“Él decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras, y se espantaba ante la mole de libros que le llegaban por día, enviados por amigos desconocidos. ‘Cuántas palabras’, se lamentaba. Escribía muy poco, cuatro o cinco frases por año. Pero trabajaba cada una con un rigor no solamente interior sino también de artífice del lenguaje. Era maniático por las comas, porque una coma resultaba fundamental para marcar matices de su pensamiento. Solamente lo he visto furioso por eso: por una coma equivocada en la imprenta”. El artículo en que aparece esto no tiene desperdicio.
Nos mudamos
Hace 11 años
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