miércoles, 31 de diciembre de 2008

Leer, obsesiones, escribir, cerrar

Qué bien. Puedo cerrar aquí el año de lecturas. Y lo que voy a a hacer a continuación -no un asado, no una fondue, no un flan de tiernos brotes de apio, no más que lo que quiero hacer- es sentarme a seguir leyendo.

Fiel a mis obsesiones, elijo los libros que quisiera comentar bajo criterios poco fiables y muy discutibles. Si son libros de relatos, si son clásicos del siglo XIX (y un poco del XX), si son autoras, si son autores o autoras contemporáneas (tan contemporáneas como que ronden los treinta y pocos), si son libros de Stanislaw Lem, si son ensayos sobre las mentiras y la melancolía humanas... tendrán un sitio en mis lecturas. Fiel a mis despropósitos, cierro el año sin haber leído ni una sola de las obras que los tipos listos consideran "libros del año".

No me gusta hacer listas, pero me obligan. Por eso ahora tengo una lista hecha y la pongo aquí.

1. Melancolía. Lászlo Földényi (Gutenberg)
2. El hospital de la transfiguración, Stanislaw Lem (Impedimenta)
3. El marqués y el sodomita, Merlin Holland (Papel de Liar)
4. Las aventuras de Barbaverde, César Aira (Mondadori)
5. Soy una caja, Natalia Carrero (Caballo de Troya)
6. Milagros de vida, J. G. Ballard (Mondadori)
7. Últimas dos horas y 58 minutos, Miguel Ángel Maya (Lengua de Trapo)

A esto tengo que añadir otro que leí para otro medio (no precisamente de literatura):
8. Erik Satie. M. Davies. (Turner)

Y lo que me he terminado estos días:
9. Vacío perfecto. Stanislaw Lem (Impedimenta)
10. La dulce envenenadora. Arto Paasilinna (Anagrama). Tengo que decir que Delicioso suicidio en grupo, publicado no sé qué año anterior, es delicioso y mucho mejor novela que la de la abuelita.

Quisiera poder poner veinticinco títulos. Mi ritmo es éste. Si leyera más, no escribiría nada. Si leyera menos, no escribiría nada. Y sigo por norma otras lecturas que no son del año en curso. La novedad, en literatura, debería no existir.

Melancolía es mi libro del 2008 porque llena los espacios que otros sólo pretenden taponar, ofuscar como cuando ventilamos mal una chimenena y el humo nos come la cara. También hay vanos no del todo bien hechos en el libro Melancolía. Lo que importa de él es la luz que derrama sobre los vacíos, mientras estos siguen siendo no más que un ciego intervalo.

Y, para mí, contar que esta misma mañana he comprado en el quiosco el número 139 de Qué Leer, y que en la página 30 de la revista aparece mi reseña de El marqués y el sodomita de Merlin Holland (Papel de Liar) -felizmente superados algunos contratiempos y baches tanto para la reseña como para la revista-, es la mejor manera de cerrar este maldito año de publicaciones del que no me quejaré. Pero siempre será poco.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Del Brazo de la Locura

Estoy empezando a sentir rechazo por contar qué tengo entre manos cada vez.
Es que soy lenta. Soy dispersa. Me desaparezco de mi proyecto más que el Guadiana del paisaje.
No tengo editor, ¿lo he dicho?
Y a este paso no podré presentarlo a ningún concurso de jóvenes promesas, porque estoy quedando un poco descatalogada.

Tratando de entregarme a un nuevo relato que está resultando tan difícil como divertido (¡si! ¡soy capaz de escribir cosas y reírme mientras! Otra cosa será que se rían los demás al leerlo).
Del Brazo de la Locura es mi relato número 10. Invito a adivinar dónde encontré ese precioso título. No diré nada más de él. Salvo que, si voy por donde voy, quizá alcance las veintitantas páginas. ¿Veis? Mi escritura no es apta para la impaciencia del lector de hoy.
Pero me descubro destapando nuevos destinos para mis desatinados argumentos. Cuanto más me meto a palpar las situaciones que quiero describir -y todas parten de sentencias completamente abstractas como: "este personaje es un lazarillo moderno, simpático, resbaladizo y contento"- más me entra la risa y la excitación con esto que hago, ficción, que a ratos me resulta tan absurdo y complaciente.

Ahora sé hacer esto. Bueno, saber, saber, más bien lo intento. Mañana... como dice mi querida Juana Molina:
¡Un día voy a ser otra distinta, voy a hacer cosas que no hice jamás!

sábado, 20 de diciembre de 2008

Melancolía también es portada


Ésta es otra colaboración para hablar de mi tema favorito -dígase con todas sus letras: la melancolía-, con la excusa de un libro inexcusable. Llevaba en la recámara un par de meses. Contenta estoy de que vea la luz justo frente a la época del año más propensa a producir melancolía, de la salvaje.

Bien, bien, dos textos en portada, al mismo tiempo, en notodo.com. Lástima que son míos sólo porque sé que los he parido. Luego, los he dado en adopción.

//Reseña del libro Melancolía de László Földényi, publicada en notodo.com en diciembre 2008//

viernes, 19 de diciembre de 2008

Hoy Paco León es portada


Esto tan bonito de las publicaciones digitales me permite tener una idea el martes, proponerla por la noche, leer la aprobación dos minutos después, redactarla al día siguiente y verla publicada tal cual hoy que es viernes. Además, es la primera colaboración que me ve la luz en notodo.com y, además, es un trabajo teatral precioso de Paco León y Clara Segura, para ir a por lana y salir trasquilado.

//Reseña de la obra teatral ¿Estás ahí?, actualmente en el Teatro Lara de Madrid y pronto de gira por teatros españoles, publicada en diciembre 2008 en el sitio web notodo.com//

martes, 16 de diciembre de 2008

Yo también soy una caja (de sorpresas)

Me vas perdonar, Natalia, los tontos juegos de palabras con el título de tu (precioso) libro. Libro que habría de ser de lectura obligatoria para los aspirantes a escritores, para los asistentes a todos los talleres de narrativa del mundo, para los profesionales del quejido. Claro está, para ninguno el proceso de encontrar la voz se presenta del mismo modo que para el vecino -os fijáis, ¿verdad? En lo que hace, y lo que expresa, y en la postura, y en el titubeo del vecino de pupitre del taller de aspirantes a escritor. Esto de escribir -como aprender a caminar, como traspasar el muro de la crítica del mundo, como empollar huevos- no es algo que se pueda enseñar, así, en general. Pero hay en tu libro un manual de aproximación a la lectura que es el primer paso para acercarse a la creación de todo, de cualquier cosa escrita.

No, ya sé que no pretende ser un manual. En realidad, pretende ser muy poco. Tan poco como una caja.

Y escribo esto para no dejar pasar las páginas de otro libro sin expedientar qué me aprovechó de él. Porque leer es el primer tramo de este viaje.

Tu libro me gustó desde la dedicatoria. Mantengo el secreto sueño de estar al menos a esa altura cuando por fin alguien confíe en mis relatos lo suficiente como para hacerlos publicar. Me gustó desde su excusa literaria: una obra, la obra de un escritor, es más, de una escritora, y no de cualquier escritora: la de Clarice Lispector.

Me gustó porque es una historia de amor. No de cualquier amor, sino de amor a los libros. Es, también, a ratos, la historia del amor a una misma, la de la osadía de encontrar la propia voz hundida.

De todas las cosas de que está hecho tu libro, me quedo con ésa. La embriaguez que lo viste –y mira que yo me embriago- es un río de búsqueda, un paulatino (¿por qué para algunos resulta tan endiabladamente fácil?) desbrozar el camino hacia la tarea ineludible:
“Claro que lo haría, algún día, mañana, mañana… pero no hacía nada parecido a lo que se llama esfuerzo y que ahora sé que es el peaje ineludible tanto para ser madre de un libro como de un hijo de cualquier otra índole” (11).

Porque yo también amo a Lispector, pero eso no viene al caso. Yo también he pasado años diciéndome a mí misma (y a todos, lo cual es infinitamente más cruel y terrible) que quería escribir. Como si “escribir” fuese un asunto milagroso, como si esperase que, un buen día, al despertar con los restos de maquillaje del día anterior y sin haber empuñado un pilot, me hubiese convertido en escritora por los efluvios de algún pedestre aire nocturno.
Me gustó por los balbuceos.
“Escarceos con la idea de ser una artista, en el sentido más moderno, desenfadado y superficial, de tener en la punta del pie el salto hacia una fama secreta, incluso instantánea, de usar y tirar”… (14).

Así que tu personaje, Nadila, o cuánto de ti hay en un nombre, se lanza, despacito, a tientas, dando tumbos, desguarnecida, sin método, sin alambre y sin red. La funambulista deliciosa. Sin saber bien qué debía sacar de un nombre, de una recomendación. Unos tienen mentores de carne y hueso, otros tienen autores de cabecera. Lo importante de tu libro es que el autor no está en la cabecera, sino que está dentro. Convertido en algo más, en otra cosa, en un proceso de (i)respetuosa apropiación. Entender mejor a esa autora te hizo entenderte a ti misma. Y no hay milagros de por medio.
“Qué doloroso y lento, qué tortura puede resultar la adquisición de menos de un gramo de conocimiento” (50).

Buscar la voz resulta ser un proceso de desemascarar la identidad. Ahí es donde la gran mayoría de narradores del mundo me causan perplejidad, y un poquitín de asco: ya venían con el bigote puesto.

Porque, ¿por qué asentimos al cocinero de fama internacional cuando intenta develar los secretos de un solo ingrediente y desmantelar los procesos de la elaboración, y le admitimos en cambio, le exigimos, al escritor que monte con sus materiales un argumento con el que todos podamos seguir creyendo en la función utilitaria de las palabras, y a nadie se le ocurre que éstas son, en suma, ingredientes? Perdón, no me he expresado bien.

Importa el proceso, el recorrido que hacemos machete en mano, tanto o más que el resultado. En eso tu libro me parece valiente. Basta ya de historias. Las palabras, ésas, son el material y el protagonista, son la garantía de la escritura. A veces nos esconden, pero haciéndonos sus amigas nos revelan.

Podría decirte que me confundió la mezcla de géneros. Nadila se enfrenta un poquito a la realidad, pero después se olvida de ella. Lee y rebusca en los datos biográficos de CL. A veces tuve la sensación de un quiero y no puedo. Más Nadila, más forma de personaje, o menos, ninguna realidad en absoluto. ¿O buscabas ese despojamiento?
“Estrella tras Estrella, todo me subía a la cabeza, y entonces sentía que comenzaba a ser” (63)

El escritor es siempre un escritor más sus circunstancias, eso pareces dejarlo claro desde el principio. Rebanaste el mito poco a poco.

En tu libro, hay una historia de misterio. El misterio de encontrarnos. El de haber redondeado los decires, mágicamente, por uno mismo. El de habernos puesto nombre. Pero este proceso es algo que sucede una sola vez. Más tarde llega la interiorización, el qué hacemos con ello, en definitiva. La imagen de Nadila huyendo, cara blanca y ropa negra, con la música de The Cure en los oídos, extrañada y expuesta, vacía por dentro, es algo que no quiero volver a leer. Quiero, a continuación, leer aquello que Natalia Carrero sabe que tiene que escribir.

Gracias, en fin, Natalia. Ahora me toca a mí.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Soy una caja



“Soy una caja”
Natalia Carrero
Caballo de Troya

En el mundo de la literatura de nuestros días, hay cosas que son valientes y cosas que no lo son. Los más se instalan en lo último: repeticiones irreflexivas de moldes archi-transitados. Los pocos vienen a vivir al otro segmento de la acción literaria. Aquél en que la construcción de la identidad, del qué decir genuino y personal, es el primer peldaño a escalar. Literatura como psicoanálisis o apertura gratuita de venas, pero búsqueda de pasos propios. ¿Que por qué puede llegar a ser tan doloroso? Porque algunos carecemos de la arrogancia para adentrarnos en lo trillado, así, en general. La valentía de Natalia Carrero está en el esfuerzo ofrecido –a vena abierta- por objetivar los balbuceos y hacerlos dignos de libro. Nos lanzamos a escribir sobre asuntos que no dominamos en absoluto o investigamos con armas primordiales –abecedario, collages, fantasías, manualidades- en donde nadie más ha estado. Así, el personaje-persona que lleva adelante “Soy una caja” es un sacacorchos ficcional, empeñado en la lectura de su autora fetiche, Clarice Lispector, que desentraña pocas cosas ciertas de los libros, salvo que tiene que escribir. Trabajo que, a pesar de su liviandad formal, se hace espeso como un diálogo surrealista, donde cualquiera tendrá problemas para separar lo literario de lo vivido. Lástima que las inmersiones en el “relato” de viejo cuño sean tan escasas, incluso un poco pacatas. Pero queda el esfuerzo del original esbozo. Escribir es un dictado, pero un dictado infame.

//Reseña publicada en la revista Go Magazine, diciembre 2008//

lunes, 1 de diciembre de 2008

Erik Satie


Acometer la semblanza de Erik Satie, figura escurridiza de múltiples caras, en una monografía de esta longitud, es empresa complicada. Porque sus incoherencias vienen dadas por la falta de asidero práctico que de su personalidad ofrecía: cualquier que sepa un poco de él, recordará que se autodefinió de las formas más variopintas posibles; que, como músico, su consideración crítica pasó de estar al margen de la alta cultura, asociado al mundo de la varieté, a ser considerado padre de una generación de compositores… Las contradicciones por Satie encarnadas son, en suma, la concreción anticipada de la máxima del arte de vanguardia, donde el propio artista debía ser arte. Así que atrapar a Satie no es fácil. Mary E. Davis lo intenta a través de los disfraces adoptados y las múltiples versiones de sí mismo que inventó, sobre las que estructura esta monografía recientemente traducida. Sintética, abarcadora, precisa y al grano, y además profusamente documentada. Revistas, artículos, periódicos de la época, cambios sociales, amistades, escasos empleos y, sobre todo, las partituras que nos dejó, dejan a la autora con el difícil papel de hacernos entender a este elusivo personaje. Se guarda mucho de circunscribirse a un solo género: ni biografía a secas, ni musicología huérfana, el estudio nos hace recorrer las distintas facetas a lo largo de su vida y obra. No se deja atrás ninguna de las pinceladas que nos sirvan para entenderlo –primer paso para amarlo, quizá odiarlo: sus orígenes en la Normandía, la educación musical recibida, la formación del joven músico para, poco a poco, ver aparecer al extravagante, al bohemio, al bufón risueño y al hombre tranquilo que caminaba diez kilómetros de ida a París y de vuelta a Arcueil anotando frases musicales en su librito. Sin perderse en meandros, sin apasionamientos, lo mejor de Erik Satie está en la coherente amalgama de estilos, donde la concisa línea cronológica de creaciones y relaciones nunca es perdida de vista, mientras ilustra con análisis rigurosos acerca de los avances estéticos donde el músico dejó su verdadera impronta.

//Erik Satie. Mary E. Davis. Turner Libros. Reseña publicada en Día a Día, o www.docenotas.com//

viernes, 28 de noviembre de 2008

Rock para Satie

No tengo idea de cuándo se originó algo llamado “música culta” y se desgajó para siempre de esa otra llamada “popular”, pero fue mucho antes de que Satie entrara en escena. En algún remoto punto de la historia ya olvidado, la música era toda para todos. Todo lo más, variaba su funcionalidad, desde el mercado a la iglesia, desde el sarao familiar al velorio. Pero tuvo que haber un momento en que la música se recluyó en los teatros, los sagrados auditorios del arte, y un sector de la sociedad la secuestró, poseyéndola y poseyendo a sus lacayos.

No en vano los funcionarios de la música llevan levita aún, hoy en día.

Unos por allá, disfrutando sus fox-trots. Otros por aquí, ensimismados en las sinfonías románticas. Algo tuvo que romperse, alguien tuvo que venir a proponer un acuerdo, un inapropiado matrimonio. Fue a finales del XIX. Una figura inclasificable, incómoda y desleal en todos los campos, se adelantó a los movimientos vanguardistas del XX que, de entre todas sus algaradas fundamentales, dispersaban el imperativo de sacar el arte a la calle. De devolverle la vida.

Eso lo vio Erik Satie ya por los 1880, y los 90. Fue muy tímido, fue paso a paso, tuvo que llegar la guerra y entonces las visiones que albergaba estallaron en inusitadas concordancias con gente veinte, treinta años menor que él (que se llamaban Jean Cocteau, Léonide Massine, Darius Milhaud, Georges Auric, Francis Picabia o Pablo Picasso). Satie, como nuestro infinitamente querido amigo Cocó, amaba la juventud. Su esencia.

Daba lo mismo qué atuendo llevara. Hasta con un enterrador muy compuesto llegaron a compararle. Él llevaba la juventud en el fondo de los ojos chispeantes.

Y, sin embargo, se candidateó varias veces a la Real Academia de Bellas Artes de Francia, porque así era como debía ser: romper el sistema desde dentro. Vanguardia antes de las vanguardias.

Esta noche asistí a la ejecución de una obra de Satie, el ballet Parade. Quince minutos de desfile primordial, fiesta de lo cosmopolita, grito de paz y sensualidad de Francia que, en 1917, vivía asediada por la guerra con Alemania. Pero seguía estrenando ballets y los detentadores del poder político, económico y cultural querían hacer más guerra dentro del teatro. Pretendían usurparles lo suyo.

No fue el único que se tuvo que enfrentar a esta carroñera clase: lo estaban haciendo Stravinsky y algunos otros. Los norteamericanos, sin embargo, tuvieron que tomar el relevo en este desaguisado.

Satie, aliado con un fab-four que quizá no entendía del todo sus pretensiones (escasas) en lo musical, trataba de pervertir el gran arte llenándolo de ritmos del cabaré, de sonidos negroides que nunca antes habían entrado en los sagrados templos del arte. Sí, antes que Stravinsky y que Ravel, ya había incorporado el ragtime a su música.

Desnudó de viejos símbolos, de vana sensiblería, de encallecida emoción la música de su tiempo y produjo algo como Parade. Que no es la única obra –ni la mejor- pero que hoy es mi excusa para dedicarle este rock.

Mientras la orquesta (RTVE, Teatro Monumental, 27 nov. 20 h. Madrid) acometía el Prelude du rideau rouge, enfatizando el vaivén y la cadencia de baile, yo quería levantarme y saltar y vibrar y lanzar un ¡hurra! por tamaña buena nueva: el arte salió de su escondite, la música es para todos, ya no son necesarios ocho años de conservatorio para apreciar una pieza musical, ¡Satie nos hace libres!

Mis esforzados funcionarios de levita llevaron para la ocasión un arsenal de instrumentos percutivos como los que, se cuenta, puso en escena Cocteau para amenizar la partitura: un bombo con bolas de bingo (muy apropiado dado el público), una máquina de escribir, una ¡pistola de fogueo!

Ah. No es así. Nadie gritó hurra. Se estremecieron en sus asientos y aplaudieron debilmente al director –nada que ver con aquella gloriosa befa de esta clase social que hizo Cortázar en Las ménades. Ha pasado casi un siglo desde su estreno. Todo sigue igual. El “gran arte” es sólo para unas pocas señoras con perlas colgando de las orejas larguiruchas y el sempiterno caramelito envuelto en plástico haciendo cric-crac entre los dedos. Satie sigue sin ser entendido. Agarran sus preciosas Gnosiennes o Gymnopédies para ilustrar escenas de películas que deberían desaparecer por ineptas (Elegy, The painted veil), tratando de hacer pasar sus acordes por música romántica: aquello que más detestaba el francés.

Se aplauden sólo las viejas formas. Aquello que no implica mi participación, no más que mi aceptación pasiva. Pero aquí, esto va de rock. No de ESE rock. Va de Frank Zappa. Va de romper la cara a las convenciones. Va de visionarios, como John Cage, el artífice de que algunos, cultos u (o)cultos, podamos apreciar a Satie hoy en día.

Me gustaría poder decir que Le sacre du printemps o Pierrot Lunaire son las obras cumbre de la música del siglo XX. Mi educación musical no da para tanto. Con Parade, tengo algo que está muy cerca del rock, de mi música, de esa que apreciamos sin entenderla: tengo estribillo, cut’n’paste sensual, pastiche estilístico, orquesta sinfónica involucrada en una performance como de los años 60, viejas saltando de sus asientos, pelos erizándose, apareamiento de lo elevado y lo popular como debe hacerse en las mejores familias. Como de hecho se hace en mi familia. Y aquí, donde mi corazón no entiende de etiquetas y adora en lo más profundo a Erik Satie.

Me olvidaba: un regalo que se llama Parade (sólo el preludio).

sábado, 22 de noviembre de 2008

Se hace saber


Que hoy mismo a las 15:30 estará la voz de estas letras participando en una mesa redonda, en directo, en Radio Nacional de España, dentro del programa Tertulia y como parte de la programación especial que desarrolla durante todo el día Radio 2 / Radio Clásica, para celebrar la festividad de Santa Cecilia (besitos a todas) y el día en que la música debería ocupar los oídos de todos los ciudadanos sin dar nada a cambio. Voy a estar allí hablando de Doce Notas, de cuya web me ocupo hace diez meses.

Con esto hace algo así como diez años que no me acerco a un estudio de a-radio.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Los días 20

Los días 20 de cada mes son mis días malos. Tengo que entregar una crónica de 1500 caracteres acerca de un libro que, habitualmente, he bebido. Tengo que ser buena con él. Hablar de aquello que me pareció rescatable, válido. Pero lo que yo quiero es exprimir mis sentimientos acerca del libro en cuestión. Diseccionarlo. Contar qué me quedo, de verdad, de él, qué me vale para mi propia aventura.
Los relatos fluyen. O el último relato fluyó. Por algo se llama Humo. Me senté a escribirlo con dos sentencias en la pizarra ("los besos", "todo es forma") y salió casi de sopetón. No me planteé mayores rigores. Sólo lo dejé fluir. Ya son más o menos 113 páginas.
Casi diría que he aprendido algo del libro que estaba leyendo.
Ya diré cuál es. Lo que ahora mismo quiero no se llama literatura.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Melancología 1: contra la tristeza

Babelia 885. 8/11/2008 o de cómo el otoño hace publicar cosas muy raras.


Me dijeron que el tal suplemento de hace ocho días –presto oídos constantes a muy pocas cosas, así me va- estaba dedicado a la melancolía y me alegré. Que esto suene contradictorio es mi objetivo. Más tarde, cuando lo tuve en mis manos, me sumí en la melancolía, porque estaba dedicado de una manera muy tibia a algo llamado “tristeza”. “Bienvenida tristeza”: la palabra “melancolía”, que no debe ser tomada como sinónimo de ésta y donde nuestros especuladores de la cultura deberían tener una más frecuente morada, aparece en la portada, en un subtítulo aclaratorio, y se lee muy pocas veces más, en razón de una por dos más o menos.

No le hago ascos. Me enredo en el artículo central y los despieces. Ramón Reboiras firma el primero de ellos, “Oleada de tristeza”. Su oportunismo no puede ser más ramplón ni peor sufragado. El texto de tres páginas parece girar en torno a la premisa “el otoño del 2008 viene cargado de obras que invitan a sumirse en la pena”. Que el otoño se preste a solazarse con piezas directamente recogidas del árbol de la sabiduría –origen de la melancolía- es un lugar común, el peor de todos.

Pero como hija de Saturno, feliz de poder contemplarlo a un par de palmos de Venus en las tardes luminosas de este fantasioso otoño, he de llegar hasta el final. Que ESTE otoño en particular venga cargado de obras que se nutren de pesadumbre, de negritud o abatimiento, es definitivamente moda crítica. El artículo pretende trazar unas ondas iso-anímicas entre ciertos productos de nuestra cultura reciente –pero echa manos de asuntos que nacieron hace algunas temporadas o que aún están por venir- y, traído con los ejemplos que está traído, el argumentario es absolutamente gratuito.

Porque: que el lado tenebroso inspire obras, ¿qué significa? La tristeza “acaba de desembarcar en la cultura”, se puede leer. Por dios, obras amalgamadas con esos materiales las ha habido desde que el hombre es hombre y no se trata de moda. ¿Lo nuevo es, pues, que el mercado prefiere a los corta-venas? ¿Que la “tristeza como actitud” está ocupando los ámbitos destinados a trabajos de liviandad orgiástica y escaso peso metafísico? ¿Que de pronto todo consumidor ha descubierto al gótico autoflagelador que lleva dentro?

Pues no va por ahí. Éste no es un otoño más negro, culturalmente, porque lo son todos los otoños. Sólo hay que estar atentos. Hacer coincidir el inicio de la argumentación con el suicidio lamentable de D. F. Wallace –y no para de hablar de suicidas, como si eso refrendase alguna de estas estupideces- no es sino un desafortunado desatino. Juntar en un mismo párrafo a Carla Bruni y a Sylvia Plath, otro.

Que los materiales de que se nutren estas supuestas obras tristes –habrá que creerle acerca de Los abrazos rotos o la película de Arriaga, The burning plan, pero me da que no va a ser más conmovedora que un galipo de pavo- sean el lado más turbio de la experiencia humana es simplemente lo que debe ser, porque cualquier creador medianamente consecuente ha de abominar de las disneylandias para alcanzar cierto éxtasis.

Puedo creerme la profundidad del último Murakami, pero aún me resisto a admitir la ciénaga en el último Auster (habrá que leerlo), quien suele dejar el pesar y la alegría fuera de las manos de los hombres y mujeres que pueblan sus historias. ¿Björk? Sí, se aleja de las fórmulas del pop con cada álbum, no necesariamente hacia lo hondo. ¿Nick Cave? Viene usando los mismos materiales desde hace casi treinta años. ¿Sigur Ros? ¡Pero si Með Suð Í Eyrum Við Spilum Endalaust es el disco más luminoso que han parido los islandeses en toda su carrera! Ah, pero, entonces, quizá el hilo conductor del artículo era el de atrapar obras “difíciles” por poco obvias…

La tristeza no es forjadora de nada, y como todo estado de ánimo, más bien malogra la creación. Pasa con este artículo que le faltó coherencia, pero sobre todo valentía. Lo que está debajo de las obras de arte es la melancolía, y básicamente está debajo de todo, en todas las vajillas descascarilladas, dentro de todos los jerseys baratos llenos de bolitas a la segunda puesta o por encima de cada emprendimiento humano. Emocionar es tarea fácil, se consigue con un buen caldo de pollo. Esther Ferrer nos lo dijo, a los asistentes a su última performance madrileña, privilegio de unos cuantos que asistíamos a un curso en el Goethe Institut hace pocas semanas. Lo verdaderamente complicado es invitar a la reflexión y a la procreación de obras, eso es otro cantar.

La tristeza, si de ella se quiere hablar, está en obras tan supuestamente alegres como el “Regreso al Futuro 4” de Muchachada Nuí.

Y, sí, podemos gozar así de bien de listas muy negras…Pero no de esta lista, desde luego. La verdadera tristeza tiene otro nombre. Bonjour tristesse bien podría haberse llamado "despertar a la melancolía". Y aquello de "Tristessa nao te fim" es completamente cierto, sólo que esa tristeza perenne es otra cosa. El libro, Melancolía, de L. Földényi se ha reeditado este otoño en Galaxia Gutenberg y no se menciona. Plath murió hace muchos años y la legión de admiradores no deja de crecer. ¿Qué pasa con Portishead, que firman el álbum más terminal del año, lleno de clicks rotos, de samples estropeados, de anorgasmia cualitativa? El caballero andante Avishai Cohen cantando Alfonsina y el mar, eso lo resume todo. Y Rembrandt, sí, sí es triste, pero sobre todo melancólico, de principio al fin. Los ojos de esa mujer central en Sansón y la boda hablan por sí mismos: ¿nunca te sentiste como ella en medio de una multitud regocijante y quisiste ametrallarlos a todos o bien administrarte una sobredosis que detuviera para siempre la facultad de sentir?

La tristeza no es arte, más allá de que sepamos nutrirnos de las experiencias que proporciona. La melancolía fecunda el arte y está agazapada en todo, pero mucho, mucho más allá. Sin embargo, no tiene buena prensa y se trataba de seguir alabando las liviandades orgiásticas, un poco más teñidas de negro esta vez (¿Tim Burton? ¡Ay! Valiente hubiese sido anotar una obra realmente dolorosa, quizá demasiado, como Tideland de Gilliam). No me como aquello que se escribe con “lágrimas de rimel”, prefiero El ardor de la sangre que corre debajo de todo esto. Lo demás es pose y estrategia.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

106 páginas

Si intento releerlo todo, me voy a vomitar al lavabo.

Voy a por el noveno.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Melancolía (reseña)

//Este libro vino a dar color profundo a este otoño de la crisis y de las esperanzas infundadas//

"Melancolía"
László F. Földényi
Galaxia Gutenberg


Tenemos dos tipos de compradores potenciales para este libro: los que "adoran" el grabado de Durero y los que se sienten identificados con la palabra que le da título. A los primeros, el libro les defraudará. A aquellos que agarren el término cada vez que se les muere un canario o se levantan con resaca, también. Porque la melancolía es algo bien distinto de la tristeza, tanto como lo es del hastío, aunque participa de los dos. El concepto, en nuestra época, está teñido de un deje pusilánime, incluso mojigato, y si te atreves a llamarte a ti mismo melancólico atente a las consideraciones de posero que te aguardan. Pero el mal está ahí, desde muy antiguo. Para el autor, la historia parte con los griegos, que acuñaron la palabra tal como nos ha llegado, y con un exhaustivo, bello y erudito ensayo recorre las acepciones del término, los famosos afectados, los efectos de la melancolía en el arte, la música, la filosofía y, aún más importante, el desastroso encaje del fenómeno en las sociedades de cada época. Porque el melancólico es un ser que difunde su propia enfermedad en todos los órdenes, simplemente cuestionándose la buena marcha de las cosas, recordándonos la presencia de la muerte en cada espúreo acto de la vida. Es un libro que, de tan erudito, resulta incontestable. Y su amplísima colección de apuntes, reflexiones, análisis de la pintura o textos reseñados persigue un único fin: situar la melancolía como forjadora de algunas de las más importantes páginas de la cultura.

//Publicada en Go Magazine, noviembre 2008//

viernes, 24 de octubre de 2008

Formato familiar II

Los cuentos son hijos. Me cuesta parirlos. Indeciblemente me cuesta. Llevo semanas atascada. Tengo un problema de constancia tanto como lo tengo de forma. Me enferma la forma. Pero es un cuento sobre la forma. No obedezco a planes premeditados, todo va cuadrando. Formato familiar es algo con lo que no había contado. Si pongo aquí los primeros párrafos es para decir-me que esto sí se parece a lo que deseo. Página y media de las veinte que ha de tener:

//
Después de tanto tiempo, alguien ha vuelto a llamarme “bilioso”. La vecina, con su pelo teñido de rojo y sus pantalones de pitillo, me ha arrojado un escupo y la palabra. Me he dado la vuelta, tumbado como estaba, con la bragueta medio abierta, y he recordado a Alicia, mi mujer. A la que solía ser mi mujer, la que ya es solamente Alicia. La pelirroja ha escupido la palabra como un viejo chicle masticado. Mi mujer –Alicia- me lo decía con amor, con lo que solíamos llamar amor. Y “bilioso” me ha despertado las ganas de formatear este desbarajuste en que vivimos, las ganas de reventar a alguna comadre por todos sus orificios y las ganas de rapear. Ni por asomo sabe esa desmigajada qué guarda dentro de sí ese exabrupto cariñosiento. Algo insultante, se imaginará. Sólo porque le recordé que hace dos semanas me pidió prestados unos huevos, o porque me negué en redondo a moverme de mi butaca de jardín para ayudarle a entrar en su casa el contrabando que consigue vendiendo trozos de su ajuar, o porque simplemente no me he movido ni un centímetro para mirar su culo embutido en lycra. Allá ella, allá todos vosotros. Que las basuras de cada hombre, cada mujer, viajen por separado. Éste es el mundo que nos hemos ganado. Malditas las ganas. Ésta es del tipo que espera, aún, eso que se entendía por galantería por parte de todo aquel que lleve pantalones. Igual antes, flaca, quizás antes… Si todavía salgo a la puerta de casa con la dichosa prenda en su sitio no quiere decir que me parezca conveniente mantener una sola de las pautas del viejo civismo. Ha muerto, esa palabra, como otros dos millares. Y ésa, ahora, es la gran diferencia: el mundo se ha vuelto mucho más acotado, a costa de cargarnos el diccionario. Todos contribuimos a hacerlo sucumbir.
Os presento a la “culta”, Carmina, elegantísima, curtidísima ex señora de un corredor de bolsa. Se divierte arrojando pedazos de inocuo sentido a la cara de las adversidades sin la más mínima conciencia. Se las arregla para tener siempre comida. Empapa las entrepiernas de cuantos se la cruzan porque, a pesar de todo, aún tenemos entrepierna. La vecina es otra más, ciega y sorda, que vive en la creencia de que pasamos por una crisis de orden económico, que está sufriendo en sus carnes apreturas pero aparenta indiferencia. Y vendrán, se dice Carmina, tarde o temprano, para arreglar esto. Quién tenga que venir, nadie sabe. Mientras tanto, se salvan. Ay, tontitos, es mucho más que eso. Todo lo que antes conocíamos como mundo está desapareciendo, y el principal síntoma de todos es que nos estamos quedando sin palabras. Es un reajuste, un punto y aparte, la pausa necesaria de la confusión y el despilfarro, en aras de reordenar las cosas y nuestra relación con las cosas. No espero que nadie le encuentre sentido, habéis vivido demasiado tiempo en la oscuridad y la ignorancia. Pero miren ahora los periódicos, si logran salir dos veces por semana. Reducidos a una plana, un pliego de papel desdoblado en treinta y dos partes es todo lo que son capaces de contarnos. Con eso se resume todo, no hay más. Y no, no es que no haya papel, es que no nos quedan palabras. Cuanto antes lo entendáis, mejor para todos.
//
Es el octavo relato de Monstruos.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Formato familiar

Notas de trabajo (o las últimas tres semanas de improductividad, o Bela Bartók trazando el camino):

- si alcanza, habría de tener 20 páginas
- tintes melancólicos
- la escala de las cosas
- el cambio de las palabras
- narrador - vecina presente - Alicia pasado.

Recomenzar Formato familiar, no es accurate. Tiene que ajustarse a un planteamiento más extremo, más terminal. El personaje locutor ha de tener una entidad más definida, extremar su pulsión lingüística, y evitar ser discursiva, bizarra. Reflexiones sentenciosas.
Vocación pedagógica, pedantería innata, por el camino recorrido y la lucidez adquirida.

Aquí, detrás de este cuento, el jazz -como forma creativa desprovista de moldes -y el rap, como sublimación de la palabra oral.
Una gran crisis, debacle económica, en el fondo del presente narrativo. Una debacle de sentidos.
Incluir más el presente en la situación comunicativa.
Lo que siempre quise decir con este relato es cómo las relaciones se pudren en la cotidianeidad, en la vil rutina. Usar el lenguaje como una metáfora del consumo.
La historia de Alicia es la historia de la vulgaridad en el lenguaje, en el centro de la relación que ha de mantener con el narrador. Paralelamente, la afición a consumir. Más que un paralelo, ha de ser un espejo, un discurrir autónomo y mugriento.

Esta noche tengo que salir del estancamiento y otorgar forma sin forma a Formato familiar.

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Yo he perdido a la familia. Pero no me la han quitado. La he eliminado. Podéis intentar hacerme creer que soy otra víctima de la crisis. Tengo mi propia explicación para lo que soy ahora. Me vale y me completa. Y el que una fulana de pelo enrojecido artificialmente, en un tiempo en que conseguir leche fresca para el desayuno lleva poco menos que al asesinato, me llame “bilioso” me suscita tanta emoción como masturbarme parsimoniosamente en la ducha sin agua caliente. A vosotros os están quitando la realidad, yo me la estoy ganando.
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domingo, 19 de octubre de 2008

El hospital de la transfiguración

“El hospital de la transfiguración”
Stanisław Lem
Impedimenta

¿Qué peor cosa te puede pasar cuando eres un jovenzuelo recién licenciado de Medicina que ser polaco en el año de la invasión alemana? Quizá el destino de escritor de Stanisław Lem se escribió entonces, cuando se apercibió de que nada podría hacer como médico en ese contexto. Así nació “El hospital de la transfiguración”, una primera novela que habla de él sin hablar de él. Lem pone en juego a Stefan, un muchacho apocado y pusilánime, que apenas sabe cómo enfrentarse a un funeral entre familiares, para convertirlo –progresivamente- en un médico que se come el mundo con curiosidad y decisión, que transforma y se deja transformar por las circunstancias en que se ve envuelto: un hospital psiquiátrico como metáfora de toda la nación polaca en desintegración. Unos colegas médicos, a cual más desesperado y neurótico. Un poeta-loco en demostración permanente de la lucidez y la vergüenza del intelectual. Y, claro, la invasión nazi que, irremediablemente, llega hasta ocuparlo todo. Si puede parecer, bajo la mirada poco atenta, que aún está lejos de eclosionar el Lem-escritor-de-ciencia-ficción, aquí está, gigante, el Lem-divulgador de la ciencia dentro de la literatura, un intelectual concienzudo con la materia que trata, arrojando luz de puro sufrimiento en las zonas más temibles de la conciencia. Pasajes de colección hay aquí para regalar: me quedo con la infortunada operación de cerebro en el quirófano semiclandestino del hospital, una de las escenas más terroríficas que se hayan puesto en papel.

//Publicada en Go Magazine octubre 2008. Para los lem-maníacos, aviso que ya hay otro Lem calentito en los mostradores, Vacío Perfecto, a cargo de Impedimenta nuevamente.//

martes, 14 de octubre de 2008

Vicio. Placer.

Para ti, siempre.

Vicio. Desayunar aquí, sola. Rodearme de otros solitarios, de otros huyendo, de otros que fuman sus cafés y toman sus cigarrillos.
Placer. Estrenar otro moleskine. Rasgar su virginidad. Tener ganas de escribir a las 9:45 am y a las 11:01 pm.
Vicio. Disfrutar de los intervalos de soledad. Disfrutar de los intervalos de compañía, de la fosforescente y multicolor compañía de los que son parte de mí.
Placer. Cuando accedo a estos raros momentos, esto es placer. Aunque esté ausente, tan ausente, ser suya.
Placer. Encaminarme a mi trabajo. Que me permite encenderme como un botón de rosa. Apoyarme en él. Ser mejor.
Placer. Asomarme a mirar la luna de octubre desde mi ventana. Cerrar la ventana y abrir un libro cuyo título es Melancolía.
Vicio. Amarle.
Placer. Dejarme amar.
Vicio. Escribir. Pero ya ni eso. Lo que se lleva dentro no se corresponde con los cigarrillos o el buen sexo. Se lleva.

jueves, 2 de octubre de 2008

Gigante entre pigmeos

El libro se llama El marqués y el sodomita y aún no está en las librerías. Por lo pronto, unas biennacidas fotocopias me lo sirven para que pueda acompañarme las siguientes noches y correr hacia la fecha de entrega de una reseña. Escrito por su nieto, es el relato del primer juicio de Oscar Wilde o, mejor dicho, la reunión de los documentos nunca antes publicados con tal exactitud, que relatan cómo Oscar Wilde, queriendo limpiar su honor por una "calumnia" vertida por el padre -marqués de Queensberry- de su famoso amante Bosie, interpuso una querella penal y, tres meses después, era el propio Wilde el que salía con una condena a trabajos forzados y su vida hecha pedazos para siempre.

Mientras todos los diarios londinenses -y algunos extranjeros-, todavía con los juicios en curso, daban a Wilde por culpable y poco menos lo trataban como la inmundicia personificada, un pequeño semanario llamado London Figaro los ponía en su sitio: por asquerosos, por cebarse con vehemencia de perros en un artista procesado enarbolando la bandera de la moralidad. Pero, de la larga cita incluída en la página 35 del libro, me quedo con esto:

"Gigante entre pigmeos, el señor Wilde ha sido naturalmente odiado por todas las personas bajas y mezquinas, que intentan aumentar en tamaño e importancia rebajándolo".

Lo tuve claro. Todos esos que, amparados en el vil anonimato de las comunicaciones digitales, opinan acerca de la cualidad personal o artística del amigo que nos quitaron -hoy sí diré su nombre, Cocó, y Cocó, Cocó, ¡con acento siempre!- ni aumentan en tamaño ni crecen en importancia. Son basura. También esos medios "oficiales" y "serios" que redactaron reseñas tratando a una persona asesinada como, poco más o menos, "culpable" de su muerte. Comemierdas.

A nosotros, sus amigos, más breves o más longevos, no nos quita nadie el privilegio del gigante.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Ser

Cuando se supone que tengo que responder a algo, me paralizo. Tomo la vía tangente. Cuando cualquiera espera cualquier cosa de mí -y quizá tan sólo yo misma espero-, me escabullo. Quiero escribir sobre ti, para opacar las palabras idiotas que se vierten. Huyo todos los días de hacer propaganda fácil, de colocarme en el ojo de los buscadores de signos. Trato de hacer relevante lo que no es relevante, pero es el aire que yo necesito respirar. Lo que es radicalmente -de raíz- importante. Lo que no tiene parangón. Trabajo a diario con miedo. Porque las palabras son unos seres tan infieles, tan bastardos en las bocas y los dedos inadecuados... La aparente libertad digital nos ha revelado una muy cierta estupidez real.

Quiero escribir sobre ti no porque sienta que yo puedo hacerte justicia o esté capacitada para dar con tu esencia. Cómo podría pretenderlo, si cuando escribo no consigo ni siquiera acercarme a mi propia esencia. Quiero escribir sobre el perseguidor que nos ha sido arrebatado. Y llevo todo el día pensando en ti, en como acercarme a ti sin hacer el ridículo, sin caer en el panegírico vacío, sin coquetear con los géneros periodísticos. Quiero escribir sobre ti sin decir tu nombre, para que nadie encuentre este blog tratando de conocer las circunstancias de tu muerte.

Quiero tocar lo que has sido para mí, yo, que habitualmente vivo de espaldas a los recuerdos. Hoy tú me haces falta. Y digo tocar con todo el conocimiento de causa, quiero ejecutar estos sentimientos como si se tratasen de una sonata transgresora, cariñosa, valiente y radical -de raíz. Aquí delante del teclado-sintetizador-máquina-mediador-lenguaje. Te toco esto para decir cuánto me marcaste en mis años de formación. Cuán falto de prejuicios estabas y cuánto aprendí a ser prejuiciosa contigo. Cómo me empujabas a ser más arriesgada, a olvidarme de las palabras y de sus significados, a ser más coherente. Cómo descubrí esta ciudad de tu mano, y de la de tu hermano.

Pero no, tú no empujabas a los demás; tú habías recorrido un camino propio, sólo dejabas ver a otros que había una cantidad infinita de opciones entre las que definir las señas personales. Te llamábamos la atención, por ser curiosos. No tenías las más mínimas ínfulas de pigmalión. Tu forma era ser. Y perdona que me ponga aristotélica, pero he hallado esta tonta fórmula de nombrarte y me la quedo. En todos estos años en que ya no te rondaba, siempre sabía que tú eras. Si me llegaba cualquier noticia sobre tus nuevos pasos, esos eran los tuyos y no tenían contestación posible. Radicalmente eres. Contigo, cuando sí te rondaba, cuando escuchaba todas tus formulaciones de perseguidor infinito, nunca hube de temer a las cosas no dichas, todo aparecía. Nadie te marcaba el paso, a nadie imitabas salvo la inimitabilidad de los inimitables. No necesitabas una imagen, porque tú eras esa imagen.

Recuerdo tu pelo. Tu pelo negro, morado, rojo, azul. Tu no pelo. Tu mechón. Recuerdo tus encarnaciones y siempre eras tú. Recuerdo palabras y sonidos. Recuerdo que me enseñaste -queriendo o sin querer- a escuchar a Cocteau Twins. Y a My Bloody Valentine. Y a Seefeel. Y a Brian Eno. Y a Autechre. Y a Scanner. Y a Isan. Y a tantos. Sólo hace un rato, mi amado Jorge estaba tocando música de Kraftwerk. Él dice no gustar de tu música, pero estoy segura de que lo hará. Tu radicalidad es mucha. Es la nuestra. Aunque tu coherencia es sólo tuya.

Ser y no parecer. Ninguna necesidad de pontificar. Pero ninguna intención de adular. Tú decías y actuabas. Los demás mirábamos, escuchábamos, atontados. Apenas comprendiendo esos pasos que señalaban un trayecto tan abstracto o ambicioso, difuminado y etéreo como una desobediencia ciega a la geometría, a la perfección, al barro inmundo. No pretendías provocar. Pero lo hacías. La coherencia de todas tus palabras y todos tus actos desfiguraba con un soplo la cara de la idiotez imperante, todos esos que se quedan con el lado "under" del "underground", todos los que se vuelven estatuas de sal, o se retuercen cual gatos escaldados, ante la maravillosa disparidad de tu estética. Lo tuyo -y te veo ahora en la piscina del hotel, cantando en el oído de los que quisieran escucharte- era ser. Ser, y ser, y no pedir permiso, para ser, no doblegarse jamás, no abandonar nunca la curiosidad ni la actitud cuestionadora, desbrozando las verdades dadas y superponiendo a la grisura un mundo de respuestas propias. Respuestas estéticas, porque sólo mediante la belleza podemos responder. Sólo por la absoluta certeza de la belleza, a ser posible sin lenguaje.

Y, en todo, la generosidad de quien permanentemente busca y encuentra. No dejabas de admirar a los más jóvenes. Así, te acercaste a la pequeña y furiosa generación que representaba el grupo de mi hermana, y a muchos otros: sé que podías reconocer en ellos el entusiasmo y la no profanación de una fuente, la inagotable fuente de la creatividad que reside en la juventud que tú adorabas. No hablo de la edad, sino del concepto más concreto del mundo. Juventud era tu palabra. Era tu actitud. Tú eras eso. Puro ser.

domingo, 21 de septiembre de 2008

La hermanita calva de Deborah Ramos

Deborah no sabía por qué, pero en casa había caído una especie de maldición. Una maldición matemática. Tenía una hermanita, o eso le habían dicho. Ella era una, hasta hace algún tiempo. Algo así como ocho semanas, los mayores saben cuantificar bien estas cosas. Luego, había llegado la hermanita; probablemente era un bebé, ella la oía llorar a menudo, pero no sumaba con ella. Sumaba restando. Seguía siendo una, pero estaba cerca de ser cero. A Deborah, más bien le parecía que no había ninguna.
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Este título está agazapado en mis apuntes esperando ser una realidad desde hace años -no podría precisar cuántos. Ya existe y hace el cuento número 7. Es como la pareja ideal para el cuento que se llama Niño desnudo. Van 84 páginas de Monstruos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Las cosas que te acompañan

Ya no creo en nada. El mundo se cae a mi alrededor. Se sigue cayendo y no me entero. No me queda nada más que leer. Escribir. La hermanita calva de Deborah Ramos es mi mejor relato. Es esta caída libre cuando sabes que no hay lenguaje en el mundo capaz de comunicar lo que necesitas pedir. La música, que no sé que hacer con ella pero vivo con ella. Llevo cuatro escuchas de St Elmo's Fire, el track número tres del álbum Another Green World de Brian Eno. La canción me la puso Epi, un guitarrista tan maravilloso como Robert Fripp, en su casa, hace dos docenas de años por lo menos. Sigue estando aquí. Cuando más sola estoy. Cuando más hundida estoy.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Capuccino

Me anduve quejando más de la cuenta y Alfredo, tan atento él, me había llevado a la pisicina aquel martes. Siempre pasa igual. A cierta hora, ya no soportaba más el potaje granulento que hacíamos todos en el caldo clorado, así que me lo llevé a la cafetería, pidiéndole un helado. Él nunca me negaba nada. Había una penumbra irisada en aquella terraza, que me reconfortó por un segundo del griterío y el calor, y casi me hizo olvidar. La mujer estaba al frente, embadurnando de grasa la espalda de la hija, ya colorada. No sé cuánto tiempo llevaban ahí, ni por qué ejecutaba el ritual de la crema en las mesas de la terraza y no en el césped. Alfredo regresó. Traía su sonrisa y un magnífico cono de sabor capuccino. Lo mejor eran aquellos tropezones redonditos, como cacahuetes de sabor café, como rocas lunares hechas para mi boca. Alfredo sabe lo que me gusta. Lo sabía. El sol cortaba ya en diagonal, pero su luz era igual de molesta, de insidiosa. Ahí lo vi. Ahora, la hija repasaba con amor de hija la espalda de la madre. Se aplicaba, impertérrita, sobre un tapizado que yo veía, desde la distancia, como un bajorrelieve de pústulas violáceas, como un puntilloso decorado de granos gordos como legumbres, cubriendo el pecho, los hombros y la espalda ofrecida por el bañador, que pedían de todo menos protector solar. Estaba hipnotizada. Tal dedicación ponía la hija en su cometido que, al cabo de un rato, me di cuenta de que el capuccino chorreaba lánguido sobre mis dedos y la blusa, y de que Alfredo estaba zarandéandome de un hombro para llevarme de vuelta a la piscina. Es una pena, con lo que me gustaba Alfredo. Y más el capuccino.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Por qué soy contemporánea


Por qué me siento bien entre compositores contemporáneos:
Aunque no tenga ni papa de música, soy una de ellos.
Escribo en un lenguaje que pocos entienden, como les sucede a ellos.
A este blog llegan cuarenta o cincuenta personas para leer cada nueva entrada, lo que se reduce a diez o doce cuando se trata de un relato. Con esto, puedo considerar que tengo casi el mismo público que uno de estos compositores cuando estrenan una obra nueva.
Confiamos ciegamente en nuestros procesos cognitivos, tenemos dificultades de relación interpersonal y nos remitimos exclusivamente a nuestra obra para tratar de comunicarnos con el mundo. Pero...
Creemos estar aportando una visión nueva, personal y diferente a la cultura contemporánea, aunque a nadie más parezca importarle lo más mínimo.
Nos expresamos en un lenguaje abstracto hasta decir basta. Nos odian por ello.
Algunos de estos compositores, incluso, hasta saben quiénes son Sonic Youth. Yo, por mi parte, ya sé pronunciar Stockhausen.

martes, 19 de agosto de 2008

Bombón

- Ya, niños, a la caja.
El niño, con obcecación, se interpone entre su madre y el carro y deposita productos en la cinta.
- Ven aquí, Cristina. Deja eso.
- Buenas tardes, señora. ¡Vaya calor tenemos!
- ¡Tero chotolate, mami!
- ¡Cuidado con eso que son los huevos, hijo!
- Esta niña lo que quiere es un bombón.
- Mami, señó me ha dado tadamelo.
- ¡Qué rica, cómo habla!
- Álvaro, empújame esas cosas, anda.
- ¡Está bueno el bombón, ¿eh?!
- ¡Qué hartura de compra todas las semanas!
- Mami, tero upa.
- ¡Ay, qué salada!
- ¿Me ha pasado el tres por dos de los yogures?
- ¿Qué tiempo tiene la cría? Va a ser poco mayor que mi sobrina…
- Álvaro, ¡ten cuidado con los putos huevos! Cristina, bájate ese vestido, por Dios.
- Son ciento diecisiete con cincuenta. ¿Tarjeta de puntos? Ahí tiene, muchas gracias. Que tenga buen día.
El niño tira de la mano de la niña, que tira del vestido de la mujer. Se alejan hacia el pasillo, rumbo a un depósito de cadáveres de acero. El cajero se quita a tirones el chalequillo de cuadros escoceses.
- ¡Nieves! Hazme el favor, cierro la caja que voy al aseo. Un momento.

domingo, 17 de agosto de 2008

Últimas dos horas y cincuenta y ocho minutos (reseña)

"Últimas dos horas y cincuenta y ocho minutos"
Miguel Ángel Maya
Lengua de Trapo

“Últimas 2 horas y 58 minutos” es una primera novela o, mejor dicho, una primera publicación. Es ejercicio formal que no peca de formalismo. Es novela experimental, hecha con un sentido de la honestidad, con una cercanía tal entre autor y lector que no se parece a ningún experimento. Es un trabajo serio, dividido en dos. Se puede empezar a leer por la primera (o segunda) parte, o bien por la segunda (o primera) parte. Se cuenta entre las novelas de escape, de viaje o de carretera más desquiciadas y coherentes que se hayan visto en mucho tiempo. Tiene un formato de espejo, tiene un (falso) narrador omnisciente, y la excusa del amor, detrás de todo como impulsor. En ese espejo no se entra en disquisiciones morales y apenas estéticas, y en la imagen que refleja es, a menudo, más importante, lo que no refleja: el fuera de campo adquiere una fuerza curiosa. Es un libro que se debe sólo a sí mismo, avanza imparable por caminos de medio mundo en la desastrosa huída de los personajes, ensarta episodios delirantes y, a veces, pide ralentizar la lectura para elaborar debidamente la peripecia de esos dos seres oscuros. Es una exquisita ventana a las casualidades que dominan nuestras vidas, sin otorgar ninguna suerte de magia o bondad a esas casualidades: son, sin más. Entrar en el primer libro de un autor novel, por mucho que traiga el sello de ganador del VI Premio de Narrativa Caja Madrid y aparezca en Lengua de Trapo, puede ser para muchos poco tentador. Sáltense los prejuicios y verán.

//Publicada en Go Magazine, julio-agosto 2008//

lunes, 11 de agosto de 2008

Siouxsie // Fib 08: crónicas


Reina, maga, sultana, bruja. Lo ha sido todo por un rato frente a nosotros. Ataviada como una azafata de la retrógada serie "UFO", pero aún más estilosa, ha presumido de dotes de gimnasta y ha coreografiado profusamente cada canción, en un show que abrió con algunos de los temas más eficaces de su "Mantaray". Cercana, bromista y políglota, ésta es la nueva Siouxsie: nos dice guapos y guapas y se muestra orgullosa, tranquila en un repertorio que, quizá, no perdure en el tiempo, pero por ahora es el suyo. Por encima de "madonnas" y fenómenos varios, ella arrastra el saber hacer de muchos años de escenario; ahora bien, no esperábamos verla moverse en competencia con Shakira. "Here comes that day", "Loveless" o "Drone Zone" han ilustrado a la perfección a esta magmática mujer en su nueva faceta, que también tiene tiempo para desempolvar algunas de sus viejas y recordadas canciones ("Hong Kong Garden", "Christine", "Israel"...); aunque el antiguo repertorio en las manos de estos nuevos músicos suena como una sinfonía tocada por un grupo de cámara, la oscuridad más punzante ha llegado con una carismática interpretación de "Nightshift". No deja de tener su poderío de bruja, pero ahora también puede ser hada buena.

Mejor momento: esos ojos alucinados con que nos miraba la diosa, en los gorgoritos finales de "If It Doesn't Kill You".

// Publicado en Fiber Lunes 21 de julio //

Death Cab For Cutie // Fib 08: crónicas


Dura competencia para Death Cab For Cutie. Leonard Cohen, a un par de centenares de metros, comenzando con su "Dance Me to the End of Love", mientras Gibbard y su banda se hacían esperar un tanto... Cuando comenzó por fin el show, nos llevaron a los verdes prados de un campus recorrido por historias de desamor, o de amor probable, o de amor futuro, hermosas y genuinas. Porque cuando estos norteamericanos se deciden a poner los vellos de punta a base de pop -donde la energía hace pareja con la sutileza-, lo hacen requetebien. Ben, hiper-kinético, melenudo y saltarín, orquesta feliz a su banda entregando un concierto de puros hits encantadores: nos dejaron "The New Year", "Title and Registration", "Soul Meets Body" (con todo el aforo femenino tarareando ese "parapara pa pa"), "Crooked Teeth" y otro montón de preciosas gemas de nuestro tiempo -de las que recordaremos en veinte años más, porque de sintetizar la magia en canción, Death Cab For Cutie saben un rato. Para ponerse contemporáneos, miraron un rato a su delicioso "Narrow Stairs", y "I Will Posses Your Heart" maravilló, mientras "Cath" puso electricidad en el ambiente. La compenetración del grupo era el espectáculo en sí mismo. Entro lo agrio y lo dulce de su repertorio, primó esto último.

Mejor momento: ver a Gibbard arrojando la guitarra al técnico y saltando hasta el piano para continuar la impresionante introducción de "I Will Posses Your Heart", y agitar las melenas sin parar mientras tocaba.

// Publicado en Fiber Lunes 21 de julio //

miércoles, 6 de agosto de 2008

The Courteneers // Fib 08: crónicas


Cincuenta personas aparecen como sus oyentes en el popular last.fm, pero en el Fibclub anoche había dos mil, tomándose la revancha de lo que acabábamos de vivir en el Verde. Vasos y líquidos describiendo parábolas y la carpa tarareando cada estribillo sin perderse. Su propuesta: nada de pintas. El estilo no se lleva. Pero sí la melodía eficaz, los cambios de ritmo frecuentes para apuntalar estribillos juguetones y los dos minutos y medio para cada trozo de punk-power-pop autoconsciente de su tibia originalidad, apegado al suburbio con centro comercial y a la diversión del adolescente eterno. Ya mismo son estrellas.

// Publicado en Fiber Lunes 21 de julio //

Eef Barzelay // Fib 08: crónicas


Eef Barzelay se quiere mucho, pero más nos deja quererle. Una fan le confesó su amor tan pronto como apareció en escena y él, tan contento, contestó que también nos ama. Sucedieron entonces cincuenta y cinco minutos en que, ambientados por el penetrante olor de la yerbabuena y con el esforzado, talentoso y bienhumorado trabajo de Eef y los suyos, disfrutamos como críos. Tanto, tanto se quiere el bueno de Eef, que en un momento del concierto (no sé si llamarlo "el mejor"), nos hizo corear "if, if, if", enseñándonos a pronunciar correctamente un nombre que ya ha provocado algún que otro error (tipográfico, entiéndase). El humor está en el centro de todo, canta con un guiño todas sus letras, se mete en el bolsillo con alusiones y saludos ("esta canción está dedicada a las señoritas", dijo, en buen español, para presentar "The Girls Don't Care"). En definitiva, facturó todo un conciertazo lúdico y energético, una lección de rock bien hecho con una banda perfectamente integrada, donde todo gira alrededor de "el hombre". Pero mire usted, don If, a las chicas no sólo les interesa la dulce melodía. Que la rabia y el buen rock'n'roll es lo que nos tenía allí pegaditas.

Mejor momento: por supuesto, se le hizo caso. El aforo cantaba: "¡if, if, if!".

// Publicado en Fiber Domingo 20 de julio //

Bracken // Fib 08: crónicas


A Chris Adams se le fue rompiendo la voz a medida que avanzaba el show. A pesar de la afonía, algún problemilla técnico con un ordenador, y estar tocando por primera vez juntos -según confesó-, sacó sus mejores recursos para completar un show sensible y entretenido. Con esta electrónica mezclada de sentimiento, a duras penas se hace bailar al público (aunque invitaran), y es asimismo difícil atrapar por la emoción. Sin ser tan sorprendentes como los añorados Laika, ni tan intensos como Lali Puna, propusieron vibrantes canciones aderezadas de secuencias, entregando texturas imaginativas, y el punto fuerte de una batería potente que aportaba la energía al show. Prometedores.

// Publicado en Fiber Domingo 20 de julio //

martes, 5 de agosto de 2008

José González // Fib 08: crónicas


Es un hecho: éste es el año de los melancólicos, los adictos a la tristeza, las emociones dañinas y la angustia existencial. Llegar al Vodafone Fibclub a punto de comenzar el concierto de nuestro sueco favorito y hallar la carpa llena hasta los topes lo confirma. José llegó puntual, solo, abrazado a su guitarra, y se sentó al fondo del escenario, obligando a los fotógrafos a trepar a las tarimas. Él no quiere ser capturado, presumo, prefiere lanzar su andanada de sentimientos e intensidad desde lejos, porque se te acercas puede salpicar. Tocó, único en el escenario, con esa maestría que hace que suenen tres guitarras y un bajo donde sólo hay un instrumento, dedicándose a su primer álbum, "Veneer". Pasó con dulzura por "How Low" (ralentizándola), por "Down the Line" y "The Nest", temas de su último álbum, más oscuro en matices. Aplaudimos entusiasmados la llegada de "Heartbeats", cómo no. Durante un rato, se dejó acompañar por sus secuaces, solventes Yukimi Nagano y Erik Bodin en percusiones. Puso los vellos de punta con "Cycling Trivialities" -hipnótica, cargada de dobles sentidos- y se veía, si te fijabas bien, alguna que otra lagrimita entre los asistentes. Nos ha privado de algunos temazos y se ha despedido a la francesa, agradecido y sonriente, pero bien que ha hecho vibrar a todos nosotros, los adictos al pesar. Ay, José.

Mejor momento: "Teardrop", por esa forma que tiene González de hacer engordar la canción sólo con su guitarra.

// Publicado en Fiber Domingo 20 de julio. //

The Marzipan Man // Fib 08: crónicas


No en vano su último disco se llama "Stories". Jordi Herrera se las ha ingeniado como un verdadero trovador contemporáneo, secundado por una excelente banda de multi-instrumentistas, generando atmósferas de cuento. Si no te atrapaban sus canciones, lo haría la actitud de los músicos, generosos y cálidos, usando bombos, chelo, arpa, armónica, silbatos, crótalos y un sinfín de sonrisas. Con su propuesta personal, The Marzipan Man abrieron el Fiberfib.com afianzados en su show tan bonito como intenso. Había pocos valientes a esa hora en la carpa, pero esos pocos lo hemos pasado pipa. Y, a ver, ¿dónde estaba a esta hora Mr. Cohen?

// Publicado en Fiber Domingo 20 de julio. //

José González: bardo del Norte o del Sur


Está en nuestra naturaleza, canta el sueco de origen argentino. Estos ya no son los tiempos de Dylan y Baez, pero no dejan de emocionarnos la caricia de una guitarra acústica bien rasgada, una voz dolorosa en su nasalidad, y unos versos como puñaladas. Y éstos, los de este muchacho -que va ganando puntos para ser considerado un discípulo de Leonard Cohen, con dos discos como dos castillos- son auténticas puyas, cantadas con tal dulzura que se diría no ha roto un plato en su vida. “Algún día, estarás de rodillas sobre la mierda que sembraste”: ser fan de José tiene su puntito masoquista, sin duda. No es ésta una edición cuajada de francotiradores del alma, aunque podremos disfrutar de epígonos de la guitarra y la voz como El Hijo, caminando senderos más literarios, o de adalides de la canción flageladora como American Music Club, actuaciones que van a hacer las delicias de los fibers de corazón tierno. En el caso de González, la solidez y las -cada vez más hermosas- texturas de sus canciones son valores propios. Así que, junto al punchipunchi de la carpa de al lado, la voz de Joselito, en su camastro árido de guitarra y percusiones tropicales, nos erizará toda la piel.

//Publicado en Fiber Viernes 19 de julio. Artículo previo. Me gusta mucho cómo quedó en papel, aunque ninguno de mis textos de este FIB 2008 me parece nada excepcional. Todos los textos , este año, se tradujeron al inglés, y sé que se la sudaron con más de uno. ¡Esforzados traductores de Fiber, os saludo! //

lunes, 4 de agosto de 2008

My Bloody Valentine // FIB 08: crónicas


Querido diario: hace quince años que no te escribo. También hace quince años que un grupo, uno que transformó mi adolescencia, no subía a un escenario. Hoy, viernes 18 de julio, he cumplido con una de las asignaturas pendientes de esos años en que era demasiado joven para volar a Londres a ver conciertos; en que, encerrada en mi habitación, subía el volumen hasta ensordecerme con aquella desgarradora melodía ("You Made Me Realise"). Hoy he regresado al pasado porque Kevin Shields, Colm O'Ciosoig, Belinda Butcher y Deb Googe se han inventado la máquina del tiempo, esta noche, en Benicàssim. Quizá es verdad que no se hablan, que toda esta reunión tiene algo de farsa. A ratos, mientras daba pie el concierto ("Only Shallow" haciéndome temblar las rodillas), sentía que la química sorda de sus canciones no funcionaba tan bien como en aquel tiempo, y que probablemente el experimento fallaría. Pero -Kevin y Belinda sin hacer cruzar sus miradas ni una vez, como si sólo existieran sus pedales-, me tocaron "You Never Should", la infinita "Come In Alone", el latigazo caliente de "I Only Said", y comencé a perder mis reticencias. Kevin y los demás están algo más arrugados, pero tan solventes, tan entregados a la actuación, de esa forma estática e incomunicada que adorábamos tú y yo, que sentí que yo también podía. Entonces sonó "Soon": no es sólo esa increíble capacidad de entonces para sacarnos de la realidad inmediata, es algo más. Y poco después nos aplastaron -mucho público nostálgico y mucho otro hambriento de intensidad- haciendo una sinfonía de distorsiones y acoples sin piedad alguna, desapasionados, tercos, por siete minutos largos*. Puede que, pasados estos quince años, tengan hijos e hipoteca -como yo-, puede que no se hayan acercado en un largo tiempo a sus instrumentos -¡incomprensible!-, puede que no les apetezca hacer nuevas canciones -¡qué dolor! Pero lo cierto es que My Bloody Valentine, los de ahora, aman la distorsión y se purifican mediante el ruido. Exactamente como yo.

//Publicado en Fiber Sábado 19 de julio.
* Después de publicado este periódico, alguien me certificó que fueron ¡catorce! minutos de sinfonía destructiva de tímpanos. Me parecieron pocos a mí.//

Battles // FIB 08: crónicas


Parece sencillo hacernos bailar en el FIB Heineken. Estamos hambrientos, excitados, prestos para el carnaval. Arribaron a las tres de la mañana, pero no podía haber más gente en el Vodafone FIB Club. Los neoyorquinos Battles acometen su repertorio con un generoso virtuosismo técnico, se comunican entre ellos calladitos, hilvanan las canciones una con otra al tiempo que improvisan –con una eficacia que causa alguna sospecha- y apenas se dirigen a nosotros. El patrón rítmico manda (“Race: Out”, “Tij” y “Tras”, festejados instrumentales para abrir el show), cargan las tintas en el excelente John Steiner (¡esos saltos para golpear el plato!), tararean sus mantras en un incomprensible idioma y excitan sólo con su química, la taquicardia del esfuerzo, el sudor. La consigna es bailar, así sea con las autorreferencias y esas síncopas extravagantes; no es música fácil, no es 2x2, están tan lejos de King Crimson como de Tortoise, pero utilizan un poquito de cada uno. No incitan a la pasión ni a la comunión de sentimiento, se quedan en ese otro lenguaje abstracto que, a base de bombo (ese sonido tan cercano al batir del corazón) hace aparecer lo más tribal. Intensos, sin emocionar. Instrumentistas locos, ebrios de pericia, deslumbrando sin conectar del todo. Pero bailar, bailamos.

Mejor momento: los primeros compases de su mejor canción, “Atlas”, con el aforo completo saltando.

//Publicado en FIBER Viernes 18 de julio. Esta crónica, como la anterior, estaría acompañada de una foto propia si no fuera por la pérdida de 1 Gb de fotos. Soy especialista. Para fotos, en todo caso, las hechas por mis compañeros y publicadas en el propio periódico. //

martes, 22 de julio de 2008

Sigur Rós // Fib 08: crónicas


Venir a Benicàssim es venir a "la fiesta". Pero, dijo alguien por ahí, quizá no haya nada más melancólico que una multitud puesta en la obligación de divertirse. La celebración de la extrañeza, del patetismo del deseo y el abismo de la tristeza es algo muy presente en un concierto de Sigur Rós. No sé cómo han de ser las fiestas en Islandia, pero las imagino teñidas de ese sentimiento de tragedia con el que se pone uno a comer y beber en un velorio. El grupo vistió diseños pseudo-circenses -Adam Ant en la retina, quizá The Cure de "Close to Me"-, el batería como Baco de mentirijilla y el pianista con bigotes de vanguardia parisina. El cuarteto, distante. Guardándose de soltar los trallazos en los minutos iniciales y haciendo uso de la paciencia del respetable. Jónsi no tiene las siete octavas de Mika, pero su impresionante esfuerzo por sostener la nota transporta al maravillado, ansioso público, recién estrenando el FIB Heineken, que quiere ese dolor escenificado como otra parte de "la fiesta". La preciosa "Svefn-G-Englar" (de Agaetis Birjun) abrió el ritual. Se desplegaron los paisajes helados pero, poco a poco, se fueron sumando actores: las muñecas de cajas de música para tocar cuerdas y percusiones, los botones de hotel -o bufones de cabaret- de la sección de vientos... Se perdió el hieratismo, se ganó en empatía y se alcanzaron agridulces estados de ánimo -lo pasamos bien, pero sentimos pena, pero lo estamos pasando tan bien-, en los momentos centrales; eso sucedía con (no podía ser otra) "Festival" o "Hafsol". Se les nota con ganas de abandonar los clichés de la tristeza, y dicen que parte de su último álbum fue grabado en México precisamente para eso. Anoche, en el Escenario Verde, no era precisamente una banda de mariachis lo que vimos; pero sí lo más parecido que un grupo deliciosamente feliz, seguro de sí mismo y valiente venido de Islandia puede dar de sí. ¡Que viva México!

Mejor momento: Catorce islandeses haciéndonos pasar lo más dulce de la fiesta con "Gobbledigook"

//Publicado en FIBER Viernes 18 de julio 2008. //

martes, 15 de julio de 2008

Introducing... Horacio

No, no es tiempo de flaquezas, no está el horno para meterle bollos calientes y, si le toca hacer la caja, va a ir a hacer la caja. En la caja no hay magia ni portales estroboscópicos ni aventuras de los sentidos. Marcar, marcar, marcar, pasar y marcar, y luego cobrar, sonrisa, buenos días, buenas tardes, qué sé yo. El mecanicismo saldrá al paso. Sobre la manzanilla, ahora, se eleva una sutil figurita de nácar y vellosidad de melocotón con el rostro de la doctora Ríos teñido del celeste de las cortinas, que él trata de atrapar, de sorber en el vacío, y el esfuerzo le hace subir de nuevo el vómito y tiene que correr hasta el baño. No tiene más remedio que caer, que sacudirse la intensa alucinación, despilfarrando bilis. Esa otra, esa estúpida ordinaria que no quiso cambiarle el turno, tendrá su merecido.

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Trance, ahora, se llama Natalia Niega. Este personaje, o este monstruo, es Horacio Hiniesta.

jueves, 10 de julio de 2008

Trance

Hoy es sábado y va a tener que faltar a su cita, porque la cajera suplente de la parturienta no podía cambiarle el turno y toda la discusión había sido muy fea y le había llevado al vómito aquella tarde, pero dos semanas atrás. El día ha llegado y se ha abierto la puerta de su desgracia, siente las piernas flaqueantes y el pelo está grasiento a pesar de que se lo lavó ayer mismo. Siente un malestar ambiguo dentro suyo y no quiere ni pensar que todo lo que tiempo atrás lo atormentaba va a volver a renacer dentro de él, como esas siniestras criaturas de aquella vieja película que rompían el pecho de sus huéspedes para salir airosas y sacar una foto de pasmo y estupor y continuar sembrando el pánico metraje adelante hasta que sólo una puerta mágica más poderosa se abría y lo dejaba salir al espacio exterior y despedazarse en el infinito silencio oscuro.

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Para Trance, para Monstruos, en proceso.

domingo, 6 de julio de 2008

Transporte público

Tenía diecisiete años. Leía, encaramada en el último asiento del autobús. Desde el pueblo hasta el instituto, cuarenta y cinco minutos por trayecto. Todos los días, pedía al conductor amablemente que apagase la radio. Éste la miraba por el rabillo del ojo y pisaba un poco el acelerador. Silenciosa, volvía al último rincón del autobús y seguía. Quizá era Tom Jones, La montaña mágica o El Capital. Podía ser Cicerón, o Chateubriand, o Mishima. En su cabeza rapada, se escribía: melancolía. Lo repasaba con rotring sin dejar de leer. Aquel día eran las Meditaciones de Descartes. Fue hasta el conductor para pedir lo de siempre, por favor. Él aceleró, como siempre, la curva se afiló de pronto. El autobús volcó cual perro pastor en la yerba fresca. Siete vueltas. Ella aún está leyendo allí arriba, en el último asiento. Al nuevo conductor no le gusta la radio. Afortunadamente.

lunes, 30 de junio de 2008

Cuatro preguntas

A ver, niños.

¿Por qué tengo un número considerable de entradas en este blog absurdo, de nula llegada, de menores pretensiones, que ingresaron a él a través de búsquedas tan alarmantes, tan sospechosas, como "niño desnudo"?

¿Por qué alguien necesita realizar una búsqueda en cualquiera de los oráculos que consultamos, como si en ellos fuésemos a encontrar alguna verdad no alcanzable por los divinos métodos de la reflexión y el pensamiento inmanente, con las palabras "niño desnudo"?

¿Por qué a Satie le miraron con malos ojos y le cuchichearon a sus espaldas por titular sus fantásticas piezas Gymnopédies, término inventado tomado de dos raíces griegas, cuyo significado, para quien se atrevió a desentrañarlo, y la única manera medio coherente de traducir sería "niño desnudo"?

¿Por qué tengo que perder el tiempo en preguntarme estas cosas absurdas y por qué estamos tan enfermos que estoy pensando en cambiar el título a mi relato que se llama, en honor a Satie y sus Gymnopédies, "niño desnudo"?

lunes, 9 de junio de 2008

César Aira: superhéroe lacaniano

Nadie se atreve a clasificar a César Aira. Ni él mismo lo hace. Su ingente producción–novela, cuento, ensayo- abarca toda tipo de textos. Hace gala de una fantasía desbordada pero mantiene, escrupulosamente, la verosimilitud; crea sorpresa en cada página, pero se guarda mucho de dejar cabos sueltos. Las aventuras de Barbaverde, su última publicación, es una montaña rusa de fantasía y coherencia.


El bien, el mal, la humanidad indefensa y una ciudad –Rosario, Argentina- como decorado. “Hacía años que quería hacer una serie de novelas con un mismo grupo de personajes, el marco tradicional de las viejas series de Batman o Superman: el supervillano, el superhéroe, el joven periodista, una chica bonita…” El proyecto era seguir produciendo estas novelas hasta su muerte, pero se cansó en la cuarta. Así quedó Las aventuras de Barbaverde. Dentro de esas cuatro novelas, no esperes que Aira se repita. Escribe y publica desde hace treinta años, pero “para que siga valiendo la pena hacerlo, implica plantearse desafíos mayores, subir la apuesta cada vez”.

Pero nada es lo que parece. Dentro de “El gran salmón”, “El secreto del Presente”, “Los juguetes” y “En el gran hotel” hay temas y sentidos que trascienden la novela de aventuras. Mediante los malvados planes del Profesor Frasca, se habla de la distribución de la riqueza, la avaricia del género humano, el devenir de la historia o la abstracción de las finanzas (en el episodio del “remate” que, dice, “me hizo un lío enorme en la cabeza”). Es que, lo que le sale “viene ya condimentado con mis lecturas de Lacan o de Leibniz, la cultura contemporánea, la filosofía o el psicoanálisis…” Los libros cuentan, además, con una suculenta pareja de protagonistas: Aldo Sabor –periodista inexperto que se “pega” al héroe- y Karina –artista plástica-, amén de una serie de secundarios de trazo grueso con los que se divierte hablándonos del papel irrisorio de las universidades, las intenciones torcidas del arte contemporáneo, la sociedad flanqueada por los medios de comunicación o la generación perdida de la Argentina de hoy.

Aira se aleja conscientemente del discurso surrealista; en el interior de sus aparentes locuras, mantiene un escrupuloso apego a la coherencia: “Me ha quedado de mi vocación original, que era la novela convencional. Me quedó ese gusto por una novela estructurada, como las de Balzac o todo el siglo XIX. Trato de mantener un verosímil, una trama; cuando interviene un elemento muy extraño, al día siguiente me preocupo de buscarle una concatenación. No me gusta dejar cosas sueltas”.

Y, al mismo tiempo, “mis novelas se hacen sinuosas, porque cada día en efecto se me ocurre una cosa distinta, y la novela tuerce el rumbo. Se hacen imprevisibles. Pero lo son para mí al escribir, porque no sé qué va a pasar, y lo son para el lector”. Las aventuras de Barbaverde desconcierta, apabulla, emociona y atrapa. Como parte del juego, el héroe no tiene, como se acostumbra, una “identidad secreta”, sino que todo él es secreto: “Cuando empecé la primera, la del salmón, se me ocurrió hacer esa escena en los pasillos del hotel, con la figura de Barbaverde que siempre esquivaba; me gustó cómo quedó y salieron cuatro novelas con un protagonista que no aparece nunca”.

Se lo ha pasado como un niño escribiendo: “Fue una empresa larga. Pero no cierro la posibilidad de, dentro de algunos años, escribir Las nuevas aventuras de Barbaverde”.

//Publicado en Go Magazine Junio 2008//

lunes, 19 de mayo de 2008

Niño desnudo

Cuando George Tasie nació, estaba desnudo. Ninguna cosa anormal en aquel nacimiento, salvo que el niño nació absolutamente desnudo. Porque siempre traen en sí cosas pegadas: las querellas de sus familias, las esperanzas de sus padres originadas por su propia llegada, el colorido de la estación que los recibe o las sonatas que sus madres les tocaron al piano mientras pasaban de cigoto a embrión, de embrión a feto. George Tasie no se trajo nada de eso al mundo. No se trajo nada de nada.
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Tres circunstancias: Este relato no estaba previsto, pero igual entra a formar parte de "el plan". Satie es, no mi músico de cabecera, mi inspiración a todas horas desde hace semanas. Deseaba escribir un "cuento antiguo" y está saliendo. Con toda su antigüedad, que podría decirse especie de solemnidad, aire de fábula, alegoría sin trasfondo alegórico.

martes, 13 de mayo de 2008

Tropiezos

No tengo ni idea de cuánto vale un billete de autobús, y mucho menos uno de avión. Pero después tocaría volver. ¿Qué destino posible hay para un pajarraco tan defectuoso? ¿Revisan en los aeropuertos la consistencia del viajero tanto como sus intenciones violentas? A mí me tocan los sobacos y me descojono. Pero lo visualicé, sólo por un fugaz instante, me imaginé abriendo los brazos ante una simpática agente de seguridad en el control del aeropuerto, un aparato largo como mi consolador haciendo un recorrido preciso del contorno extasiado, firmemente enamorado en ese fugaz instante, de mi cuerpo, mi desformateado cuerpo.

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Historial de defectos, ahora, se llama Anabel. Y es que una nunca puede estar segura.

domingo, 11 de mayo de 2008

Tengo un plan

Monstruos: dieciocho cuentos de horror cósmico cotidiano

01 HISTORIAL DE DEFECTOS (11)

02 LA INFAME (18)

03 ROMA È PERSA (10)

04 MONSTRUOS QUE YO HE VISTO (10)

05 LA HERMANITA CALVA DE DEBORAH RAMOS (20)

06 Formato familiar

07 Humo

08 Conversaciones (ciclo)
I
II
III

09 Del brazo de la locura

10 El club de los inocentes

11 Indalecio (el manager)

12 El don de la transparencia

13 Bebé (necesito un título para el relato epistolar del violinista y el compositor)

14 Crustáceos de ojos sésiles

15 EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA (14)

16 (Debería dedicar un cuento al monstruo de Amstetten, sin hablar de él)

17 ...

18 ... ...

En mayúsculas, aquellos que he escrito o estoy escribiendo, y no hay ninguno terminado, porque a todo lo estoy sometiendo a un nuevo proceso. Los demás, son meros títulos, flecos de los que crear la historia. Yo sé qué contendrán, lo que no sé es cómo. Y tienen que ser dieciocho.

sábado, 3 de mayo de 2008

Roma è persa

Uno toma desviaciones impensadas en determinadas encrucijadas. Uno cree tener, al principio, un par de alternativas, para descubrir sin proponérselo un sendero oculto entre el barullo de la existencia. Mi abuelo, a los setenta y un años, viudo después de cuarenta y dos de matrimonio, se subió a un barco sin conocer su destino. Aún le están buscando. Mi desviación fue otra cosa. Quedarme en mi sitio, tratar de retener las cenizas para crear una criatura nueva. Fabricar un nosferatu del amor que algún día nos dijimos que nos teníamos. En verdad que lo amaba, o había un espejismo de lo más realista de amor entre nosotros. A ver, qué sucedió entonces. Ya no sabré ir en pos de la verdad. Me agusané. Voy hacia el fondo, ahí donde yace mi miedo, donde quizá encuentre los motivos y ya será demasiado tarde. Infinitamente, cocinada en miedo, si me cuajé fue porque nadie apagó el horno a tiempo. Cuando desperté de la pesadilla de los bostezos, me aferré a la tarea de amarle, pero sólo podía amar mi propio tedio. Por eso un viaje, a priori, se me antojaba la última tontería.

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En proceso. Roma è persa. Relato para Monstruos.

lunes, 28 de abril de 2008

Comet (reseña)

(Publicada en Go Magazine, abril 2008)
“Comet”
Pablo Díez
Lengua de Trapo

Nos gustaría pensar que Manuel encontró el camino para desembarazarse de la vida de cabeza agachada que llevaba en una Cantabria contemporánea y antigua. Que se ajustó a lo que se le venía encima o bien rompió con todo de la forma más impulsiva. Que supo cómo evitar su extinción y la declinación de una raza de hombres pasivos, orgullosos de su transitoriedad, apegados al terruño, desgajados tanto de su generación como del sexo opuesto, irrealizados e irrealizables: como esos misteriosos hombres-ave que dan pie a una tesis nunca comenzada, por la cual Manuel es invitado a una universidad norteamericana llamada Comet. Estaría bien creer que hubo redención en algún lugar de lo no escrito, pero es muy palpable el “fuera del tiempo” total del personaje que conduce el relato. En el centro de todo, en la puesta en escena de esta representación bastante osada y poco luminosa del fracaso: una prosa con tanta porosidad, con tanta podredumbre, con tantos filamentos que llega a resultar molesta. Construída sobre larguísimos episodios donde un paseo por el bosque húmedo es convertido en un infinito hilo de reflexiones y plañidos, un soliloquio grueso y magmático de un ser rendido, la novela avanza con lentitud y esfuerzo, la luz no se vislumbra, el canto de sirena desde la Universidad carece de eco. Muchos temas, no todos igual de exitosamente dispuestos, y un personaje demoledor, sin alas ni futuro. Pablo Díez, sin embargo, tiene de ambas cosas, o eso nos hace pensar esta primera novela.