divierte haciéndose pasar por uno, pero nos recuerda constantemente que no debemos tomarle demasiado en serio –se permite interrumpir la narración, inopinadamente, para prepararse un plato de macarrones con queso, y tan pancho. Sin ortodoxia, sin pretensiones y con agallas, nos entrega el relato de una vida de “casis” y “quizases” permanentes. Persiguiendo su temprano sueño de convertirse en una “rock star”, le vemos “intentarlo”, retornar al punto de partida, lidiar con crisis creativas, hundirse en la desesperación, cometer errores monstruosos, desmontar el chiringuito y volver a empezar (hoy por hoy, viviendo en Madrid). El sueño americano siempre esquivo y él, roto, recompuesto, recosido. La lectura de estas “memorias” ofrece la sensación de estar espiando en una confesión muy profunda, y puede adivinarse la fuerza terapéutica para el autor, que se esfuerza en rescatar episodios que, muchos de ellos, deben de producir dolor o vergüenza. La urgente y atropellada narración comienza en su infancia, con su familia en Camboya y luego Grecia, y recorre sus años de aprendizaje, prematura adultez, las primeras y desastrosas aventuras musicales, la caricia del éxito que se hace esperar ad infinitum... Se atiene a dos recursos tan tramposos como efectivos: las vigilantes figuras de la madre y el mentor, que interrumpen el monólogo astutamente para marcar (o destrozar) el ritmo; y la insistencia, casi paródica, en ocultar nombres propios y datos, con el fin de evitar una supuesta demanda judicial. Al mismo tiempo que Collins batalla con la materia que conforma su vida, en busca de alguna certeza, te ríes, sufres y maldices la cualidad tóxica de estos recuerdos. Algunos se llevarán su verdadera historia a la tumba, pero Collins se ha sacudido la desgracia, el olvido y la pereza, y se lo agradecemos. Para leer, eso sí, en una sola noche, a ser posible enlazando uno con otro sus urgentes discos nuevaoleros.
Los músicos, los libros y yo
Hace algo más de un año (abril 2006), publiqué en Qué Leer un artículo acerca de músicos (rockeros) que habían sido tentados por la escritura (el texto ya no está disponible en la web, al parecer). Entre los géneros que tocan los músicos, la autobiografía es uno de los más apetitosos si, al relato de formación del artista, se suma un poco de aventura, mitología rockera y buena tensión del pulso narrativo.
Eso, y mucho psicoanálisis de mesa camilla, es lo que hay en Mi madre, mi mentor y yo, de Paul Collins, editado en Gamuza Azul.
martes, 15 de mayo de 2007
Fnk con un solo pie
viernes, 11 de mayo de 2007
Un producto (colombiano) de nuestros tiempos
A ritmo tropical, una novela de visos punk que busca romper con los tópicos.
Antonio García Ángel
Recursos Humanos
Lengua de Trapo
Cómo construir una novela colombiana sin acudir a los tópicos: ni los de la geografía humana ni los de la literatura. García Ángel conoce perfectamente la tradición sobre la que se asienta, pero la pone a un lado. Si no la capitanea, al menos aporta un atisbo de renovación en la narrativa de su país. Para esta segunda novela ha contado con el mecenazgo de
La voz narrativa de Antonio García Ángel no es muy singular; pero hay un ejercicio serio y profundo de interiorización para novelar esta peripecia: la de un hombre de mediana edad en un puesto de mediana importancia atrapado en una vida completamente mediana. El resultado es, cuando menos, digno. Y también muy, muy divertido. ¿Por qué importa aquí el humor? Porque la peripecia no carece de visos trágicos, pero el autor ha preferido que empaticemos con un tipo despreciable a base de ponerlo en situaciones cotidianas y extremas a un tiempo: nadie podrá odiar a cabalidad a este personaje, puesto que por más ruindad que despliegue, se nos recuerda constantemente que no es más ruín que cualquiera de nosotros, a diario, intentando sobrevivir en la jungla humana. Ricardo Osorio, como otros muchos empleadillos de ficción, es un jefe infame y grosero, apegado como lapa a la cuota de poder que le toca, rastrero con sus superiores y ordinario con todos los demás. Pero, además, la novela ofrece su dimensión familiar y sentimental: un matrimonio de monótona caída en picado y un affaire loco que lo solivianta. Pero, cuando las situaciones le son adversas, el jefe revela una mano izquierda insólita, una capacidad de imaginación que lo hace cercano y hasta un punto simpático. Es imposible odiarlo como se odiaba a “Didi” de Bella del Señor, ni transmite la desazón que produce el protagonista de Memorias del subsuelo. Ok, su ámbito no es
Haciéndole la réplica, el otro protagonista es “
miércoles, 9 de mayo de 2007
Prosa como un chacal
Alejandra Pizarnik y su autoconciencia. En Prosa Completa, acerca de Henri Michaux:
“Palabras, palabras que vienen a explicar, a comentar; a revocar, a que sea justificable, razonable, real, prosa como un chacal. Es preciso que jamás olvide: yo me asfixiaba. Yo reventaba entre las palabras.”
martes, 8 de mayo de 2007
Porchia y las palabras
“Él decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras, y se espantaba ante la mole de libros que le llegaban por día, enviados por amigos desconocidos. ‘Cuántas palabras’, se lamentaba. Escribía muy poco, cuatro o cinco frases por año. Pero trabajaba cada una con un rigor no solamente interior sino también de artífice del lenguaje. Era maniático por las comas, porque una coma resultaba fundamental para marcar matices de su pensamiento. Solamente lo he visto furioso por eso: por una coma equivocada en la imprenta”. El artículo en que aparece esto no tiene desperdicio.
lunes, 7 de mayo de 2007
Recursos Humanos (reseña)
“Recursos Humanos”
Antonio García Ángel
Lengua de Trapo
Una novela punk del trópico en ambiente oficinesco. Jugando a las reducciones, podríamos calificar así a la segunda novela del colombiano Antonio García Angel: “Recursos humanos” (desafortunado título, pardiez) es un ejercicio de humor salvaje y desencantado al mismo tiempo –no te esperes la carcajada gruesa sino más bien el hilillo de risa fina, mezclado con la sorpresa y el desconcierto permanente. Ángel parece conocer bien la ortodoxia, pero se decide por romper las reglas a menudo. No tiene reparos en echar mano de lo grotesco, y hacerlo de modo que se ajuste perfectamente a la materia. Centra ésta en un personaje, Ricardo Osorio, o el jefe medio que todos hemos conocido alguna vez, con un concepto propio del poder, la eficiencia y los buenos modales, que vive inmerso en un mal disimulado complejo de inferioridad y una caballuna “midlife crisis”. En una Bogotá de ladrillo y apartamentos que promueven el anonimato (pero que podría ser cualquier ciudad moderna), y en una Empresa que oculta, en su imposible geografía física y humana, metáforas para todo. Al contrario que otros ejercicios de análisis del poder (de ese mediocre poder de las jefaturas intermedias), García Ángel se reserva un rinconcito para la ternura: la bajeza y la mezquindad de su personaje, puestas en el relato de una despiadada forma, no nos permite, sin embargo, odiarlo. El autor se guarda siempre una baza, y nos hace ver que el jefecito no es ni más ni menos despreciable que cualquiera de nosotros.