Kristin Hersh es una estrella. Despide una intensa luz genuinamente americana, hecha de alma oscura e historias agridulces. Escribe e interpreta. Hace aquello que sabe hacer. Siete discos en solitario y una decena a lomos de grupos. En la música desde los catorce. Hoy tiene cuarenta y su nombre forma parte de uno de los capítulos más memorables del indie-rock. Ha pasado por todos los estados de la lucha, hasta afianzarse en el firmamento. Ella puede enseñarte a cantar como una estrella.
¿Alguien duda hoy día de que Throwing Muses fueron tan importantes como los Pixies? Banda aparte en el indie, de fuerte personalidad, el grupo escribió un capítulo fundamental al hermanar new wave y punk con el country-folk y al tener, todo sea dicho, a dos mujeres al frente, cuando eso era todavía curiosidad de museo. Tanya Donelly y Kristin Hersh destaparon sucesivas cajas de Pandora desde 1983 hasta que, en 1991, tras ‘The Real Ramona’, se separaron. Kristin se aferró al grupo mientras fue humanamente posible, secundada por el fiel David Narcizo. Throwing Muses era para ella, hasta entonces, su vida. Bajo su manto se hizo adulta, sufrió decepciones, se recolectó de nuevo.
Pero hubo de disolver la banda, aduciendo que ya no podía perder más dinero. Toda pasión tiene un precio. Tiempo antes, y sin creérselo, había hecho su debut en solitario: ‘Sé que llevo veinte años haciendo discos, pero mi carrera solista me fue impuesta, nunca me la plantée realmente. Hice unas canciones para mi marido y él las envió a Warner Brothers: eso es mi primer disco. Entonces pensé “¡¡no!!”. He estado siempre escondida detrás de Throwing Muses, yo sería chica-en-una-banda para siempre; y, de pronto, ponen mi nombre en un disco.’
Así sucedió ‘Hips and Makers’ (Sire/4AD, 1994), disco largamente celebrado que vendió más que cualquiera de los álbumes de su banda. Desde entonces, a veces abrazó sonidos de apariencia llena o luminosa (‘Sky Motel’, 1999), otras desnudaba su guitarra en ambientes fantasmales (‘The Grotto’, 2003). Pero es ahora, en ‘Learn to Sing Like a Star’ (Yep Roc, 2007), donde se la oye pisar todo lo fuerte que se puede con una Collings. ‘He tenido que aprender a sentirme afortunada, en lugar de estar con el corazón roto por Throwing Muses. He debido darme cuenta de que éste es mi trabajo y dejarme de pamplinas. Ahora mismo lo que hago involucra a cinco personas en el escenario y eso es maravilloso. Realmente soy muy tímida, no tengo el gen del “artista”, del “espectáculo”. Me siento muy afortunada, porque me dejan fingirlo y hacer mi trabajo’.
Y ahora una protesta: basta ya con el discurso de “mira, es una mami rockera”. Como la mitad (estadísticamente y sin comprobación alguna) de sus pares hombres, tiene familia a la que atender y facturas que pagar. Pero es cómodo no recordar eso cuando se repasan las carreras de Michael Stipe, Bob Mould o Andrew Bird -músicos que la han acompañado alguna vez. Es su “curro”, así lo llama ella, pero también: ‘Es droga. Lo he intentado dejar, sí, porque soy madre y no debería estar haciendo esto. Pero ni siquiera puedo vivir sin escuchar a otros haciéndolo. Cuando parece que estoy cansada… no, no… estoy a la espera de ese subidón, una y otra vez. Es como una terrible misión, y sé que esta vida me llega a enfermar... Soy muy feliz cuando veo a Vic Chesnutt o Howe Gelb haciéndolo, y sé que siguen adelante, son mis mejores amigos, así que también yo puedo’.
//Artículo aparecido en la revista Clone -número 26 mayo-junio 2007 //
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