A ritmo tropical, una novela de visos punk que busca romper con los tópicos.
Antonio García Ángel
Recursos Humanos
Lengua de Trapo
Cómo construir una novela colombiana sin acudir a los tópicos: ni los de la geografía humana ni los de la literatura. García Ángel conoce perfectamente la tradición sobre la que se asienta, pero la pone a un lado. Si no la capitanea, al menos aporta un atisbo de renovación en la narrativa de su país. Para esta segunda novela ha contado con el mecenazgo de la Iniciativa Artística Rolex para Mentores y Discípulos, una especie de apadrinamiento al tutelaje; Mario Vargas Llosa ha oficiado de mentor. Sin salirse de Bogotá, sin perder de vista la reciente literatura de su país, García Ángel habilita un nuevo espacio narrativo, que se alimenta de referentes con cierta universalidad -el ambiente laboral- y los adereza cuidadosamente, con mesura y vocación de ciudadanía del mundo, de sabor local. Esta novela se desentiende de lo que esperamos de una ficción colombiana, de la “realidad de telediario”, para contarnos una historia más de andar por casa; con un ojo puesto en la internacionalización y una temperada mezcla de recursos narrativos: el humor, el absurdo y lo grotesco, como ingredientes principales de un “naturalismo” pragmático y tan, tan contemporáneo.
La voz narrativa de Antonio García Ángel no es muy singular; pero hay un ejercicio serio y profundo de interiorización para novelar esta peripecia: la de un hombre de mediana edad en un puesto de mediana importancia atrapado en una vida completamente mediana. El resultado es, cuando menos, digno. Y también muy, muy divertido. ¿Por qué importa aquí el humor? Porque la peripecia no carece de visos trágicos, pero el autor ha preferido que empaticemos con un tipo despreciable a base de ponerlo en situaciones cotidianas y extremas a un tiempo: nadie podrá odiar a cabalidad a este personaje, puesto que por más ruindad que despliegue, se nos recuerda constantemente que no es más ruín que cualquiera de nosotros, a diario, intentando sobrevivir en la jungla humana. Ricardo Osorio, como otros muchos empleadillos de ficción, es un jefe infame y grosero, apegado como lapa a la cuota de poder que le toca, rastrero con sus superiores y ordinario con todos los demás. Pero, además, la novela ofrece su dimensión familiar y sentimental: un matrimonio de monótona caída en picado y un affaire loco que lo solivianta. Pero, cuando las situaciones le son adversas, el jefe revela una mano izquierda insólita, una capacidad de imaginación que lo hace cercano y hasta un punto simpático. Es imposible odiarlo como se odiaba a “Didi” de Bella del Señor, ni transmite la desazón que produce el protagonista de Memorias del subsuelo. Ok, su ámbito no es la Administración, sino una empresa familiar, que ostenta empleados por décadas y los olvida en los sótanos. Podemos tomarnos la licencia. Osorio, el inicuo jefe, siempre reflota en nuestra consideración. En una Bogotá de ladrillo y especulación inmobiliaria (sólo una vez aparece mencionada, de pasada, la violencia climática del país), este jefe no es más que un pobre tipo sobrepasado por las exigencias, que se viene a dar cuenta, tarde, de la mortal previsibilidad de su vida.
Haciéndole la réplica, el otro protagonista es “la Empresa” –la presencia es tan enorme como la de “la Administración” en las obras mencionadas. Un monstruo inabarcable, de geografía humana y física deliciosamente desquiciada, un escenario de casas, oficinas, plantas de producción, puentes, pasadizos y túneles que el protagonista cree dominar, pero que esconde mucho más. La Empresa, el gran hallazgo de esta novela, funciona como metáfora para la hostilidad que el mundo arroja sobre cada individuo, además de ser un generoso laberinto donde Teseo-Osorio, acorrala al Minotauro. Alberga también una gran camada de secundarios, retratados a pinceladas gruesas, caricaturescas, a los que no se les escamotea un viso de ternura. La iconoclastia de esta novela es, como las soluciones propuestas, tibia y pragmática. A pesar de sus recursos “de libro”, a ratos demasiado evidentes, Recursos humanos pelea en la consideración del lector por una nota elevada.
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